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Diego Sztulwark
"Cristina denuncia la crisis del vínculo neoliberalismo y democracia"
Foto: Sztulwark se pregunta hasta qué punto el kirchnerismo hizo cambios estructurales en el país.
En diálogo exclusivo con revista El Sur, el filósofo y pensador contemporáneo analiza la relación entre capitalismo y democracia.
Publicada el en Entrevistas

Diego Sztulwark estudió Ciencia Política en la UBA, es docente y coordina diferentes grupos de estudio sobre filosofía y política. Comprometido investigador militante y coautor de varios libros, es una de las voces más innovadoras y originales del pensamiento crítico argentino. En diálogo exclusivo con Revista El Sur, analiza los vínculos entre democracia y capitalismo y plantea una mirada crítica de los últimos sucesos en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner y su denuncia sobre la existencia de un Estado paralelo. En el comienzo de la entrevista, el pensador propone recurrir a un libro publicado en 2005 por el filósofo francés Jaques Ranciére: El odio a la democracia. “Es un libro muy hermoso, que ya tiene varios años y fue escrito en una coyuntura francesa específica y no nos sirve de manera directa para pensar nuestra estatalidad, que es bastante distinta, pero es un buen punto de partida", dice. Y agrega: "Dice Ranciére que por democracia hay que entender por lo menos dos cosas: una especie de juego de concesiones de las oligarquías para obtener un piso mínimo de legitimación. La democracia sería un Estado de Derecho, es decir, un sistema de leyes, garantías y división de poderes, un conjunto de procedimientos en el cual están las elecciones y protocolos políticos que no cuestionan nunca el poder oligárquico, de los ricos, de los poderosos, el poder de los pocos. Esa es una idea que Ranciére dice que existe sobre la democracia y es difícil entender nuestro presente o el actual momento político, no sólo en Argentina, sin ella."

"La otra idea que presenta Ranciére sobre democracia –continúa Sztulwark- es el 'gobierno de cualquiera', es decir, que cualquiera pueda gobernar. Lo cual es bastante profundo porque significaría que no hay un requisito legítimo que distingue al gobernante del no gobernante. Por ejemplo: el gobierno de los que saben, el gobierno de los científicos (como dijo alguna vez Alberto Fernández), el gobierno de los pragmáticos. Cada uno de esos títulos que se enuncian como condición de legitimidad para gobernar son restricciones a la democracia, porque en realidad la democracia sería que cualquiera, sin título de ningún orden, pueda gobernar. En extremo, se podría gobernar no a través de elecciones, sino a través de sorteos, que le tocarían a cualquiera. Esa doble idea que tiene Ranciére sobre la democracia quizás sea un poco la herencia de la revolución francesa en el pensamiento político francés actual, una especie de paradoja de doble sentido de democracia: una democracia real completamente restringida, pero al mismo tiempo un principio de igualdad radicalizado. Creo que efectivamente la democracia se mueve en esas dos capas de sentido."

- ¿Cuál es el problema de la democracia como la conocemos hoy?

- Como sabemos bien después de Marx, el problema de la democracia, tal como surge en el contexto del occidente capitalista, supone un problema en relación a las clases sociales. Una teoría de la democracia puramente política, en el sentido convencional de lo político o jurídico, supone que hay un Estado o un mundo de la representación política que no enfrenta, no se mezcla ni no entra en cómo se produce la riqueza, cómo se construyen las desigualdades de clase, cómo se dan las relaciones de explotación, es una idea de democracia que no se hace cargo de lo que llamaríamos 'el fondo político' o 'el reverso político' de toda sociedad. Porque nosotros sabemos muy bien que en ninguna Constitución se prescribe que tiene que haber clases sociales, esa desigualdad de poder que surge en la producción es una desigualdad que después no se resuelve. Es decir, se resuelve como igualdad formal y desigualdad real con la consigna democrática "un hombre, un voto”. Tenemos un problema con la relación entre democracia y capitalismo, lo que también quiere decir que no hay democracia plena en el capitalismo. Hay una contradicción intrínseca entre el principio igualitario de la democracia y la práctica desigualitaria, ontológicamente desigualitaria, estructuralmente desigualitaria del capitalismo. El capitalismo tiende, por un lado, a formas de mercado con Estado de Derecho y, por otro, es incapaz de producir momentos de igualdad política efectiva.

