"Te odio, cárcel maldita. Te llevaste la vida de mi hija. Una niña con apenas 22 años cumplidos".
Karina Nieto todavía llora su bronca. Esa bronca nacida en la medianoche del 14 de junio, cuando una fría voz en su teléfono le avisó que su hija había muerto.
El Correccional de Mujeres es el primer agrupamiento de pabellones carcelarios que se divisa a mano derecha, cuando se ingresa al complejo de Bouwer, sobre la ruta 36. En ese lugar residen 5.720 presos. Casi la población de un pueblo mediano del interior cordobés.
De esa cifra, 424 son mujeres, que viven y sobreviven en el Establecimiento Penitenciario 3 (o simplemente, “el EP3”), sector que en los últimos años ha sido escenario y protagonista de hechos lamentables.
El último de ellos fue la muerte de Milagros Guerrero. Tenía sólo 22 años. Cumplía por primera vez una condena penal de seis años. Le faltaban pocos meses para acceder a las primeras salidas transitorias, y un año y medio para aspirar a la libertad condicional.
Esa noche del 14 de junio se levantó silenciosa del "rancho", donde sus compañeras del pabellón D1 estaban atentas a la televisión, y sencillamente desapareció. Minutos más tarde, el grito desgarrador de una de compañeras interrumpió la aparente calma. Milagros se había ahorcado.
En algún momento de su adolescencia, vivida entre barrio Pueyrredón y Jesús María, a Milagros le pintó adoptar un nuevo nombre. Ella sería "Natacha". Así la conocían sus amigos. Así se presentaba en sus perfiles de las redes sociales. Y así la despidieron, con dolor y profunda bronca, sus compañeras y sus amigas. Las de "la calle" y las del pabellón.
“¡Natacha está muerta!”, gritó desesperada una de las internas. En el acto se acercaron corriendo las otras mujeres. La bajaron como pudieron y la intentaron reanimar, pero ya no respondía. La llevaron hasta la puerta del pabellón, a la exclusa, y suplicaron a las empleadas penitenciarias que la socorrieran.
En el establecimiento no había ningún médico. A las 19 se va el último y sólo queda una enfermera para atender a las 424 internas si se presenta una emergencia. “Se han quedado sin médico de guardia. Antes tenían monotributistas, pero como les pagaban muy poco, se terminaron yendo”, confía una fuente de la Dirección General del Servicio Penitenciario (SPC), que naturalmente pide reserva de su identidad, como lo hacen todas las fuentes de esa fuerza, a sabiendas de la estricta verticalidad imperante.
Lo concreto es que después de las 21 en la Cárcel de Mujeres no había quien pudiera reanimar a Milagros. La situación desató una fuerte protesta, que se extendió por los pabellones D y E. Y fue respondida con una fuerte represión. Varias internas terminaron con balas de goma incrustadas en sus cuerpos.
“Nosotros sólo quisimos salvarle la vida, pero ellos no hicieron nada”, le dice a este medio una interna de nombre Carla, que se comunicó telefónicamente, desesperada por lo sucedido. “Acá siguen muriendo chicas, siguen pasando cosas, y el Servicio Penitenciario, como siempre, nunca da la cara, y cuando hablan, mienten”, agrega.
Justicia ausente
Del total de mujeres encarceladas en Bouwer, solamente 127 tienen condena firme. El resto, 297 en total, todavía son inocentes, según las normas y garantías que rigen nuestro Estado de Derecho. Son siete de cada diez, una cifra que está muy por encima del promedio del resto del país. Y que es bastante más abultada que la situación de los hombres en las propias cárceles cordobesas (donde la cantidad de presos sin condena firme llega a un vergonzoso 62,5%).
La misma mañana en la que Milagros decidió quitarse la vida había recibido una notificación de la Justicia, que no le autorizaba la libertad condicional. Tal vez esa noticia haya incidido en su trágica decisión final. Carla, su compañera, cuenta que esa misma tarde se había acercado a la exclusa “a decir que necesitaba hablar con la psicóloga”. “Pero no la quisieron sacar”, recuerda. Y se lamenta: “No tendrían que haber dejado morir a esa nena”. Así la consideraban: una nena.
Sobre su estadía en Bouwer, las compañeras la describen como "media moquera", lo que motivó que pasara por varios pabellones.
