El pasado domingo 28 de agosto se realizaron los comicios para elegir la nueva conducción del centro vecinal del histórico barrio Alberdi. Entre las dos listas que se presentaron, una expresa la continuidad de dos mandatos anteriores como experiencia genuinamente vecinalista, surgida frente a la desidia del ex intendente radical, Ramón Mestre. La lista opositora estuvo apoyada por el senador de Juntos por el Cambio, Luis Juez, quien se acercó a votar durante la jornada siendo que no reside en dicho barrio hace años, lo cual generó amplio rechazo en los vecinos involucrados en las elecciones.
Vanesa Ullúa es vecina de barrio Alberdi, hace cinco años participa en su centro vecinal donde recientemente comenzó a desempeñar el cargo de presidenta electa por el 70% de los votos. También es contadora pública por la UNC, oficio que decidió ejercer para las organizaciones sociales de Córdoba y también es madre de un hijo de seis años. En diálogo con El Sur, analiza el trayecto recorrido y los desafíos que se presentan en esta nueva gestión.
¿Qué es Pueblo Alberdi?
El nombre de Pueblo Alberdi es el nombre que se conformó hace cuatro años para la lista que presentamos en las elecciones. Tiene origen en la Red Pueblo Alberdi, que articula el centro vecinal de Alberdi, pero también comprende toda la zona conocida como pueblo La Toma, ya que así la llamaban los pueblos originarios locales, también abarca Alto Alberdi, Villa Páez y Marechal.
Desde la Red Pueblo Alberdi venimos motorizando esta articulación que en los últimos años nos ha permitido presentar muchos proyectos para mejoras en común que tiene esta zona. La gestión anterior llevaba el nombre de Fuerza Vecinal, esta vez decidimos expresar a través del nombre de una lista, una identidad vinculada con la memoria histórica del barrio. Además, no sólo tiene que ver con cuestiones de forma sino también de contenido, ya que también conformamos un espacio multisectorial donde los vecinos tienen la posibilidad de acercarse a participar del proceso, como así también se acercan organizaciones del barrio con las que trabajamos sobre los puntos en común desde proyectos concretos. Todo este proceso le da forma a un equipo de trabajo de entre sesenta y setenta personas del barrio.
¿Cómo se organizan?
Tenemos frentes de trabajo que requieren articulación, cada secretaría tiene un equipo de trabajo puntual que desarrollan actividades, por ejemplo, apoyos escolares con las escuelas del barrio, actividades para las infancias, laburamos una línea de cuidado ambiental. También tenemos una secretaría de acción social donde sostenemos comedores para adultos mayores, o la secretaría de género que la creamos hace cinco años y donde proponemos escuelas populares de género y talleres de masculinidades.
Con respecto a salud, durante la pandemia articulamos con los centros de salud del barrio para repartir kits sanitarios o iniciamos campañas solidarias para comprar oxímetros que no tenían. El eje cultural también es algo que trabajamos mucho con la identidad barrial, en el pasaje Agüaducho siempre nos visitan bandas musicales y artistas, hacemos murales para mejorar lugares, están los carnavales en verano. También queremos abrir dos nuevas secretarías, una de economía popular y otra de migrantes, ya que en los hechos venimos teniendo iniciativas para esos sectores y creemos que armar equipos para pensar proyectos y actividades puntuales puede contribuir para conquistar más derechos para las comunidades venezolanas, peruanas, bolivianas y demás que habitan el barrio.
¿Qué balance hacés de esta experiencia?
Súper positivo. La experiencia de Pueblo Alberdi, como conjugación del trabajo realizado los últimos años es bellísima, es la síntesis de todo lo que se pudo construir en un contexto económico, sanitario y social muy desfavorable para los trabajadores. Cuando estalló la pandemia en 2020, nuestra estrategia territorial cambió, como cambió todo en general. Por ejemplo: de una olla popular que teníamos antes, saltamos automáticamente a ocho ollas populares dentro del territorio de la Red. Esto es un indicador que refleja la realidad.
