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Arte callejero
El artista del semáforo en rojo
Foto: Cristian Garnica ya forma parte del paisaje urbano de Banda Norte. El artista chileno eligió Río Cuarto como su lugar en el mundo.
Cristian Garnica, malabarista chileno, descubrió en la adolescencia que su pasión era el circo y decidió emigrar de Chile para cumplir su sueño. Tras recorrer varios países de Europa y América, decidió que Río Cuarto era su lugar en el mundo. Y la intersección del semáforo de Marcelo T de Alvear y Garibaldi, su lugar en la ciudad.
Publicada el en Entrevistas

Sus silbidos se oyen a dos cuadras del Parque Sarmiento. Su chaleco naranja y la pelota amarilla desteñida parecen absorber los destellos del sol. Mientras el semáforo está en verde, practica sobre la amplia vereda que rodea al parque; la luz roja marca el inicio de su breve espectáculo: toma sus clavas, la pelota de fútbol y hace maravillas. Su habilidad y destreza llaman la atención de los conductores, obligados a hacer una pausa en la vorágine del caótico tránsito riocuartense. Cuando el semáforo vuelve a ponerse verde, todos arrancan de nuevo. Algunos le ofrecen una sonrisa; otros extienden rápidamente la mano por la ventanilla para darle una propina. Cristian Garnica, un malabarista chileno enamorado de Río Cuarto, dice que disfruta de ambos gestos. Cuenta que trabaja dos horas a la mañana y otras dos a la tarde, siempre en el semáforo de Marcelo T de Alvear y Garibaldi. “Es un deporte para mí, es un momento de entrenamiento donde la gente disfruta lo que hago y me retribuye, pero esa retribución yo la tengo que usar para vestirme, comer y pagar un lugar para dormir. Y de esa manera poder seguir mejorando esa función y seguir entrenando”, explica. Y cuenta que disfruta mucho el minuto que tiene cada vez que el semáforo se pone en rojo: “Uno nota que crea pequeños momentos, un minuto donde ellos se desconectan de lo que viven día a día y disfrutan del espectáculo. A mí muchas veces ni siquiera la plata me motiva a hacerlo, sino mostrar mi espectáculo y que la gente lo entienda”.

“La gente logra desconectarse en los semáforos porque yo también me desconecto, estoy muy concentrado en lo que estoy haciendo, no estoy pensando ni en la plata, ni en el tiempo, ni en los problemas. Logré concentrarme tanto en lo que hago que lo puedo transmitir sin ningún prejuicio, la gente lo puede ver sin necesidad de entregar plata”, insiste. Y dice que el semáforo marca, a su modo, un lugar de encuentro: “Yo quiero estar con la gente y mezclarme con ellos. En el semáforo me ven constantemente actuando, entrenando y mejorando. Todos los días intento agregar algo nuevo, cambiar las perspectivas, estudiar teatro, mejorar vestuarios y dar la oportunidad a que el arte crezca”.

Arte y trabajo

Para Garnica no es lo mismo un artista callejero que un trabajador de la calle. El primero, dice, tiene mucho trabajo detrás del acto que representa: “Tenés que perfeccionarte en actuar, en desplazarte, en mejorar tu condición física, tu alimentación. Tu estilo de vida debe basarse en eso. Si lográs el equilibrio, ahí realmente la gente lo empieza a valorar”. Remarca las virtudes que debe tener un artista para ser reconocido por su público: “Ser buena onda, uno se debe al público, trabajás para el público. Soy un trabajador de la gente, estudio lo que a la gente le gusta y voy mejorando mis funciones, voy ampliando mis conocimientos a través de viajes, más que todo para traer nuevos conocimientos acá”.

En su permanente afán de superación, Garnica viajó a Europa. Quería conocer distintas lenguas y formarse con otros tipos de trabajos artísticos. Cuando cuenta su viaje la gente se sorprende. ¿Un malabarista que viaja en avión? “Hay un estigma acerca del trabajador de la calle, la gente debe entender que es normal tener una casa, es normal realizar un viaje, es normal subirte a un avión, es normal tener para comer todos los días, y todos lo deberían tener, tanto los artistas como los trabajadores”, explica.

El fútbol es otra de sus grandes pasiones. Por eso incluye la pelota como un elemento muy valioso en su número artístico: “Desde que descubrí el balón de fútbol encontré el más versátil de los malabares, porque gira, rebota, lo lanzo, lo domino, puede ocupar cualquier parte del cuerpo y al combinarlo con las clavas, mezclo el circo con el freestyle. Además, me da una herramienta que me acerca a la gente, al balón de fútbol ya lo conocen, entonces es acercarle algo conocido, pero con más destreza”, explica. “Hace 17 años que hago esto y ya pasé varias etapas de aprendizaje, ahora estoy en una mezcla de cosas, combino el fútbol con los malabares”, agrega.

