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Jorge Aleman
"El exilio fue un trauma radical"
Foto: Jorge Aleman, del exilio español a la eterna nostalgia por Buenos Aires.
Pensador agudo, poeta, escritor y militante político, Jorge Alemán emigró en 1976 para salvar su vida y desde entonces está radicado en España. Pero siempre vuelve, entre otras razones, para intentar desentrañar el fenómeno político que lo fascina y cree único en el mundo: el peronismo. Destierro, utopía y nuevas derechas.
Publicada el en Entrevistas

Sobre el pensamiento de Jorge Alemán se han publicado muchas cosas. Poco se sabe, en cambio, del hombre detrás del pensador. ¿Cómo y cuándo surgió su interés por pensar la política? ¿Qué o quién inspira su militancia? ¿Cómo se explica su amor inquebrantable por el país que lo expulsó y amenazó asesinarlo? Exiliado desde 1976 en España, va y vuelve, llega y se va. Necesita estar cerca para sentir el pulso ciudadano. Vive y reflexiona  sobre la realidad de España, pero siempre con una mirada argenta. En la década del ´70 participó de experiencias políticas que lo marcaron para siempre. Desde la Juventud Peronista intentó transformar la Argentina en un país más justo. Tuvo que exiliarse, pero nunca dejó de militar la causa que lo alejó de sus seres queridos y de su amada Buenos Aires. Cada vez que vuelve recorre cafés, camina los barrios y disfruta la ciudad como un porteño más, como si nunca se hubiera ido, reencontrándose con su esencia. Transformó su exilio en una residencia permanente; convirtió su angustia por la pérdida de sus compañeros y compañeras en la causa de su militancia política. Desde España, vía zoom, acepta un diálogo franco con revista El Sur para trazar las grandes líneas de su pensamiento político y abrir las puertas del ser humano que habla del exilio, sus viejos y los sueños truncos de su generación.        

- ¿Cómo llega la política a tu vida?

- Tuve manifestaciones muy tempranas sobre lo que podría ser la experiencia de lo injusto, que tal vez sea la protoexperiencia de la política, si consideramos que la política es estar vinculado a algo nacional y popular o a la izquierda. Mis padres eran peronistas y el clima de proscripción se respiraba en casa. Cuando tenía cinco años escuché el bombardeo del ´55, nos metimos en el sótano. Después, siendo todavía un niño pequeño, había una dicotomía entre lo que escuchaba en el colegio sobre Perón y lo que decía mi padre peronista. Una vez  encontré una caja escondida en mi casa con todos los escuditos de Perón y me dijeron: “Cuidado, guardá eso”. Igual llegué al peronismo por otra vía: sentí con mucha nitidez en el colegio y en las calles la desigualdad. De adolescente empecé a leer sobre este problema y el peronismo me volvió a acercar a mi padre, pero de otra manera: discutía mucho con él. Él era un peronista clásico, amigo de Héctor Cámpora.

- ¿Cómo fue el distanciamiento con tu familia en relación al peronismo?

- Busqué caminos propios, el peronismo no me llegó por ellos. Yo había leído algunas cosas del marxismo y mucha historia. Sentí mucha curiosidad por las experiencias políticas en Argentina, incluso cuando empecé a trabajar como periodista de rock nacional, que en aquel momento se llamaba música progresiva e iba en paralelo de la música de las grandes discográficas. Asistí a la emergencia del rock argentino: Manal, Almendra, Los Gatos. El último año del bachillerato y en la Universidad fui un activo redactor de este tipo de cosas, que  tenían una implicancia política. Mi primer libro de poemas lo publiqué a los dieciocho años, financiado por mí, y la felicidad que sentí entonces no la he vuelto a sentir. Pero tuve que abandonar el periodismo de rock porque te podían meter en cana.

- ¿Por dónde llegás al peronismo?