La economía popular también comenzó a organizarse a través de ferias que funcionan los domingos en el pasaje de Agüaducho, hoy día la integran alrededor de setenta productores. La huerta comunitaria el Zapallal también congrega vecinas de la red. Son iniciativas que comienzan a funcionar como espacios autónomos, que se desprenden de estrategias que han nacido desde el centro vecinal de Alberdi y la gente se apropia, por necesidad al principio, y después por convicción. Algo similar pasó con el Centro Cultural La Piojera, donde actualmente participamos de una mesa co-gestionada con la municipalidad. Otra conquista importante tiene que ver con la plaza Elvira Ceballos, donde antiguamente había un terreno baldío hoy funciona un espacio recreativo para el barrio que cambió radicalmente esa esquina de Santa Rosa y Agüaducho, además de elegir el nombre de una histórica vecina del barrio, donde la realidad es que son pocos los espacios públicos que llevan nombres de mujeres, lamentablemente.
La identidad barrial tiene un lugar privilegiado en la agenda...
Totalmente. Otra propuesta que surge del centro vecinal, es el Museo de la Cervecería Córdoba. La idea es que se transforme en un predio similar a la plaza Elvira Ceballos, sólo que es un predio gigante y con una historia de lucha admirable. Esto se pensó desde la Red, junto al Club Belgrano y la municipalidad. Todo lo que hacemos está atravesado por recuperar la memoria de este barrio popular que significa tanto para Córdoba: el Club Belgrano, el cordobazo, la escultura del Chango Rodríguez...
Hay una propuesta que nace de la municipalidad de Córdoba en relación al edificio del ex registro civil de calle Colón, donde funcionó un centro de hisopados. Nos convocan al centro vecinal a pensar la refuncionalización del edificio y llegamos al consenso de que hayan mercados gastronómicos con productores de la economía popular como respuesta a la crisis económica.
¿Cómo es el vínculo que tienen con la actual gestión municipal?
Hacemos una lectura muy diferente de la gestión anterior. Con los radicales había una desidia completa respecto a los centros vecinales y cuestiones barriales. Cuento una zoncera: cuando se terminaban los mandatos vecinales, nosotros mismos teníamos que llamar a elecciones porque nos parecía importante legitimar el proceso democrático. Se imaginan que de coordinar el mejoramiento de cloacas ni hablar. Prácticamente no existíamos en su radar. Todo lo que significó salir a luchar a las calles por La Piojera son fotos de ese momento, gracias a mantenernos firmes logramos algo inédito que es co-gestionar un centro cultural con instituciones del barrio, organizaciones sociales del barrio y el estado a través de la municipalidad. Nuestra respuesta era frente a la desidia estatal.
La gestión actual de la municipalidad tiene una impronta muy distinta y se lo reconocemos, porque los funcionarios están para funcionar. Agradecer que mínimamente abran canales de diálogo, quizás, sería pensarse muy a la defensiva, pero reconocer la voluntad que existe es importante.
¿En términos de límites y potencias, qué analizas?
Con esta gestión tuvimos más potencias que límites. En agosto de 2020, ellos convocan una mesa de concertación para discutir siete proyectos para la zona. Una apertura a pensar esos proyectos con los diferentes espacios del barrio y la municipalidad, esto es: que el estado habilite voces para opinar y proponer, algo que no había ocurrido anteriormente. De esa mesa salieron proyectos como el mercado en el registro civil, mejorar la isla de los patos, el cementerio San Jerónimo que está en reconstrucción, el paseo pirata junto al Club Belgrano, la posible urbanización del asentamiento El bordo. El proyecto de la Cervecería fue algo que inicialmente nos negaron porque es un predio judicializado, pero insistimos mucho y hoy tenemos un proyecto concreto para los vecinos del barrio.
