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Memoria y literatura
Retazos de una sobreviviente
Por | Fotografía: Diego Cabrera
Foto: Miguel Cabrera y Eugenia Pujadas durante la presentación de su novela en el auditorio de Radio Nacional Córdoba.
Miguel “Coco” Cabrera y Eugenia Pujadas, cómplices literarios de una historia conmovedora: la de la familia Pujadas, diezmada por el terrorismo de Estado en la Córdoba previa al golpe cívico militar de 1976.
Publicada el en Crónicas

En agosto, mientras se conmemoraban en el sur del país los 50 años de la masacre de Trelew, en Córdoba Eugenia Pujadas presentaba su primera novela en el auditorio de Radio Nacional junto a Miguel “Coco” Cabrera, su alter ego en una experiencia novedosa: una biografía a dos voces, que junta desde la literatura y el testimonio los retazos de dolor y esperanza entre los que creció y vive su protagonista. El libro conmueve por los episodios históricos que cuenta a partir de la vida de Eugenia y por el modo despojado y lleno de vida de su escritura. Se aprecia el cuidado de no sumergir al lector en situaciones mortificantes innecesarias y la delicadeza en el tratamiento del dolor por el asesinado de seres queridos, en una época convulsionada políticamente.  

La historia se sitúa varios años antes de la dictadura cívico-militar del ´76, recordándonos que ya existían los métodos clandestinos propios de la represión: desapariciones, secuestros y fusilamientos. Mariano Pujadas fue el tercer hijo de esta familia de inmigrantes españoles asesinado junto a otros presos políticos en Trelew, en 1972. Tres años después, en 1975, una patota del Comando Libertadores de América - la Triple A cordobesa- ingresó a la casa quinta de la familia y asesinó a casi todos sus miembros. Dejaron viva a la nieta de la familia, una bebé, y a su tío de once años. ¿Cómo sobrevivió Eugenia a tanto dolor? “Es el amor de quienes pudieron estar cerca, siempre es el amor”, dice ella. Un círculo íntimo que la protegió con un cono de silencio sobre esos sucesos.  Hasta que en 2006, ya adulta, Eugenia sintió la necesidad de enfrentarse a la verdad. Buscó el expediente en Tribunales y conoció lo acontecido. Como parte de esa búsqueda se unió a Miguel “Coco” Cabrera y juntos fueron hilvanando los retazos para que ella, y de su mano también nosotros, podamos hacer memoria sobre aquellos años. En diálogo con El Sur, Cabrera cuenta cómo fue el proceso de escribir el libro “La mujer que se hizo hilvanando retazos”, que desde agosto circula como un aporte más a la memoria colectiva. “A Eugenia la conozco desde hace mucho, pero hace menos de un año me propuso escribir un libro sobre su vida. Siempre nos hemos visto los 24 de marzo en el acto conmemorativo del cementerio San Vicente, en el memorial, el monumento a los desaparecidos. Yo quedé encantado y empezamos un ciclo de encuentros que llegó a ser de hasta dos veces por semana. El método fue muy sencillo: ella hablaba y yo iba tomando notas. Un pequeño episodio de su vida a mí me disparaba una cadena de situaciones imaginarias, que me daba pie para entusiasmarme en un capítulo. Tuve en cuenta el tema ficcional con la premisa de nunca irme de la historia real, respetando los episodios que había leído en el expediente, los nombres y la participación de cada uno”, cuenta Cabrera.

- ¿Qué te decidió a embarcarte en esta novela?

- Escribir siempre me gustó, tengo escritos muchos cuentos cortos y estoy ligado a una escuela de relatores. El caso Pujadas es muy interesante y todavía no ha generado las preguntas que deberían escucharse. En la presentación del libro remarqué que el asesinato de los Pujadas había ocurrido en el ´75 porque hay que hablar de esos años en los que todavía no estábamos en dictadura y sin embargo había desapariciones, crímenes y secuestros. Tengo la sospecha política de que hay cierta omisión no tan inocente al respecto. El otro tema era hablar de una familia española que, huyendo de los estertores de la guerra civil, decidió en el ´51 venir a Córdoba porque allá se seguía viviendo una ola de asesinatos y fusilamientos clandestinos. Con lo cual también el fin de la guerra civil española era un mito.

- ¿Sugerís que hay una fecha histórica que no es justa en ambos casos?