- Llego por la izquierda, problematizando el cruce de la historia argentina con los textos que había leído. En los ´70 hubo una suerte de reinvención del peronismo a través John William Cook, las lecturas de Antonio Gramsci, la corriente marxista nacional y algunos intelectuales peronistas. Un abanico que se fue articulando y dio lugar a lo que se denominó la tendencia revolucionaria. Mi padre no compartía esas posiciones, le asustaba mucho el tema de la violencia armada, pensaba que nos iban a hacer mucho daño. Recuerdo una tertulia a la que me llevó en la que estaba Arturo Jauretche, que era su amigo. Y a Jauretche le pasaba lo mismo: decía que estábamos todos locos, que estábamos en una línea que no era la que el pueblo iba a soportar porque no tenía una verdadera articulación popular.

- ¿Cuál es tu primera acción política?

- Trabajábamos en un ámbito muy importante, en la Federación de los Empleados de Comercio. La dirigenta de ese espacio era un cuadro importantísimo del peronismo clásico de la resistencia. Estaba todos los días puteando a los Montoneros, pero nos dejaba usar la imprenta. Todo se fue poniendo muy cruel: desaparecían compañeros, había panfletos que hablaban de “los zurdos que están infiltrados en empleados de comercio”, en alusión  a nuestra participación en la Escuela de Psicología Social Eva Perón, donde dábamos clases a los laburantes, desde carniceros hasta empleados de Casa Tía. Nos echó, pero en realidad nos hizo un favor: faltaban dos meses para el golpe cívico militar y nos dijo que estábamos locos y no podíamos seguir utilizando esa imprenta. - ¿Siempre militaste en espacios ligados a la Universidad?

- Sí y no. En todos los proyectos tuve una pata adentro y otra afuera. Mi gran proyecto era el trabajo en el sindicato, que estaba vinculado a una cátedra denominada El Aspecto Psicológico de la Organización Social. La represión desapareció a su docente titular, Luis Tossi. Esa cátedra fue la prehistoria de lo que después sería mi preocupación por la “izquierda lacaniana”. Era una cátedra caracterizada por pensar los vínculos entre las dimensiones subjetivas y colectivas. Había coincidencia entre un grupo de profesores, que éramos ayudantes de esa cátedra y estábamos en el Sindicato de Comercio bajo la órbita de la Juventud Peronista. Si hubo una experiencia que no volví a ver en mi vida, por su riqueza extraordinaria, fue la del Sindicato de Empleados de Comercio.

-¿La experiencia te marcó políticamente?

- Me hizo experimentar la transmisión del conocimiento en el campo popular. Fue mi primer tránsito como docente al campo popular. Si bien yo ya era docente ayudante en la Facultad,  tenía una audiencia distinta: ahí eran todos empleados de carnicerías, almacenes, etc. Es una experiencia muy interesante ver las formas de traducir que uno tenía para transmitir el conocimiento. Mantuve la exigencia -porque yo ya estudiaba mucho-, pero también trataba de hacerme entender y ese era un desafío interesante. 

- ¿Un desafío del lenguaje? 

- Sí. En aquel entonces a los trabajadores les hablábamos de la “plusvalía”. No era tan difícil explicar ese trayecto en el cual, en las relaciones sociales de producción, hay un valor que es un excedente, que lo genera el propio trabajador, que nunca es retribuido por ese excedente, que va al bolsillo del capitalista. Entonces la vida no era tan opaca como ahora, que es tan difícil que se entienda algo. Yo expliqué el inconsciente muchas veces: siempre quise que aquello de lo que hablaba tuviera algo que ver con lo que a cada uno le pasa en la vida.

- ¿Qué significó tu pasó por la Facultad de Psicología en Buenos Aires?

- Empecé en el setenta y en 1976 ya había terminado y me tuve que preparar para irme. Había sido un pésimo alumno en la primaria y en la secundaria, con bastante disgusto para mis padres, pero en la Universidad fue distinto: fui un estudiante muy bueno. La Universidad fue intervenida en marzo del ´76. Antes, en el ´75, asesinaron a un amigo que ni siquiera era militante: lo mató la Triple A en una de las manifestaciones que hicimos. Cuando llegué a España tuve que inventarme el mundo del psicoanálisis, que en ese país no existía. 