El signo de esta gestión es que escucha, a nosotros nos escucha. Posiblemente tenga que ver con las personas que ocupan ciertos lugares, esto es una apreciación mía, entonces hay funcionarios que abren el diálogo de forma diferente a otros miembros de la misma gestión. Esto nos ha potenciado bastante porque los centros vecinales no contamos con ningún recurso económico, ni para trabajar desde ahí, ni para garantizar los talleres que hacemos, ni para arreglar una plaza...
Efectivamente, no contar con recursos económicos es un límite para los centros vecinales. Por ejemplo, tenemos un proyecto para modificar la plaza Cisneros y quizás rasguñamos doscientos mil pesos por ser un proyecto autogestionado, pero lo cierto es que no alcanza ni para hacer una rampa de accesibilidad a la plaza. La articulación tiene límites y potencias, si uno sabe manejarlo puede encontrar hechos concretos y transparentes, pero también existen tensiones. No respetar la identidad barrial cuando capitalizan obras que son necesidades de los vecinos es algo que no aporta mucho a la articulación, ya que no somos parte de la gestión municipal y cuando se fuerza esa imagen molesta sinceramente.
¿Qué significa para vos ganar nuevamente las elecciones con tanto apoyo en las urnas?
Personalmente, es un gran desafío. No estoy acostumbrada a la exposición pública ni tengo aspiraciones individuales con la política. Dante Martínez también es un referente que estuvo al frente de las dos gestiones anteriores y entiendo que mi rol actual es garantizar la continuidad del proceso que venimos desplegando, pero no lo hago sola, sino que somos un equipo de trabajo muy solidario y transparente. Hay confianza en lo que hacemos y es una característica muy importante en todo proceso humano.
Me doy cuenta que Pueblo Alberdi me abrazó desde un inicio y nos pusimos codo a codo a pensar el barrio que nos gustaría para nuestras infancias, nos pusimos a planificarlo. La Red nace con el eje de habitar el espacio público y es por eso que resistimos el avance inmobiliario. Nuestra planificación tiene presente los derechos y necesidades de quienes ya habitamos el barrio: mi hijo va a la escuela acá, yo consumo en los comercios de acá, también trabajo acá...
¿Considerás importante la pertenencia a un territorio?
Definitivamente. La vivencia cotidiana genera pertenencia, genera arraigo a una identidad de barrio en este caso. Esto hace que cuando suceden percances, como cuando el año pasado estallaron las cloacas, la solidaridad vecinal aflore. Este asunto de las cloacas se vivió como tragedia, tuvimos entre cincuenta y cien familias con residuos cloacales dentro de sus casas durante más de una semana. Ya habíamos presentado un proyecto construido junto a la UNC en relación a la red cloacal de la zona y tuvo que ocurrir esto para atender el asunto debidamente.
Entonces, frenar el desarrollismo inmobiliario tiene que ver con evitar estas situaciones, porque es evidente que Córdoba no planificó adecuadamente su red cloacal, son muchos los barrios donde revientan los caños una y otra vez. Dar luz verde a los complejos edilicios sólo agrava este escenario, y estamos hablando de servicios básicos como es contar con cloacas en cada domicilio: una cuestión de sanidad pero también de dignidad.
¿Cuáles son los desafíos que ves para tu gestión?
El mayor desafío es continuar profundizando este proyecto vecinalista, que despliega diferentes iniciativas. El año que viene hay elecciones nacionales, provinciales y municipales, tenemos que intentar que no se corte todo lo que pudimos avanzar hasta ahora por diferencias políticas en caso de que cambie la gestión municipal.
Otro desafío tiene que ver con aceitar canales institucionales entre los centros vecinales y las distintas áreas municipales, con el objetivo de que puedan atender las diferentes demandas vecinales lo antes posible, como puede ser la limpieza de plazas, alumbrado público, el bacheo, entre otros.
Estamos en un momento clave donde hay condiciones para demostrar que con planificación y diálogo se puede democratizar el bienestar de la vida en los barrios. Esto implica frenar el desarrollismo inmobiliario que avanza sigilosamente y aumenta el costo de vida general, el efecto de ello son los vecinos que tienen que mudarse porque no pueden seguir sosteniendo alquileres altos.