Aunque no haya (todavía) un  operativo clamor, nadie pone en duda hoy que el próximo candidato a gobernador de la coalición gobernante será el intendente de la ciudad de Córdoba, Martín Llaryora. El resto, aunque con legítimas aspiraciones, en realidad solo busca posicionarse para ingresar a la mesa chica en la que un grupo reducido de dirigentes –encabezados por el gobernador Juan Schiaretti- repartirá candidaturas y espacios de poder en hipotéticos futuros ministerios. 

La magra performance de Hacemos por Córdoba en las elecciones legislativas encendió las alarmas en el oficialismo. Pese a que jugó todas sus fichas -incluida la fuerte exposición del gobernador, el político con mejor imagen en la provincia-, apenas retuvo las dos bancas que ponía en juego, frente a las seis que consiguió Juntos por el Cambio y la que conservó a duras penas el Frente de Todos. El reemplazo de Carlos Caserio por Alejandra Vigo en el Senado fue una victoria dulce, casi personal, de Schiaretti. Pero no alcanzó para mitigar la preocupación que se instaló  en El Panal la misma noche que se conoció el resultado de las elecciones.

Por más que los cordobeses hayan demostrado que votan diferente en elecciones nacionales y provinciales, descontar veinte puntos porcentuales no será tarea fácil. En El Panal tomaron nota del resultado y comenzaron a trabajar para evitar que el impulso de la fórmula Juez/De Loredo termine quebrando la trabajosa hegemonía construida con paciencia de orfebre por el extinto José Manuel De la Sota y el propio Schiaretti.

La ausencia de De la Sota y la imposibilidad constitucional de Schiaretti de ir por otra reelección es el dato saliente de la próxima elección: el esperado recambio generacional se termina dando más por la tragedia y la biología que por el empuje de la juventud. 

Sin De la Sota ni Schiaretti en cancha, las encuestas ubican a Llaryora muy por encima del resto de la dirigencia peronista. “Hace veinte años que hace política. La gente lo conoce, fue intendente de San Francisco, diputado nacional, vicegobernador y gobierna la segunda ciudad del país. No hay un candidato mejor posicionado”, razonan con implacable lógica en la coalición gobernante.

Convencido de que la Gobernación es su próximo destino político, Llaryora apuesta a repetir la fórmula que siempre le dio resultado: gestionar y recorrer el territorio. “Es incansable, un animal político”, admiten sus funcionarios, que a sus tareas habituales agregan ahora la organización de reuniones y actos con Llaryora. Y redoblan esfuerzos para firmar convenios más allá del ejido urbano, principalmente con los intendentes del Gran Córdoba, pero también con los del resto de la provincia. La campaña electoral ya arrancó.

La carrera opositora

En la oposición la situación es bien distinta: ni Juez ni De Loredo tienen gestión para exhibir, sino más bien lo contrario: el actual senador nacional no dejó un buen recuerdo de su paso por el Palacio 6 de Julio; Y De Loredo casi destruye el programa satelital más importante del país tras su efímero paso por Arsat durante el gobierno de Mauricio Macri.

En política, Juez ha demostrado tener más vidas que un gato: estaba a un paso del retiro tras su  paupérrima elección como candidato a intendente de Córdoba -fracaso que compartió con Olga Riutort como compañera de fórmula-, pero su resonante triunfo en las PASO y su holgada victoria en las legislativas lo (re)posicionaron como la nueva esperanza blanca del ala dura de Juntos por el Cambio.

En el mismo espacio, pero desde otra vereda, su alianza de último momento con Juez catapultó a Rodrigo De Loredo como la nueva figura del alicaído radicalismo cordobés.

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