- ¿Por qué te acercaste a la Juventud Peronista y no a la izquierda antiperonista?

- La primera convicción que tuve es que no se podía ser de izquierda siendo antiperonista. Lo decía Gramsci en su valoración de lo nacional y popular, pese a que era un marxista del Partido Comunista Italiano cuando escribió los Cuadernos de la Cárcel. Luego asumí la sensación que daba la calle: me gustaba mucho andar por los barrios. La izquierda fuera del peronismo me parecía inviable. Y las pruebas históricas hablaban de lo que había hecho la izquierda en el ´55, siemrpe en el lugar equivocado, aliada con lo  peor.  A mí me interesaba el peronismo, no Perón. Me resultaba a veces simpático, como a los jóvenes de los ´70, pero el peronismo como problema siempre me pareció apasionante. En esa época hubo también gran influencia del maoísmo, de establecer la diferencia entre la contradicción principal y la secundaria. La primera era imperialismo o nación y la segunda, proletariado o burguesía. Eso fue llevando a la gran invención de que hay muchos peronismos. En la década del ´70 el peronismo de izquierda, atravesado por el proyecto revolucionario –en particular el proyecto cubano- era el que nos entusiasmaba a nosotros. Combinaba peronismo, Cuba y una voluntad revolucionaria. El paradigma de la revolución nos habitaba a todos y la idea era transformar las propias relaciones sociales de producción. Hoy todo el mundo discute la tasa de beneficio, como diría Marx, lo que se llama la distribución del ingreso, la izquierda dice que tiene que ser mejor. Pero en aquel entonces no era esa la discusión. Además, la gente no vivía tan mal como ahora. La idea era, siendo peronistas, terminar con el orden capitalista de las relaciones sociales de producción. Era un verdadero fenómeno particular de Argentina.

- ¿Cómo veían las decisiones de Perón?  

- No lo evaluamos como correspondía. En mi fuero interno siempre tuve dudas sobre el ejercicio de la violencia. Pero como pasa en todos los fenómenos de masas -como lo hubiese descrito Freud-, nos precipitamos a una serie de identificaciones donde le hacíamos decir a Perón lo que nosotros queríamos que dijera. Yo antes de criticar me fui del país, pero hubo un desprendimiento, que se llamó “JP Lealtad”, que fue muy crítico con la conducción montonera. A mí en ese momento no me parecía oportuno hablar de eso y, ya exiliado en España, no estuve de acuerdo con la contraofensiva. Aunque siempre valoré el intento de frenar a la dictadura y el coraje que tuvieron los militantes, con los años  discutí mucho porque entendía que las cosas no eran de esa manera y que el pueblo no las acompañaba. Por ejemplo cuando se empezó a matar sindicalistas: era una política de elite.  

- ¿Cómo fue la decisión de exiliarte?

- Después de vivir un episodio violento descubrí que no sólo me daba terror que me mataran, sino que además no soportaba la idea de que en la mesa de tortura no tuviera la suficiente entereza y terminara hablando. Esa idea me desvelaba. Yo me psicoanalizaba desde los dieciocho años y no quería morir, no entendía la lógica del sacrificio heroico, no veía que la revolución fuese hacerse matar. Es muy delicado, porque las personas no se querían hacer matar, estaban dispuestas a morir, que es otra cosa. Hay una delgada línea que separa estar dispuesto a morir de hacerse matar. Intenté convencer a varios amigos y amigas de que se tenían que ir y no podían reaccionar a eso. Para mí irme fue terrible y para mi familia también: era un porteño que amaba mi ciudad, y lo sigo siendo. Me interesaba mucho Buenos Aires y el exilio fue un trauma radical. Tuve suerte: hice con eso, como con muchas otras cosas de mi vida, algo que estuviera en relación a mi deseo.