- Así es. Y lo otro es que el caso Pujadas es uno de los primeros en los que una familia entera es asesinada. Ahí vemos la figura del “escarmiento”: fue fácil para los represores constatar que cuando secuestraban a alguien, al poco tiempo sus familiares se reunían con otros, golpeaban las puertas de comisarías y cuarteles, buscaban abogados. Veían venir el tema de la organización de familiares de presos y desaparecidos. Tal vez pensaron: “Terminemos con toda la familia, porque esta gente está jodiendo”. Los Pujadas viejos no eran militantes, eran una pareja de médicos prestigiosos con muy buena situación económica en España. Se vinieron a Córdoba huyendo de la violencia del franquismo para preservar la vida de sus hijos. Colgaron los guardapolvos, pusieron una avícola y se dedicaron a la tierra. Es un caso tremendo: una familia que huye de la violencia y cae acá en una espiral absurda de violencia. Venían advertidos por el doctor Carlos Quiroga, su amigo cordobés: un ejemplo profundo de amistad y lealtad, preparó su llegada y años después los tuvo que despedir en la morgue. Fue tremendo, uno de los grandes dolores de su vida.

 EL ESCARMIENTO

- ¿Por qué quisieron “escarmentar” a los Pujadas? Había muchas familias con hijos que participaban en política.

- Los Pujadas eran una familia cuasi conservadora en sus orígenes, bastante religiosa, con seis hijos. Vivían en el campo, con hábitos cotidianos de mucha tranquilidad: la paz que ellos soñaban. Cuando cae Mariano, el hijo, a causa de la toma de La Calera en los años ´70, les generó una profunda crisis. Empiezan a visitarlo en la cárcel de Rawson, donde había sido trasladado. Su fusilamiento en Trelew cambió para siempre los hábitos de la familia. Se rompe la ilusión de vida y el proyecto que habían construido y empiezan a tomar recaudos. Imagínate que ellos vivían en un campo camino a Guiñazú y, después de lo de Mariano, hubo vigilancia, citaciones a la Policía, allanamientos. Todo con el ánimo de apretarlos y joderlos. Entonces van tomando un carácter más fuerte, se van poniendo temperamentalmente más agresivos con la policía, acuden a abogados, se reúnen con otra gente, empiezan a viajar a Trelew. Y en los mítines la voz de José María, el viejo, empieza a ser una voz cantante. Se hicieron militantes. La marca es la muerte de Mariano.   

- ¿”La mujer…” Es tu primera novela? ¿Cómo la describirías?

- Sí, es mi primera novela. La historia política en general me apasiona. En este caso, es una pieza literaria acerca de una historia reveladora políticamente, que tiene muchos episodios de interés y que entusiasma leerla. Tiene algunas sugerencias literarias que nos interpelan, como el momento imaginario en el cual Mariano y su padre, José María, se preguntan si sirvió el sacrificio, si sirvió morir. Con el diario del lunes es fácil hacerse el guapo sobre el revisionismo y la crítica histórica, pero todavía hay muchas preguntas que no han logrado responderse. Por ejemplo, el gobierno de Isabel, las tres A, la responsabilidad del peronismo en esos años horribles. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que era una tierra caótica de bandas de ultraderecha, que mandaba López Rega. ¿Cuál es la responsabilidad de Perón sobre lo que le sucedió a Atilio López? Son preguntas que incomodan. La novela trae plantea interrogantes también sobre la lucha armada y la violencia.

- ¿Cómo se construyó el vínculo íntimo entre quien cuenta y quien escribe? ¿Cómo fue escribir en primera persona la vida de una mujer?

- Es curioso, pero para mí fue muy fácil transformarme en ella. Eugenia habla poco y yo me iba con un recuerdo más que breve de cada encuentro. Entonces pensé: “Tengo que encarnar profundamente la situación, porque si no no voy a poder ver algunos detalles que ella no me ha dicho”. Por ejemplo, los pasajes de ensueño donde entra a una habitación y ve a una bebé acurrucada y abrazada con su tío de once años. Eso es caminar en el cuerpo de ella, es recorrer la quinta como si yo fuera ella, cuando en verdad yo a la quinta sólo la conozco por fotos.

- ¿Ella fue tomando decisiones en la novela? Vamos por acá… Con esto no me quiero meter…

- Sí, exactamente. Hay una escena que me parecía interesante en la morgue del hospital San Roque, donde el médico amigo de los viejos Pujadas y el hijo de éstos, Ricardo, estudiaron cada cadáver para demostrar que habían sido fusilados. A esto lo escribí, pero Eugenia me dijo: no, es mucho. Se ha escrito mucho sobre esta masacre y en un tono comercial, con escenas cruentas que terminan siendo una crónica policial-judicial de baja calidad. Siempre traté de escaparme de ese formato. La historia va tomando aire y se va enriqueciendo con cosas reales, del campo, como que uno de los tamberos es de River y el otro es médico. Esas descripciones le dan aire a la historia. Fue la forma que encontré para narrar una historia que oprime, de modo que fuera respirando.

- ¿Hay episodios familiares que Eugenia conoce a partir del proyecto de la novela?