Para Garnica, la perseverancia y la voluntad son conceptos claves en la vida de un artista callejero: “El problema se da cuando la persona se desenfoca de lo que está haciendo. Situaciones en la que el artista callejero está en el semáforo y se ve de mal aspecto, o no se ha bañado, o incluso está tomando alcohol, en esas ocasiones se pierde la esencia del arte. Quizá esté buscando una manera de obtener dinero y mantener sus cosas y está bien, pero como artista cada uno debería enfocarse en mejorar su número y con la plata que uno recauda autofinanciarse”, advierte.

Sobre el malabarismo que practica en la esquina de los semáforos, explica que hay dos formas de practicar la disciplina: la artística y la deportiva. Sobre la primera, dice que es la expresión de sí mismo que se va a desplazando hacia afuera a través de la manipulación de los objetos, que son una extensión de los pensamientos. Es el tipo más amplio y el más contemporáneo. Sobre la forma deportiva, dice que también es una extensión de los pensamientos, pero más rigurosa, por lo que requiere un entrenamiento específico. Explica que se rige por una teoría matemática -la numerología- que además implica aplicar ejercicios como calistenia, respiración, baile y aeróbico. Todo, en su conjunto, constituye la disciplina del malabarismo deportivo.

Garnica se identifica con ambas ramas: “Soy una mezcla de todo, practico varios deportes y los voy combinando. Ahora entreno calistenia, salgo a correr, estoy con los malabares, bailo, hago aeróbico de boxeo y eso me da una base en la estructura física”.

Río Cuarto

Nacido en la localidad sureña de Temuco, en Chile, de adolescente emigró en busca de cumplir su sueño: ser malabarista profesional. Hoy, con 32 años, Garnica vive en Río Cuarto junto a su hijo de 10 años, tiene trabajo y disfruta de su oficio. “Venía con muchas ganas de quedarme en Río Cuarto. Mi hijo ya está en el colegio y estoy con varios proyectos acá. Viaje muchos años para encontrar mi lugar y siento que ya lo encontré”, insiste.

Se decidió por Río Cuarto tras recorrer otros posibles destinos para radicarse. Evaluó especialmente la población, el tamaño de ciudad y el tipo de gente. Garnica admira la cultura cordobesa y le gusta cómo son los riocuartenses: “Siento que aquí la gente valora un montón lo que hago. Me ve avanzar y lo entiende, ahí va lo que quiero hacer, que la gente entienda que esto puede ser algo cercano a ellos”, reflexiona.

Antes de afincarse en Río Cuarto, Garnica vivió tres años en Copiapó, al norte de Chile. “En las dos ciudades tuve esa conexión con la gente que reconoció mi trabajo y aunque no esté en el semáforo, la gente pasa y me saluda, es lo más lindo que me llevo de trabajar en la calle”, remarca. Cuando vivía en Santiago de Chile conoció chicos de Argentina, Perú y Bolivia, pero siempre tenía mejor relación con los de Córdoba. “Tuve amigos cordobeses antes de venir para acá, charlamos mucho, me enseñaron a tomar mate y me convidaron fernet. Siempre dije que cuando buscara algún lugar para vivir, iría a Córdoba y me quedé con eso”, recuerda.

No todo fue grato en su recorrida por el mundo. “Experiencias positivas tenés en todos lados, desde aprendizajes hasta gente que conocés, pero también pasé malos ratos. Lo peor que me sucedió fue estar detenido por ser artista”, recuerda. Y explica: “Muchos países funcionan con entes migratorios. Eso me ocurrió en Perú, con 18 años, a la semana que me fui de Chile. El policía, con una actitud racista y xenófoba, me detuvo por mi nacionalidad y me expulsó de la ciudad”. En Bolivia le ocurrió algo similar: “Allá la policía trabaja mucho en la calle con el tema de la coima, entonces los que están en la calle pagan. Muchas veces te levantan los de Migración, ya que allá no podés trabajar si sos extranjero. Si no tenés un papel de trabajo, no tenés oportunidad de trabajar”, explica. “Sin lugar a dudas las detenciones fueron las peores experiencias que pasé: primero te sentís mal porque sos de otro lado y te detienen por tu nacionalidad; y segundo porque estaba creando una expresión artística. Eso es lo más feo que me pasó: estar detenido por ser artista”, insiste.

Con toda esa experiencia a cuestas, Garnica prefiere las ciudades pequeñas: “Cuando estuve en Buenos Aires, el día a día de allá no me gustó, es muy acelerado y por ahí tenías dos horas de colectivo de ida y otras dos para volver. También la gente está muy enojada allá, hay mucho enojo y problemas”, cuenta. Viajó con sus malabares por Bolivia, Perú, España, Italia, Francia, Alemania y Austria. Y llegó a una conclusión: “Argentina es el país que más me gusta, sobre todo por la interacción social y por cómo se vive acá. Los mejores recuerdos los tengo en este país y sobre todo en Río Cuarto”, concluye.

Gabriel Saenz
- Estudiante de Comunicación Social -