- ¿Cómo pudiste resignificar el exilio?

- El exilio del sujeto no termina nunca. El libro de poemas que voy a publicar se llama “La hora del rechazo”. El exilio político para mi terminó en el ´83, pero hay otro exilio, que es más constitutivo de la propia experiencia de lo que es ser sujeto, donde uno siempre está afuera y adentro. En mi caso el estar afuera y adentro se manifiesta de una manera muy radical: estoy muy adentro de España, en el sentido que conozco muy bien el mundo intelectual, pero estoy afuera también. Y viceversa. El trabajo que hice con el exilio no fue desde la nostalgia, de echar de menos esto o aquello, sino como experiencia del ser mismo. Lo más duro fue la separación con la familia. De eso no te recuperás nunca, porque volvés y ya nada se puede restablecer. Hay una parte de vos que no se fue nunca y otra que se fue para siempre. Lo experimento cada vez que voy a Argentina. Con mis padres me pasaba que nos encontrábamos aquí o allá, pero ya no era lo mismo: éramos personas que nos íbamos a encontrar y a separar. Después murieron, que es la parte más extrema de todo esto.

- ¿Cómo es Argentina a la distancia?

- Para mí la Argentina a la distancia no es un sentimiento de que soy distante de la Argentina, sino la obligación de pensarla en la medida de mis posibilidades. Por eso cuando estoy allá voy a barrios en donde se trabaja con la militancia, voy a las provincias o leo sobre distintas experiencias. Tengo interlocución de distinto tipo con sectores muy diferentes gracias a Néstor Kirchner, que me nombró agregado cultural en la Embajada Argentina en España. Así que distancia, para mí, quiere decir un trabajo de pensamiento sobre Argentina.  

- ¿Cómo se sostiene hoy el deseo por la política para alguien que vivió el deseo de la revolución?

- La idea de una transformación social que no esté guiada por la lógica revolucionaria es un problema. Eso me ha llevado a elaborar la hipótesis sobre la “izquierda lacaniana”, que es no renunciar a la posibilidad de transformar el capitalismo, pero asumiendo las malas noticias que nos dieron Freud y Lacan sobre el sujeto, sobre cómo está hecho el sujeto. Por eso ahora uso la palabra emancipación, menos definida que revolución. Revolución era cuando se sabía cuál era el sujeto histórico, la lógica que iba a cumplirse a través de ese sujeto y cómo las contradicciones del capitalismo lo iban a desmoronar. Ahora sabemos que las contradicciones no lo desmoronan, sino que lo fortalecen; que el sujeto histórico nunca está dado y hay que construirlo. Y, además,  que no dura mucho tiempo ni se lo puede proyectar indefinidamente hacia una utopía. Todo eso ya se sabe. ¿Por eso uno se va a volver un cínico o va a desentenderse? ¡No! A mí me interesa insistir, pero aceptando que estamos en un momento de muchas dificultades, como se está demostrando en el mundo.

- ¿De qué puede emanciparse uno? 

- Para empezar, de uno mismo. De todo lo que ha hecho que uno no esté a veces despierto en algunas cosas, como puede ser la relación con el otro, con las palabras, con el amor. Y después seguir entendiendo la lógica del capital, tratar de separarse de esa lógica y pensar cuáles son las políticas que se articulan de verdad a la voluntad popular. Es difícil, porque yo escucho en Argentina hablar a la izquierda y siento, como dicen en España, que “están contentos de haberse conocido”.

- Hay un corrimiento hacia la ultraderecha, ¿debemos corrernos a la izquierda?

-Sí, claro. Pero siempre con esta premisa: que sea una izquierda que articule a todos los sectores, porque es un problema una izquierda que solo sirve para hablarle a los propios. Si lo pensamos en términos “maquiavelianos”, se trata de construir una voluntad popular que logre gobernar y que a la vez dure y permanezca. No es sencillo, no es solo un conjunto de ideas interesantes: es un problema de lógica política.

