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Miguel Mirra
Vivir para documentar
Foto: Miguel Mirra y una mirada profunda del noroeste argentino.
Nació en Lanús en 1950 y dedicó su vida al cine documental, aunque también ha hecho algunas películas de ficción. Alejado de la industria, su debilidad es el nortoeste argentino.
Publicada el en Entrevistas

Miguel Mirra ha filmado tanto que no lleva la cuenta de la cantidad de los documentales que ha realizado. Sin embargo, puede recordar en detalle las circunstancias en las que realizó cada uno de ellos, porque hablar de lo que filmó es hablar de su propia vida. Junto a su compañera Susana Moreira, también realizadora, están realizando varios documentales al mismo tiempo: uno sobre la megaminería en el noroeste argentino y otro sobre mujeres cantoras del norte y los movimientos sociales. Como parte de una vida que para ellos es cotidiana, combinan viajes, vacaciones, visitas a amigos, presentaciones para hilvanar historias que, más que hechos comerciales propios del fenómeno cinematográfico, son herramientas de lucha de sus propios protagonistas. Mirra estudió Historia y Antropología en la Universidad de Buenos Aires a comienzos de los ochenta, pero su carrera quedó marcada a fuego cuando ingresó a la Escuela de Cine de Avellaneda, donde realizó sus primeros documentales. En casi cincuenta años de carrera no ha hecho otra cosa que registrar, mostrar, visibilizar, aportar y difundir las luchas y a sus protagonistas. En su filmografía figuran “Los ojos cerrados de América Latina (2009), “Adolfo Pérez Esquivel, otro mundo es posible” (2010), “Tierra de mujeres” (2011), “Daría Santillán, la dignidad rebelde” (2012), “Norita, Nora Cortiñas” (2013) “La Cooperativa” (2016), “Eduardo Pavlovsky, Resistir, Cholo” (2018) y muchos más.

-Acabas de llegar de La Rioja y Catamarca ¿De qué se trata el documental que estás filmando?

-Otra vez el extractivismo y el modelo de saqueo y contaminación, encarado desde la megaminería. Estuve en Chilecito y vi que era necesario retomar y hacer algo. Nos invitaron a la UAC la (Unión de Asambleas de Comunidades) que se hizo en La Rioja y fuimos con Susana para tener un panorama de lo que se estaba discutiendo, grabamos algunas entrevistas y fue muy movilizante. Hablamos con gente de Mendoza, de Catamarca, de Chilecito, que son los lugares donde hay resistencia. Vamos a ir a Jujuy, donde está más avanzado el problema con la explotación del litio.

-¿Cómo viven la problemática del litio desde las asambleas ambientales?

-Como en las salinas no vive gente es muy difícil. Donde vive gente, los pobladores resisten con cortes. En Jujuy son los pueblos originarios, que son los dueños de los territorios. Hace poco hicimos un documental en Tilcara y en toda esa zona, vamos a volver en enero aprovechando nuestras vacaciones. Vamos a hablar de cerca con las comunidades y con la gente.

-Hablás de vacaciones y de grabar, o sea que la vida y el cine ¿son la misma cosa?-Y si no me aburro.

-¿Cuántas películas hiciste? ¿Llevás la cuenta?

-Como cincuenta. Hice películas, informes, aportes… algunas ni siquiera están estrenadas comercialmente porque no era el objetivo, sino que estaban hechas para aportar a la difusión de las comunidades y las asambleas. Por ejemplo, estuve como tres años trabajando en una cooperativa y ahí hice tres documentales, era una empresa recuperada. Uno se llamó “Autogestión”, otro “Agroecología”, otro sobre la asamblea de la cooperativa, pero ese no se terminó porque hubo unos quilombos en la cooperativa… y así. Con la asamblea de Gualeguaychú hice varias cosas también. “Que viva Gualeguaychú” es la que tuvo mayor difusión, pero antes hice otra más importante: la cobertura de la primera marcha al puente internacional. Esa cobertura fue hecha para la asamblea de Gualeguaychú y estrenada específicamente en el cine que estaba ocupado por la asamblea.

-¿Te acordás cuál fue el primer documental que hiciste? ¿Cómo nace esta pasión por el audiovisual y por el documental específicamente, más allá de que también has hecho ficciones?

