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Onetti - Galeano - Benedetti
La delantera de ensueño del último café
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El histórico Café Brasilero de Montevideo fue el reducto predilecto de tres grandes figuras de la literatura uruguaya y universal. En ese lugar sin tiempo confluyen las historias de Eduardo, el “pata de palo” que se hizo crack al escribir “El fútbol a sol y sombra”; Mario, el periodista deportivo de las crónicas irónicas; y Juan Carlos, el boletero del Estadio Centenario.
Publicada el en Crónicas

En el prólogo de “El fútbol a sol y sombra”, el libro que lo convirtió en un crack del mundo de la pelota, el escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) se reconocía como “el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país”. “Jugaba de entreala derecho, lo que sería ‘el ocho’. Era pésimo, horroroso. De día nunca pude ni siquiera llegar a la sombra de la sombra de la sombra de lo que yo mismo me veía hacer mientras soñaba de noche”, le contó alguna vez al semanario deportivo El Gráfico.

En esa misma entrevista, Galeano reveló que su manifiesto sobre el más popular de los deportes surgió a partir de “una necesidad de expiación”, pero también de la indignación que le provocaba “el vacío del futbol en la literatura contemporánea y en los libros de historia”. El también autor de “Las venas abiertas de América Latina” y “Memorias del fuego”, entre otras obras maestras, definía al fútbol como “un espejo del mundo”.

Igual que Galeano, Mario Benedetti (1920-2009) se enamoró de la pelota desde chico, abrazó los colores de Nacional y admiró a Juan Alberto “Pepe” Schiaffino, ídolo de Peñarol y protagonista del Maracanazo del ‘50. También deslumbró con la pluma, claro. “Nunca le tuve desconfianza al fútbol, inclusive he escrito cuentos sobre fútbol”, decía el escritor y poeta. “El césped” y “Puntero izquierdo” son dos de esos textos más conocidos.

Benedetti, arquero frustrado por un pelotazo en la boca del estómago que tempranamente le quitó el aliento y la vocación, también fue periodista deportivo. Durante varios años, su rutina fue pasarse los fines de semana en el Estadio Centenario, donde Peñarol oficiaba de local los sábados y Nacional hacía de anfitrión los domingos. Escribía crónicas en clave de ironía, que firmaba con el seudónimo “Orlando Fino”. De grande seguía yendo a la cancha porque consideraba al fútbol “una terapia macanuda”. Benedetti fue tal vez quien mejor escribió sobre “táctica y estrategia” y su obra incluye unas glosas dedicadas a Diego Maradona, que tituló: “Hoy tu tiempo es real”. “Aquel gol que le hizo a los ingleses con la ayuda de la mano divina es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios”, refirió sobre la obra cumbre del “10” argentino en México ’86.

A diferencia de Galeano y Benedetti, Juan Carlos Onetti (1909-1994) era hincha de Montevideo Wanderers, equipo que tiene su cancha en El Prado, el barrio donde se asentó la aristocracia uruguaya en el Siglo XIX. Y no escribió de fútbol. Apenas algunas vagas referencias a este deporte pueden leerse en ‘Cartas de un joven escritor’. "Me voy para el Stadium a fin de crearme una sensibilidad de masas, multitudinaria y unanimista", afirma en una de ellas. En otra, alude al Estadio Centenario y al Mundial de 1930 que ganó el anfitrión Uruguay: "Frente a mí, el pueblo; encima mío, el orgulloso mástil donde flameara la insignia de la historia, las gloriosas tardes de 4 a 0, 4 a 2 y 3 a 1, la gloria entre aullidos, sombreros, botellas y naranjas".

Una de las evidencias más concretas de la relación entre Onetti y el deporte más popular del planeta se encuentra en una correspondencia privada fechada el 10 de julio de 1937 y dirigida al pintor y crítico de arte argentino Julio Payró: "Novedades no hay, salvo que me han prometido emplearme como vendedor de entradas en el Estadio o cancha de Nacional de Fútbol; creo que el domingo ya entraré en funciones".

Galeano, Benedetti y Onetti son el tridente de avanzada, la delantera de ensueño del Café Brasilero, un histórico reducto del Centro Viejo de Montevideo, cuya alineación de ilustres habitués completan nombres como José Enrique Rodó, Carlos Gardel, Idea Vilariño, Francisco Canaro, Aníbal Troilo, Daniel Viglietti y personajes locales como Luis Alberto de Herrera, histórico caudillo del Partido Colorado del siglo pasado o Wilfredo Penco, actual presidente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay.

Del “zorzal criollo”, quien animó las concentraciones de los seleccionados uruguayo y argentino antes de la primera final de la Copa de la Fifa, se cuenta que durante sus estadías en Montevideo solía aparecerse de noche con amigos; que compartía con ellos charlas y copas sentado en la barra y que también les dedicaba algún que otro tanguito cantado “a capella”.  

