El septiembre de este año pudo ser recordado como el septiembre negro de la historia argentina. Las imágenes que martillaron una y otra vez la conciencia de millones de argentinos en las pantallas de televisión, computadoras y celulares, alertaron sobre la posibilidad real de que se concretara un magnicidio en el país. La pistola empuñada por un fanático filo nazi a centímetros de la cara de la vicepresidenta hizo erizar la piel a millones de argentinos que, conmovidos y conmocionados, salieron espontáneamente a las calles en todo el país. El movimiento telúrico que siguió a la infame acusación del fiscal Diego Luciani se convirtió en un auténtico Cristinazo, una pueblada que recorrió el país de punta a punta y de la que Córdoba, la Córdoba gorila y antikirchnerista, no estuvo ausente: pese al desgaste de su fallida dirigencia, más de 50 mil cordobeses llenaron las calles del centro de la ciudad. La movilización popular se replicó con igual entusiasmo y participación en las principales ciudades del interior.
La acusación de Luciani llegó cuando la economía desmadrada del país parecía (re)encaminarse de la mano de un abanderado de “la avenida del medio”, el moderado Sergio Tomás Massa, ministro plenipotenciario y esperanza blanca de la derecha que sueña con un ajuste peronista como el de los tiempos de Carlos Menem. Sin otro horizonte que calmar a los mercados y evitar el colapso financiero que auguraba la renuncia por twitter de Martín Guzmán, todo parecía encaminarse a una transición ordenada hacia la próxima derrota electoral.
Pero apareció Cristina. Una figura a la que mientras más atacan, más parece fortalecerse. Una figura que, ante la evidencia de su posible asesinato, terminó despertando grandes pasiones contenidas. El peronismo y sus aliados del Frente de Todos no tuvieron otra opción que alinearse, una vez más, ante la evidencia de que Cristina es la única líder capaz de empatizar con su pueblo. Rendidos una vez más ante la evidencia, hasta los funcionarios más reacios se cerraron filas en su defensa y terminaron aceptando su indiscutida centralidad política, su liderazgo nato y la simbiosis de su figura con las grandes mayorías populares.
El primero de septiembre a la noche, un fanático influenciado por el discurso del odio pregonado sin cesar por los medios de comunicación hegemónicos le martilló una pistola a diez centímetros de la cabeza a Cristina. Milagrosamente, la bala no salió. Y, como el ave Fénix, Cristina volvió a reencarnar políticamente con igual o más fuerza que el día que murió Néstor Kirchner.
Los fenómenos populares son profundos y difíciles de explicar. Cuando la derecha creía que la tenía acorralada, el pueblo la volvió a subir al altar. Al altar de la política, de la vida y de la milagrosa redención. Porque el destino quiso que la bala no saliera. Y la bala no salió.
Fue tal la conmoción popular que prácticamente ningún dirigente político –con excepción de los ultramontanos Patricia Bullrich y Javier Milei- se atrevió a no repudiar el frustrado intento de magnicidio. Desde el siempre refractario gobernador Juan Schiaretti hasta el converso antikirchnerista Luis Juez sumaron sus voces de repudio al atentado contra la vicepresidenta, mientras el diputado ultraschiarettista Carlos Gutiérrez volvía sobre sus pasos y pasaba de cuestionar la “sobreactuación” del oficialismo a comparar la declaración de repudio en el Congreso con el Nunca Más. No pareció casual que, rápido de reflejos, el intendente de Córdoba capital y seguro candidato a gobernador fuera uno de los primeros en manifestar su solidaridad con la vicepresidenta.
La movilización realizada el viernes 2 de septiembre en Córdoba prácticamente triplicó en cantidad de gente convocada para repudiar las acusaciones del fiscal Luciani. Los propios medios de comunicación capitalinos, siempre reacios a darle espacio al kirchnerismo, admitieron que hubo más de 50.000 personas en las calles del centro de Córdoba. Hasta en Río Cuarto, tierra históricamente adversa al kirchnerismo y poco afín a las movilizaciones populares, más de cinco mil personas marcharon desde la Plaza Roca al Concejo Deliberante, con una alegre escala en la Justicia federal para recordar que en ese ámbito nació el huevo de la serpiente.
Nuevo escenario
La persecución judicial y el frustrado atentado contra Cristina la vuelven a ubicar en el centro de la escena política, situación que difícilmente cambie en el corto plazo. Y que sin duda condicionará el desarrollo del juicio absurdo por el que se pretende condenarla y proscribirla: una causa armada por un grupo de jueces y fiscales que juegan al fútbol en la quinta del ex presidente Mauricio Macri y no disimulan su inquina hacia la ex presidenta en sus grupos de Facebook y WhatsApp.
Al acorralar a Cristina, los principales actores del lawfare la terminaron fortaleciendo. Condenado a transitar su último tramo de mandato casi como una figura protocolar si quiere sobrevivir a su propia inercia, Alberto Fernández no parece tener otra opción que alinearse decididamente detrás de la figura política que concita el fervor popular y genera la única expectativa de futuro en las filas del alicaído oficialismo. Obligado a cumplir un rol más técnico para evitar el colapso económico, Sergio Massa parece obligado a reafirmar su reconciliación política con Cristina y potenciar la buena relación que construyó con Máximo Kirchner en el Congreso Nacional. Por cierto, el obligado repliegue del primogénito de Néstor también pareciera haber llegado a su fin. Ante el embate que le pudo costar la vida a su madre, ahora parece decidido a apuntar su regreso a la Casa Rosada.
De confirmarse la tendencia, lo más probable es que una eventual candidatura presidencial de Cristina vuelva a polarizar a un electorado que, del otro lado, tendrá que elegir entre halcones y palomas. ¿Macri o Rodríguez Larreta? ¿Manes o Morales? ¿Cornejo a Bullrich? No sobran nombres que garanticen la unidad en la oposición, que parece haber abandonado decididamente el perfil moderado para disputar el liderazgo de un discurso cada vez más volcado a la derecha. ¿Creerán que conservando el voto libertario llegarán nuevamente al poder? ¿Seguirán tensando la cuerda peligrosamente, como hizo Rodríguez Larreta con el absurdo operativo policial que cercó a la vicepresidenta en su propia casa? ¿Suspenderán sus medios de comunicación afines y superpautados sus ataques sistemáticos a Cristina? ¿O, por el contrario, redoblarán la apuesta para buscar una polarización que licúe los votos libertarios?
En un país todavía shockeado por las últimas corridas cambiarias y los golpes de inflación que no ceden, el resurgimiento político de Cristina implica un cambio de paradigma en el escenario político nacional y en las propias filas del oficialismo. Porque si ella es la única dirigente que puede plantar algo diferente al ajuste de Cambiemos y Massa, tendrá que ingeniárselas para reagrupar fuerzas sin romper el Frente de Todos, por ahora la única herramienta electoral con que cuenta el peronismo para ilusionarse con mantener el poder.
Córdoba va
¿Qué sucederá en Córdoba? ¿Aprovechará el kirchnerismo para reagrupar fuerzas luego de su virtual disolución institucional tras la obligada renuncia de Pablo Carro a presentar lista propia en la elección de gobernador que ganó Schiaretti por abrumadora mayoría? ¿Seguirá fragmentado detrás de figuras aisladas y desgastadas como la gerenta general de La Cámpora o las viudas reconvertidas de José Manuel De la Sota? ¿O apostará a una renovación de su propia dirigencia en función de un proceso interno que vuelva a posicionarlo como la tercera fuerza política de la provincia? ¿Irá con fórmula propia en 2023 o acompañará a Martín Llaryora en la inevitable renovación generacional de Hacemos por Córdoba?
“Falta mucho. Falta un Mundial”, ironiza un hombre cercano al intendente de Córdoba. “El Partido Judicial lanzó la candidatura de Cristina. El que no se sube ahora, pierde el tren de la historia”, se entusiasman los peronistas desencantados con Alberto Fernández.
Los primeros pasos de la magistrada y el fiscal que deberían esclarecer el atentado a Cristina confirman que nada se puede esperar de la Justicia Federal. Y que la famosa grieta, lejos de las declaraciones políticamente correctas que (casi) todos hicieron tras la conmoción del frustrado magnicidio, se volverá a abrir de cara a la disputa del poder el año que viene.
Las cartas están echadas. También en Córdoba.