En el relato de las internas se cuela un dato exasperante: una interna cuenta que se cruzó con Milagros en el pabellón de conducta sólo 15 días antes del episodio. Esa compañera dice que ahí también la habían descolgado porque ya se había intentado ahorcar. Y que también se había cortado los brazos. "Después de eso, el Servicio sólo le dio más y más medicación para calmarla, y ningún tratamiento", cuenta.
“Yo entiendo que las personas pueden cometer errores. Y si ellas están ahí adentro es para que las ayuden, para que las rehabiliten, para que las impulsen a hacer algo por sus vidas, como estudiar, trabajar en un taller”, se lamenta la madre de Milagros en diálogo con revista El Sur. “Pero ahí dentro, a mi hija la esposaban, le metían inyecciones para dormirla y la dejaban en un cuarto frío, esposada, hasta que se despertaba en el piso helado”, relata.
“Alguna vez se tiene que acabar, porque todos sabemos que mi hija no ha sido la primera víctima, pero tampoco será la última”, señala con amargura a horas de haber enterrado a su hija. Lamentablemente no se equivoca. Una larga cadena de episodios luctuosos demuestra que tiene razón y da cuenta de que la cárcel de mujeres es un lugar peligroso para cumplir una condena o esperar los tiempos exasperantes de la burocracia judicial.
Razones
Con una década trabajando en esa misma cárcel, ya retirada, Bárbara Libaak deja un sentido mensaje en Rebelión, un sitio cordobés en Facebook dedicado a cubrir noticias sobre cárceles y derechos humanos en Córdoba. “Varias internas salvé cuando se estaban intentando ahorcar. Las empleadas penitenciarias estamos para cuidar la seguridad y a ellas. En todo sentido. Contenerlas y enseñarles si están obrando mal, ayudarlas a cambiar, pero por sobre todo dialogar”. Probablemente sea por ahí donde esté fallando el EP3. Casi todos los consultados apuntan a la conducción.
Hoy la dirección del establecimiento está en manos de la licenciada Patricia Blumberg, trabajadora social de relación muy estrecha con el director del Servicio Penitenciario de Córdoba, Juan María Bouvier.
El problema, según señalan las fuentes más cercanas al EP3, “no es en sí la especialización de la directora, sino que simplemente no va nunca a la cárcel”. En la descripción coincide otra oficial de alta jerarquía, retirada sólo hace algunos años y con un profundo conocimiento de lo que sucede en el establecimiento. “Te pido que no des mi nombre, porque siempre hay represalias, aún si estás retirada”, aclara antes de dar su parecer. Esta fuente habla sin rodeos de una “mala conducción de la cárcel de Mujeres”, y lamenta que por episodios menores en el pasado “hayan relevado a personas preparadas como Marisa Ale”, quien fuera apartada en febrero de 2019 tras un episodio similar.
“Es necesario que la conducción de la cárcel comience a recorrer los pabellones, que conozca a las internas, que dialogue. Pero si una autoridad no tiene conocimiento de aquello que está dirigiendo, ¿cómo podemos esperar otro resultado?”, se pregunta.
Otras fuentes consultadas para este informe coinciden en los problemas crónicos que acarrea el EP3. “Es una cárcel que atrasa 50 años, donde todo se hace lento, donde no hay capacidad de decisión, donde no hay una conducción comprometida”, advierte un jefe penitenciario que hasta hace poco se desempeñaba en la sede de calle Entre Ríos. “El problema que estamos viendo en esa cárcel es que hay demasiados caciques y pocos indios, y entonces no hay gente con experiencia para acercarse a las internas y humanizar un poco el trato”, grafica.
La misma fuente sostiene que "la directora hace tres años que no entra a los pabellones. Se hace llevar desayuno, almuerzo y merienda a la oficina, porque no camina la cárcel". Y agrega: “Blumberg no es una mala profesional, pero operativamente no sabe nada. No tiene reacción, no está formada para la seguridad, ni para el manejo de la cárcel".
“Parte de la tarea de las penitenciarias es mostrarles a las internas que tienen familias que las esperan afuera y que ellas también sufren”, advierte Libaak. Y apunta a la “falta de contención” al señalar que hay serias deficiencias en las áreas de psiquiatría y trabajo social. “Las cárceles deberían ser para reinsertarlas a la sociedad y que nunca más delincan. Cada persona individualmente vale mucho, y por eso es hora de empezar a trabajar en conjunto”, insiste. La consigna parece clara: “Simplemente un poco más de humanidad”.
LA LISTA DEL TERROR
A esta luctuosa lista se suman dos casos de embarazos perdidos por falta de atención adecuada dentro del establecimiento: