Crónicas
Entrevistas
Actualidad
El Kiosco virtual
Reflexiones
Cultura
Música
Cine
Libros
Galería Magalú
Galerías multimedia
Quiénes Somos
Revista El Sur
Staff
Ediciones en papel
Historias de Córdoba
Fuga con perfume de mujer
Foto: La fuga de 26 mujeres de la cárcel del Buen Pastor sacudió al gobierno del Brigadier Lacabanne.
El 24 de mayo de 1975, 26 presas políticas escaparon de la cárcel de mujeres del Buen Pastor, reconvertida hoy en paseo de compras. Córdoba era gobernada por el brigadier Raúl Lacabanne. El testimonio de una de las sobrevivientes.
Publicada el en Crónicas

Las tres mujeres llevan días en silencio. Ni una palabra. Solo silencio. De noche alguien se acerca desde la casa que da al frente. Les deja comida. Cruzan miradas cómplices escudriñadas por un miedo inasible. Después las luces vuelven a apagarse. Y el silencio se hace otra vez atronador. Entonces escuchan los ladridos del perro al otro lado del tapial, en el patio de la fábrica contigua. Si la policía llegara y tuvieran que escapar, ese sería el camino.

Es mayo de 1975 y las busca la policía de todo el país. Son tres de las 26 mujeres fugadas de la cárcel del Buen Pastor. “Vos saltás, yo te mato al perro”, me decía la Gorda. Pasaron los días. Junio quiso que el salto fuese innecesario.

Las historias personales, las bifurcaciones de los caminos se repliegan y vuelven a aparecer en el relato. María Baraldo recuerda otros saltos. Pero ninguno como ese, una fría noche de Córdoba, hace poco más de 47 años.

La historia bien pudo comenzar en las aulas de la Escuela de Trabajo Social. O en el sector de Chagas del Hospital Rawson. O quizás, en una parada del colectivo, sobre la calle 27 de abril, una soleada mañana de noviembre de 1974.

“Yo trabajaba en el sector de Chagas del Rawson. Eran otros tiempos. Otras cabezas de quienes dirigían”, dice María Baraldo.

Con la llegada de Ricardo Obregón Cano al poder en la provincia de Córdoba se había implementado un programa de detección y erradicación del Chagas. Para eso capacitó a estudiantes de Trabajo Social, entre las que estaba María. “Llegaban de todo el norte para hacerse los análisis. Nosotros estábamos encargadas de manipular las vinchucas sanas que se usaban para saber si la persona que estábamos estudiando estaba contagiada”.

Durante su formación como estudiante había sido parte de programas de erradicación del Chagas en todo el norte provincial, hasta entonces olvidado.

Acaso entre aquellos pueblos, perdidos en la memoria, hayan estado en Macha. Ahí donde Zulma Rosario Ataydes, que apenas tendrá 21 años en el momento de la fuga del Buen Pastor, había nacido. Entonces el perro: “Si llegaban, nosotros teníamos un plan de fuga. Y había que saltar el tapial que daba a la fábrica. Y la Gorda Zulma, que me protegía, decía: vos saltás, yo te mato el perro”.

Los planes de detección y erradicación del Chagas iban a sufrir un corte abrupto. En apenas unos meses todo iba a transformarse. Desde el Viborazo en marzo de 1971, cuando se debilitó a la dictadura y se crearon las condiciones para una vuelta a la democracia hasta el 25 de mayo de 1973, cuando en Córdoba asumieron Obregón Cano y Atilio López, las calles parecían florecer.

Pero las fuerzas conservadoras rompieron el orden democrático el 27 de febrero del ´74. Un golpe policial encabezado por el ex Jefe de Policía, Antonio Domingo Navarro, devino en una intervención federal.

El brigadier Raúl Lacabanne adelantaba en Córdoba los métodos represivos de lo que sería la dictadura.

“Nunca más se reestableció en Córdoba aquel espíritu democrático. Porque con Lacabanne estaba Menéndez. Y Menéndez estuvo con Angeloz. Pero también De la Sota fue parte de aquella intervención. Y la línea llega a Schiaretti”, dice Baraldo.