-Ahora estoy metiendo ficción en el documental. Lo primero que hice fue un documental en la Escuela de cine de Avellaneda, cuando era estudiante. Los ceramiqueros en la Quebrada de Humahuaca. En unas vacaciones que fui a Humahuaca filmé en Super 8 a los ceramistas del valle. Ese trabajo se perdió, lamentablemente. Seguí haciendo cosas en el norte durante muchos años. “Hombres de Barro”, filmado en Jujuy y Salta, fue el primer trabajo importante que hice. El documental, que habla sobre la marginación de los aborígenes argentinos de la provincia de Jujuy, con textos y diálogos improvisados o elaborados por los mismos indígenas, tuvo su estreno en sala, algo que en esa época era imposible para un documental. Fue hecho en 16 mm y ampliado a 35mm. Fue uno de los primeros documentales argentinos exhibidos en sala. Ese fue en realidad mi punto de partida.

-Siempre tuviste una relación de amor con el noroeste argentino, de hecho, ahora estás por volver a filmar ahí.-Si todo el tiempo, es como mi lugar en el mundo. Los últimos que hicimos fueron: uno con Susana, mi compañera, sobre Sara Mamani, que es salteña y Fuego en Casabindo, basado en la novela de Héctor Tizón. Ahora Susana está en un proyecto que se llama “Cantoras del norte”, sobre mujeres relacionadas con los movimientos sociales.

-En tantos años de carrera cambió la industria, el público… el mundo ha cambiado. ¿Te sigue moviendo el mismo interés por hacer un documental o crees que hay que hacerlos de otra manera?

-Mirá, la verdad es que estoy afuera de la industria. Y cada vez me siento más afuera. Siempre estuve entrando y saliendo, pero hoy por hoy estoy afuera, no me siento incluído en nada. Más que con la industria, Susana y yo estamos ligados al movimiento independiente, seguimos haciendo documentales independientes.

-¿Cómo te llevás con la tecnología?, porque ese es otro cambio grande que hubo.

-Hace un tiempo pegamos una guita y compramos una computadora y una camarita 4K. Tenemos un bolso de esos de deportista en el que cabe todo: el trípode, dos pies de luces, las luces led, una valijita con la cámara y los micrófonos. Tiene una calidad aceptable y con eso nos arreglamos. Si hace falta algo más, en el momento lo vemos.

-Hablando con otros realizadores de documentales, me decían que hoy ya no se puede seguir haciendo lo que hacían antes. Eso de “mostrar lo que nadie muestra” ya no tiene sentido en este mundo hiper mediatizado. ¿Cómo seguir? Algunos deciden hacer ficción ¿Vos cómo vivís estos cambios?

-Básicamente lo que nosotros hacemos tiene un primer objetivo que son las comunidades o los grupos donde hacemos la película. Queremos que les sirva a ellos en primer lugar. Siempre ponemos a disposición la película. Por ejemplo, el documental sobre la lucha de Gualeguaychú fue fundamental para el fortalecimiento de la asamblea. Todo el material que hicimos les sirvió para fortalecerse, para convocar a los vecinos y ya con eso fue suficiente para nosotros. Después vino la difusión, que corre por cuenta de la propia gente. El documental de Gualeguaychú estuvo por todas partes, enviado por la propia gente. Con “Hombres de barro” sucedió lo mismo, le servía a la gente para difundir por toda la provincia la problemática de las tierras.

-¿En el caso de “Darío Santillán, la dignidad rebelde” sucedió lo mismo?

-Si, claro. En el caso de ese documental, nos convoca Miguel Mazzeo, un intelectual ligado a los movimientos sociales, con motivo de cumplirse diez años del asesinato. Yo no conocía mucho su historia, pensaba que era un buen pibe que había estado en el lugar equivocado. Pero haciendo la película descubrí que era un gran dirigente, un referente juvenil de la reputa madre. Y gracias a eso aparecieron por primera vez imágenes de Darío en asambleas, en movilizaciones que tenían los compañeros, como un tesoro, esperando la oportunidad de armar algo. Cuando estrenamos el documental en el cine Gaumont, en Buenos Aires, se llenó completamente toda la semana en la que se proyectó. Es nuestra forma de ver el oficio. Siempre que podamos vamos a filmar de esta manera.

Carlos Ruiz
- Periodista -