-Sí, hace un año se juntó con Ángela, su tía materna. Y después la visitó Ángeles, su tía paterna, que vive en España. Tuvieron una larga charla sobre cómo trataron a su madre, Mirta, en España, donde llegó muy lastimada; de lo complicado que se puso porque ella quería venir a Argentina a toda costa a ver a su pequeña hija. Y le decían que era peligroso, era el año ´78. Hubo un empecinamiento amoroso, ciego, por encontrarse con su hija, sin ver todos los problemas que eso podía ocasionar. Meses después que Mirta regresó a Córdoba secuestraron a su hermana Chela. La familia Bustos seguía siendo asediada. La abuela de Eugenia decía: “Mirta nos está poniendo en peligro”. Le hablaba desde Buenos Aires para avisar que se venía para Córdoba, y ella le pedía: “No vengas, te pido por favor que no vengas, está fea la cosa”. 

 REDESCUBRIRSE

-¿Por qué Eugenia demoró tanto tiempo en buscar su historia? Recién lee el expediente de la familia Pujadas en el 2006.

-Evidentemente ella venía en un proceso imparable de revisar, de recordar, de sumergirse. Y explota el día que va a buscar el expediente a Tribunales, acompañada de una amiga que le dice: “No flaca, vamos, pedí el expediente, te lo tienen que dar”. A partir de ese día decide hacer carne ese deseo de saber muchas cosas que, a cuentagotas, le habían contado sus abuelos. Ya con lo de su madre, con el secuestro de su tía Chela, fue madurando desde pequeña la necesidad de salir de la ignorancia sobre lo que había sucedido. No fue fácil, porque ignorarlo había sido un modo de protegerse, de preservarse. Su madre logró sobrevivir ocho años a su lado. Durante ese tiempo se fue enterando de algunas cosas. Una vez la escuchó a la madre contarle a la vecina, mientras colgaba las sábanas en el patio, las cosas que le habían hecho. Todo ese bagaje de información, a medias, a cuentagotas, le fue dando volumen a un deseo mucho más intenso que la decidió a decir basta.

-¿Qué lugar ocupan los expedientes en la recuperación de la historia?

Son dos cuerpos muy gruesos, a los que Eugenia les hizo fotocopias. Yo me los llevé a casa y estuve varios días tomando notas de lo que me pareció significativo para la novela. Había mucha información: mapas, croquis de la casa, el recorrido de la gente, cómo bajaron los cuerpos, a qué hora, los testigos, los bomberos, la Departamental.

-¿Hay alguna reparación cuando se escribe en relación al dolor?

- Muy intensa. Eugenia hizo un proceso extraordinario de recuperación, que le pega en el palo al psicoanálisis porque ella habló y, como dijo Freud, hablar cura. Pudo hablar de cosas horribles y también de cosas muy lindas y gratificantes. Hablar y escucharse. Estábamos siempre los dos solos en la galería de su casa: escucharse, quedarse en silencio, seguir hablando, buscar una foto, mirarla. Se transformó en algo muy saludable.

- ¿En tu rol de escritor también existe alguna reparación?  

-Habían momentos en los que sentía una gran emoción, de hecho me quiebro fácilmente. Fue muy intenso. Desde un lugar muy íntimo y tal vez secreto, me di algunos gustos de acuerdo a mis convicciones políticas. Por ejemplo, el tema de la lucha armada que me hace pensar mucho. Es un tema que atraviesa mi vida, mi juventud estuvo signada por eso. En la dictadura yo tenía veinte años, estaba en esa ola imparable que te empujaba a preguntarte cómo no vas a estar en un centro de estudiantes o en otro lugar participando. Yo por el ´75 estaba en el Partido Obrero.

- Eugenia le reprocha a los jóvenes de aquella época que entregaran sus vidas, pero dice: “vamos a persistir en cometer los mismos errores”. ¿Qué pensás de esto?

-Me parece que esa es una idea linda: si el objetivo de tanta represión y tanta muerte fue hacer escarmentar a toda una generación para que se dejaran de hinchar las pelotas, para que se dejaran de plantear cuestiones que ponen en peligro el sistema; si el objetivo de tanta crueldad fue que escarmienten, no lo lograron. A eso se refiere Eugenia y yo acuerdo con eso. “Esas razones por las que perdieron las vidas mis padres están intactas”, diría Eugenia. Entonces seguiremos cometiendo los “bellos errores” que les imputan a esa generación. ¿Cuáles fueron esos errores?  ¿Se desviaron de la fe, de la Nación, del amor a la patria? Son errores para ellos, para aquellos jóvenes no: ellos querían una patria mejor, una patria más justa.

Carolina Saiz
- Periodista y docente -