Dos mesas, tres libros

Andar por Montevideo y no visitar ‘El Café Brasilero’ podría equipararse a un pecado mortal. Vale la pena, aunque haya que sortear el cansancio de una larga jornada de excursión o atravesar las frías ráfagas del viento de agosto que van y vienen desde La Rambla hasta el puerto. Más allá de que al cruzar ese umbral que es la puerta de Ituzaingó 1.447, ya casi de noche, el mozo acompañe su saludo con la frase “disculpe, ya está apagada la máquina de café”. Nada que no pueda reparar la amabilidad de Florencia Gómez Oribe, la gerenta general, que asume con gusto el papel de guía y hasta se ofrece a sacar la típica foto “en la mesa de Galeano y Benedetti”.

Es la propia Florencia, argentina ella, quien cuenta la historia del rincón del bar que emparenta a dos de las más grandes plumas de Uruguay: “A ambos les gustaba sentarse en el mismo lugar, al lado de una de las ventanas que da a la calle. Cuando falleció Benedetti, Galeano le reconoció públicamente la ‘propiedad’ de la mesa y dijo que él simplemente la tomaba prestada”.

Muy cerquita del célebre recoveco, un cuadro reproduce la tapa del libro “A imagen y semejanza”, antología de cuentos de Benedetti, que lo retrata en el lugar. “Él frecuentaba el Café Brasilero antes de la fama, cuando era gerente de la Ex-Industrial Francisco Piria, que se ubicaba en Sarandi y Treinta y Tres”, refiere García Oribe. Se dice que Benedetti transitaba en los bares las horas de descanso entre los dos turnos laborales que debía cumplir en la empresa inmobiliaria que administraban los herederos del alquimista fundador de Piriápolis, y que en esa rutina encontró inspiración para algunos de sus primeros escritos. “A partir de esa cosa gris que tiene la vida oficinista, yo traté de encontrar una esencia poética”, admitió una vez.

“Galeano fue la presencia más notoria y conocida desde los años noventa”, destaca Gómez Oribe. Lo recuerda sentado casi todas las mañanas bebiendo café, tomando apuntes en una libretita, hablando con conocidos y desconocidos, firmando libros, dando entrevistas o simplemente viendo el mundo pasar. “Yo soy hijo de los cafés de Montevideo. Cafés como éste, el más antiguo de todos. Cafés de los tiempos en los que había tiempo para perder el tiempo”, supo decir el autor de “Su majestad el fútbol” en una nota que le concedió a la Televisión Española en el histórico reducto.

“Algunas veces, cuando tenía una reunión importante o no quería que lo molestaran, le habilitábamos un altillo que había detrás”, cuenta la anfitriona, y muestra uno de los retratos que adorna las paredes con la imagen de Galeano en el inconfundible frente donde se lee “Café Brasilero, 1877”. Señala al escritor como “figura clave” para que el bar más antiguo de Montevideo fuera declarado “de interés cultural” y asegurara su subsistencia. “Éste es el último café de los mohicanos, el que sobrevivió al arma fatal del progreso, porque los demás quedaron arrasados, convertidos en porquerías de plástico”, refirió Galeano en otra nota que concedió allí.

Galeano fue Socio N°1 y padrino del Café Brasilero, el “templito de amor” donde cumplía su “ceremonia sagrada”. Allí presentó “Espejos, una historia casi universal” en 2008, el mismo año en que recibió en Córdoba el carné N° 22.220 del Club Atlético Belgrano. Una especie de cappuccino que lleva su nombre hoy es uno de los más pedidos en el bar del casco histórico montevideano, donde en cada mesa yace un frasco de dulce de leche. Su origen divide opiniones en el Río de la Plata, igual que el mate y Gardel.

En el Café Brasilero, Onetti escribió las primeras palabras de “El Pozo”, novela fundacional de la literatura uruguaya moderna. Los memoriosos lo recuerdan acompañado de un café “bien cargado y sin azúcar”, fumando “como chimenea” y entusiasmado con la pluma, al punto de tornar insuficiente el cuaderno que llevaba cada tarde. La anécdota es conocida en Montevideo: Onetti terminaría comprando la mesa que habitualmente ocupaba en el bar de Ituzaingó y 25 de Mayo para poder garabatearla a su antojo sin necesidad de limpiarla cada vez que debía marcharse.

El bar de la delantera de ensueño -el “pata dura” que reflejó la vida a través de una pelota, el cronista deportivo que escribía en clave de ironía y el boletero del Centenario- tiene 145 años. Fue fundado por Correa y Pimentel, “un portugués y un brasileño” según la escueta referencia que supimos conseguir. Eran tiempos en los que los parroquianos aún no gastaban su tiempo hablando de balones, de goleros o de centrojás. Recién un par de años más tarde, en 1880, un partido entre Montevideo Rowing Club y Montevideo Cricket Club (algo así como el Peñarol-Nacional de aquella época) daría el puntapié inicial de la historia del fútbol uruguayo.

Hugo Caric
- Periodista -