- ¿Cómo viviste el atentado a Cristina Fernández de Kirchner?

- En Argentina hay un caldo de cultivo importante porque es un país en el que la ultraderecha maneja todo el aparato mediático y político. Y nadie entiende que eso es la ultraderecha. ¿Qué debería suceder para definirlo como ultraderecha?  ¡Han negado la cuarentena! Hubo un intento de magnicidio pero en el mismo instante lo empezaron a relativizar y al otro día lo negaron y los principales voceros de Juntos por el Cambio dijeron que era un montaje. Es una derecha que no forma más parte del juego democrático.

- Alguien que antes podría haber coincidido con Raúl Alfonsín hoy es macrista, ¿cómo se redefinen las identidades políticas?

- El mundo donde coincidían con Alfonsín era otro mundo. Acá en España, los inmigrantes votan a Vox, un partido de ultraderecha. Pero no se consideran personas de ultraderecha, porque la ultraderecha es un procedimiento, la construcción de una agenda política, no la formación de un partido político como fueron los fascismos históricos. Éstos eran identitarios, la gente los reconocía, levantaban el brazo. Lo de  ahora no tiene nada que ver con eso: se parece más a un estado de ánimo, y sin embargo se extiende mucho.

- ¿Qué aporte pueden hacer los intelectuales a la causa?

- La palabra intelectuales me genera muchos problemas porque parece una instancia separada de la realidad. Creo que la teoría es importante. A mí cuando me empiezan a decir, haciéndose los populares, “Basta de teoría, a lo concreto, en el barrio se están muriendo de hambre”, creo que nunca va a salir nada importante. La historia ha demostrado qué ocurre si uno no piensa cómo pueden ser las cosas, cómo deben ser y cómo pueden llegar a suceder. Y eso exige un marco teórico. El peronismo no brotó de la nada: había un marco teórico y una interpretación que Perón hizo de la Argentina en la década del 40.

-¿Perón tenía mucha formación?

-Tenía una visión política coherente, había viajado por Europa y entendió para dónde iba el mundo. Hablaba siempre de Europa. En una entrevista dijo que el mundo iba hacia el socialismo, pero luego aclaró que hablaba del socialismo del norte de Europa, que le fascinaba: Finlandia, Noruega, Suecia, donde había presencia del Estado y bienestar social.

- ¿Qué aporte puede hacer el psicoanálisis a la política?

- De una forma simple, diría que la política la hacen los sujetos, así que a un proyecto transformador le conviene saber cómo está hecho el sujeto, cuál es la verdadera materialidad del sujeto. Y para mí la teoría que explica cómo está hecho el sujeto es el psicoanálisis. A la política le conviene tomar nota para no seguir engañándose sobre cómo están hechos los sujetos.

- ¿Y cuál es la mala noticia del psicoanálisis para que tome nota la política?

- La novedad hoy es cuando los sectores populares votan al que los va a matar: hablé con un inmigrante peruano que me dijo que iba a votar acá en España a Vox. Le mostré que el líder de Vox dice que los inmigrantes son unos cerdos. Y me miró como diciendo: ¿y a mí qué? Es un odio distinto, porque es un odio hacia tu propia clase. Que la Villa 31 vote a Javier Milei es una novedad; o que las encuestan favorezcan a Juntos por el Cambio después de la bomba atómica que dejaron con la deuda; o  incluso que la gente crea que a esa deuda la contrajo este Gobierno y no Mauricio Macri. Que los sectores medios hayan comprado que Cristina financia a los planeros no es algo nuevo: la definición de fascista es la de un liberal asustado.

- ¿Por qué siempre volvés  a Argentina?

- Porque uno se fue para siempre, pero en realidad no se fue nunca. Sería muy difícil para mí pensar la vida sin ir a Argentina. Forma parte de conversaciones claves que tengo allá, donde está el núcleo de interlocutores más importantes para mí. Me gusta estar en los cafés, en las calles, ir a los sitios, observar.    

Carolina Saiz
- Periodista y docente -