La ciencia no siempre ha sido lo que hoy consideramos ciencia. Desde Aristóteles el concepto ha variado y el proceso histórico de su concepción actual llena bibliotecas. Frente a un mundo inabarcable, desconocido y misterioso, la ciencia ha sido la búsqueda constante de posibles respuestas ante miles de interrogantes. No la única por supuesto, pero en los últimos 300 años -modernidad mediante- la ciencia se ha erigido en un saber hegemónico que, gracias al desarrollo de un método en constante revisión, ha llevado el conocimiento humano a límites jamás alcanzados. El trasvasamiento de esos límites, ha puesto al concepto mismo de ciencia, o su modelo actual, en crisis. En un mundo que va hacia escenarios apocalípticos, donde el modo de producción capitalista es omnipresente, sustentado por la racionalidad científica, el concepto es criticado y surgen las preguntas ¿Ciencia para qué y para quién? Y es ahí donde aparece la figura de Andrés Carrasco, un científico argentino contemporáneo, fallecido en 2015, que se animó a romper con el paradigma científico.
Carrasco puso el cuerpo y el saber a disposición de las víctimas del modo de producción dominado por multinacionales hiperpoderosas, que cada vez se parecen más a un mecanismo creado para engullir naturaleza y someter poblaciones humanas con el objetivo de generar riquezas que no son ciertamente para quienes viven y sienten los territorios en los que actúan. ¿Ciencia para qué y para quién? Carrasco se formuló esas preguntas. Y encontró la respuesta en las madres del barrio Ituzaingó Anexo de Córdoba y en los cientos de pueblos fumigados que sufren en carne propia los efectos de los agrotóxicos. También en los territorios amenazados por la megaminería y la invisible lucha de las poblaciones aledañas a los emprendimientos mineros a cielo abierto. Su accionar, casi solitario, puso el acento en el corazón mismo de la ciencia y generó nuevas preguntas: ¿Hay una ciencia “digna” y, por lo tanto, otra “indigna”?
Ciencia digna
Haberse formulado esas preguntas le trajo muchas consecuencias a Carrasco. El poderoso establishment científico, que trabaja para los poderes del capitalismo trasnacional, no le perdonó su afrenta. Fue amenazado, perseguido, atacado por patotas y ninguneado por sus pares “indignos”.
Murió en 2015. Su último deseo fue que sus cenizas estuvieran en el campus de la Universidad de Río Cuarto, hecho que se concretó el 29 de mayo de ese mismo año. A siete años de su desaparición física, los miembros de la cátedra libre de Soberanía Alimentaria y de la Asamblea Río Cuarto sin agrotóxicos presentaron un proyecto al Consejo Superior para que se conmemore cada 16 de junio el “Día de la ciencia digna”. El proyecto solicita, además, que se declare “Espacio de la ciencia digna” el lugar donde yacen las cenizas del científico y que se realicen mejoras estructurales en el sitio. En 2015, se había erigido una escultura y una placa en honor a Carrasco. El Consejo Superior, tomará una decisión el 5 de agosto de 2022.
Quién fue Carrasco
Andrés Carrasco nació el 16 de junio de 1946. Dueño de un extenso y nutrido currículum, se graduó de médico en 1971 en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Durante 10 años fue profesor de Fisiología, Biología celular y Embriología. En 1981 comenzó sus trabajos en la Universidad de Basilea (Suiza) y tres años después en la Universidad de Indiana y de Texas (EEUU), donde realizó importantes descubrimientos. Regresó a la Argentina en 1990 e ingresó al Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), donde investigó junto a un grupo de científicos temas de embriología y neurociencia.
En 2000 y 2001 fue elegido presidente del CONICET y fue en esa etapa cuando comenzó a buscar las respuestas a las preguntas ¿Ciencia para qué y para quiénes? La investigación sobre los efectos del herbicida Round-up, de la empresa Monsanto, extendido en la Argentina tras la aparición de cultivos genéticamente modificados, sería fundamental para la lucha de las víctimas del uso de esos productos y un mojón, todavía invisibilizado, en la ciencia argentina.