Recuerda como en aquel lejano 1974 los asesinatos políticos comenzaron a ser parte de la vida cotidiana. “En el ´74 lo asesinan a Atilio (López) y ya matan gente, la muestran. Para meter el terror. La matan y la exponen. Familias, estudiantes, obreros. Acá se llaman Comando Libertadores de América, que después se llaman las Tres A, como siempre con el Tercer Cuerpo de Ejército como precursor”.

Baraldo vuelve al ´74. A las salas del Hospital Rawson, donde era delegada. Y cuenta que ese año la corriente Amado Olmos, a la que pertenecía, ganó las elecciones del gremio de la Sanidad.

Meses más tarde una patota parapolicial llegó desde Santa Fe. A Roberto Carranza, por entonces secretario general, lo golpearon hasta creerlo muerto. Clandestinamente, lo curaron en los hospitales. De sala en sala. Escondido. En secreto.

Campanas

Por entonces, Baraldo y su compañero Heny habían dejado la casa en barrio Vicor, cerca de Santa Isabel y se habían instalado en una “piecita” de un hotel en el centro “con acceso y baño privados”, recuerda. Heny hacía su residencia en el Hospital de Niños. Y para ambos el viaje era demasiado largo. Pensaron entonces en alquilar una casa en barrio San Martín. Y esperaban, junto a la iglesia Catedral, el colectivo para ir a verla. Era noviembre, un día diáfano en el que María Baraldo iba a celebrar su cumpleaños 28.

Un auto se detuvo. Bajó una patota parapolicial. A Heny lo vio por última vez cuando se cerraron las puertas y el auto huyó. A ella la llevaron arrastrando hasta Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba (D2). Ahí estuvo hasta enero de 1975.

“No me acuerdo de haber entrado. No me acuerdo cómo me llevaron. Si me acuerdo que me levantaron en el aire. La primer paliza fue por el documento, porque era muy flaquita, y ellos decían que no podía cumplir 28 años”.

Fueron meses, encapuchada. “Estaba descalza, tenía un pantalón grande, azul, que no sé de quién era, atado con un hilo. Con todas las secuelas de la tortura… Tenía este brazo inutilizado, con todas las quebraduras acá”, dice señalándose el hombro derecho. “Y una infección, que eran como granos de pus, que se supone que era acumulación de mugre, de pis”.

Las campanas de la Catedral van y vienen en el presente permanente de esos días. “Solo el oído tenés. Y el oído ahí eran dos cosas: gente torturando, gente que grita o escuchas que la torturan, y las campanas de la catedral. Pero las campanas de la catedral también te desorganizan.  Porque a veces las escuchás y a veces no. Entonces yo pienso que no estuve ahí, cuando no las escucho”.

Habla en presente. El dolor nunca es pasado.

Un día de enero de 1975 ese presente se transforma. Tras las paredes de la cárcel del Buen Pastor vuelve a ver luz. “Cuando llegué pesaba 39 kilos”, recuerda.

Tendrá algún tiempo para recuperar peso. Entonces vendrá la primera huelga de hambre. Con ella lograrán que las dejen cocinar,  tener acceso a la cocina, ahí donde estaba la ventana que daba a la calle. “Eso fue un escalón. Porque podíamos salir del patio de donde nos tenían recluidas y transponer la puerta blindada”.

Desde otras cárceles le llegaban los mensajes de su compañero, Heny. Ni sobre él ni sobre ella pesaban cargos. Permanecían detenidos por seguridad a “a disposición del poder ejecutivo nacional”. Cada tanto, a quienes se encontraban en esta situación, se les ofrecía la oportunidad de salir del país.

Pero la salida será otra. Estaba en la ventana que daba a la calle Buenos Aires. “Sonia Blesa, la compañera, me pregunta si estoy dispuesta a irme. La conocía desde afuera porque ella militaba con mi compañero en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Yo estando presa no tenía organización política. Pero me organicé con las compañeras del PRT por mi compañero y porque en la cárcel te tenés que organizar para vivir. Estaba calificada como presa política.  Tenía mi militancia sindical y mis simpatías, pero no era una militante. Antes no era que vos eras militante porque vos lo querías ser. Tenías que ganarte esa militancia”, recuerda.