Madres
Una tarde como cualquier otra, alguien golpeó a la puerta de la casa de Sofía Gatica, en el barrio Ituzaingó Anexo de la ciudad Córdoba. Abrió sin saber quién era ese señor que tenía enfrente y que, antes de saludarla, le dijo: “Tienen razón”. Era Andrés Carrasco y ese día, con esas palabras, cambió la historia. Lo que vino después es más o menos conocido: las Madres de Ituzaingó, con las certezas que les entregó Carrasco y algunos consejos prácticos, vencieron a la multinacional Monsanto. O al menos ganaron una batalla importante. Para Carrasco comenzaba otra lucha, más dolorosa pero inmensamente digna.
“Creo que si él, no me hubiera hablado, el bloqueo hubiera sido un fracaso”, recuerda Sofía Gatica en diálogo con revista El Sur. “Nosotros desde un principio queríamos tomar el predio. Él me dijo que si lo tomábamos nos iban a llevar presos, nos iban a pintar los dedos, íbamos a quedar detenidos y todo se iba a frenar. Gracias a él no lo tomamos, sino que lo bloqueamos, y esa fue la clave del éxito de nuestra acción”, recuerda.
“Cuando vayas a bloquear, acordate de tener los zapatos bien atados. Porque ese día la policía te va a perseguir y no tenés que tropezar”, le dijo Carrasco en uno de sus encuentros. Sofía se miró los pies: estaba con botas y no entendió en ese momento lo que Carrasco le decía. El día que realizaron el bloqueo a Monsanto lo comprendió perfectamente: la policía las persiguió y tuvieron que correr entre gases lacrimógenos. “Si no teníamos los cordones bien atados, seguro nos caíamos”, recuerda.
“El doctor (por Carrasco) siempre tenía miedo que la información cayera en malas manos y me pedía que controlara cada entrevista que daba a los medios, la información tenía que ser justa y no levantar el avispero”, recuerda.
La investigación
Los resultados de su investigación fueron publicados en 2010 en la revista “Chemical Reserach in Toxicology”. Carrasco y sus colaboradores encontraron que el glifosato causaba defectos craneofaciales y en el tubo neural, además de pérdida de neuronas. El estudio fue defenestrado por investigadores de Monsanto y otras multinacionales del agronegocio. Según ellos, las concentraciones utilizadas en el experimento “eran mucho más altas de las que se podían dar en la vida real”.
Su investigación fue la tapa del diario Página 12 de abril de 2009. La noticia decía que el glifosato, el químico central del modelo sojero, era devastador en embriones anfibios. Nada volvió a ser igual. Organizaciones sociales, campesinos, familias fumigadas y activistas tomaron el trabajo de Carrasco como una prueba de lo que vivían en el territorio.
“No descubrí nada nuevo. Digo lo mismo que las familias que son fumigadas, sólo que lo confirmé en un laboratorio”, insistía Carrasco a los medios que lo consultaban. Comenzó a ser invitado en universidades y congresos científicos y fue asiduo concurrente a encuentros de asambleas socioambientales y escuelas fumigadas.
También se ganó muchos enemigos. Las empresas de agroquímicos le salieron al cruce. Una patota lo increpó en su laboratorio de la Facultad de Medicina en la UBA, lo mismo le sucedió en Chaco, donde empresarios arroceros intentaron “lincharlo”.
Las revelaciones de Wikileaks confirmaron que la Embajada de EEUU lo investigaba por sus trabajos. Recibía constantes amenazas telefónicas. Pero quizás el peor de todos estos “efectos no deseados” de sus investigaciones fue la desacreditación pública del ministro de Ciencia Lino Barañao y la defensa del glifosato y del modelo agropecuario que realizó en los medios hegemónicos. Incluso lo cuestionó abiertamente en el CONICET.
“Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”, respondía Carrasco.