La fuga

Esa tarde del 24 de mayo de 1974 muchas de las presas políticas del Buen Pastor llevaban 19 días de huelga de hambre. “Las mujeres con hijos que amamantaban no hacían la huelga y nos ayudaban. Había que combinar la fuga y la huelga. Hubo compañeras que sacaron los chicos antes para para poder fugarse”, cuenta.

La tarde corrió. Las sábanas colgadas, para ocultar el movimiento. Una especie de obra de teatro en la cocina o hasta simular una bomba con ruleros y cables. Cada una hizo su parte. Y ahí estaba la ventana en el momento en el que el camión enganchaba los garfios de la reja y aceleraba justo al frente de Los Capuchinos, donde dos novios miraban el altar.

María Baraldo eligió escapar. “Hacia afuera eran dos metros. Desde adentro puede haber sido un poco más. La ventana estaba muy alta. Uno que estaba en la mesada nos ayudaba a subir y de ahí otro hasta el borde, para saltar”, cuenta. Recuerda acaso las zapatillas grandes que le sacó a una compañera y rellenó con trapos durante la espera.

“La cabeza es fantástica. Nada era un obstáculo. Había escombros y gente que se lastimó. Yo no me enteré de los escombros. Sólo tenía claro que era número  14, y que saltaba  después de Helena (Harriague), que era 13.  Cuando ella saltó, la compañera de atrás me ayuda para subir y saltar. Y sigo el camino que tengo que hacer, esas dos cuadras y llegar a Chacabuco. Yo sé eso. Y de ahí no me saca nadie. Todo lo que tengo en el camino no lo veo. Es más, cruzamos el casamiento. Yo no lo vi. No me acordé que estaba débil ni que llevaba 19 días de huelga de hambre”.

Antes de  llegar al Fiat 600 que las esperaba sobre Chacabuco perdió una zapatilla. “Cuando el compañero nos vio llegar a las cuatro con Zulma, que era enorme en todo sentido, porque pesaba como cien kilos, dijo: “uy no cabemos”. Y la Gorda: “¿No cabemos?” Corrió el asiento y dijo “pasen”. Después se sentó y gritó: “salimos.” 

María Baraldo, Zulma Ataydes, Helena Harriague y Letizia Bianchi eran cuatro de las 26 mujeres a las que el 25 de mayo de 1974 las encontró libres. Helena se bajó del Fiat 600 para unirse a un grupo que la esperaba. María, Zulma y Letizia pasaron la noche escondidas en un departamento. Tomaban sopa a sorbos, cada dos horas.

Atrás habían quedado los consejos de esperar y ver la posibilidad de salir del país. “Es que ahí adentro, todos los días teníamos indicios de que nos mataban. Eso es otra cosa que siempre la tenés presente”, dice ahora María.

Después vuelve la espera, en el fondo de la casa de Alta Córdoba. Y ahí estará el perro, al otro lado del muro, en el silencio de la noche. Pasará un mes hasta que, vestidas con “polleritas tableadas” y documentos falsos, tomarán un colectivo a Buenos Aires, sobre la ruta nueve.

La policía estaba por todos lados. Reprimía una protesta de obreros fabriles en la zona. “Era muy difícil pensar que toda esa policía no estaba por nosotras ahí”.

La madrugada siguiente llegaron a Once. Ninguna de las tres mujeres conocía Buenos Aires. Debían ocultar hasta su acento cordobés. El destino ya no las volvería a juntar. “A Zulma la fusilaron en Rigolleau, en Buenos Aires. Se volvió a buscar una bandera y un francotirador la bajó. Era una compañeraza. La amaba a la Gorda. Y Letizia está en Italia”, rememora Baraldo.

Después habla de Heny. Su compañero logró salir del país hacia Colombia. María huyó a Brasil en 1977. Y después a España. Desde ahí, volvió a comunicarse. “A él le habían dicho que yo me había casado con un policía y había formado otra familia”. El hombre volvió a la Argentina en los ´90, pero la burocracia menemista le impidió volver a ejercer como médico.

No se volvieron a ver. Acaso para ambos, aquel noviembre de 1974, cuando una patota parapolicial les impidió ir detrás de la casa que soñaban, haya significado algo más que una simple mañana de sol y un día de cumpleaños.

Roy Rodríguez
- Periodista -