- ¿Esta desigualdad irresoluble tiene que ver con la crítica de las izquierdas?

- Así es. Esto último lleva evidentemente al problema del socialismo y la democracia, o la izquierda y la democracia, o la revolución y la democracia, siempre en un discurso bastante general. El socialismo, por lo menos como uno lo podría encontrar de manera más noble en los escritos revolucionarios, es una consecuencia lógica de la democracia. En la medida que la democracia tiende a radicalizar el principio de igualdad, por lo tanto distribuir el poder, tiene como horizonte lógico una forma no burocrática, no policial, no autoritaria de socialismo, que es algo que no sabemos bien lo que es porque el proyecto del Siglo XX no dio lugar a esa experiencia. Aunque también es cierto que la idea de socialismo sigue dando vueltas recurrentemente como un posible necesario de la democracia. Mientras la democracia tenga en uno de sus niveles posibles de sentido una igualdad radical, el socialismo y el comunismo insistirán como tendencia interna de la propia democracia.

- ¿Se resuelven esas tensiones?

- Alejandro Horowitz explica en su libro "El huracán rojo" que las revoluciones burguesas y proletarias son procedimientos específicos de creación de igualdades: formas burguesas de la igualdad y formas proletarias de la igualdad, según el caso. Y que el final, el fracaso, la destrucción, la aporía o el desprestigio -o todo eso junto-de la noción de revolución no sólo nos quita la posibilidad de contar con procedimientos que inscriban nuevas ideas de igualdad en la economía y el derecho, sino que además nos quita la posibilidad de defender las viejas igualdades. Entramos en un proceso en el cual el capitalismo, sin un contrapoder revolucionario que lo enfrente, tiene todas las posibilidades históricas de restaurar las desigualdades más brutales. Y el campo de las democracias y de las izquierdas apabulladas en la defensa del Estado de Derecho, en la defensa de la ley, de la República, son incapaces de presentar estrategias efectivas para proteger formas de igualdad reales, sustanciales, por no hablar de avanzar en la distribución de poder político.

- ¿Cómo ves la democracia en Argentina?

- Tenemos que identificar dos momentos dentro de lo que sería el Siglo XX para manejar un tiempo histórico más cercano, conocido y relevante para nuestra coyuntura. Por un lado, está el problema del peronismo, que Alejandro Horowitz lo trabajó muy bien, que es el problema del 17 de octubre. ¿Qué sería el problema del 17 de octubre? La disrupción en el plano político de una clase obrera, trabajadora, en busca de una forma política adecuada a su propia potencia. Esa es, en general, la pregunta de las izquierdas en el Siglo XX: ¿El peronismo fue o no una forma adecuada para la democratización de la sociedad a partir de la construcción de un poder, de un doble poder o de un poder específicamente obrero y del mundo del trabajo?

- ¿Lo fue?

- Horowitz dice que en el '46 y luego en el '73, la clase trabajadora activó una participación en el proceso político y fue en ambos casos -debido precisamente al peronismo como forma política- derrotada. Todavía estamos pensando un poco esa experiencia, esos dos momentos donde la clase trabajadora creyó posible que la forma política peronista fuera adecuada para provocar un tipo de democratización general de la sociedad, desde el punto de vista obrero, y las causas de la derrota en el propósito de producir esas transformaciones. ¿Hubo en el 2001 un intento de otro sector de la clase trabajadora, desocupada, más precarizada, por provocar una reacción en el medio de la crisis general y sacudir de alguna manera los cimientos restrictivos del capitalismo neoliberal? Yo creo sí.

- Pero parece haberse disipado…

- Esa vez no se constituyó una forma política partidaria, aunque hubo un intento importante por el lado de los piquetes y las asambleas. El asesinato de Kosteki y Santillán fue un aviso muy claro de lo que el régimen estaba dispuesto a hacer para evitar un proceso de ese tipo. Luego podemos preguntarnos si el kirchnerismo fue una expresión de la clase trabajadora para democratizar el conjunto de la sociedad. Es muy discutible. Más allá de las buenas intenciones tanto de algunos cuadros políticos como de algunos sectores de la sociedad, vemos hoy que no hubo una articulación tan consistente como en el '46 o en el '73.

- ¿Cómo entendés la transición democrática?

- Como el otro gran eje de la democracia argentina: 1983, la idea de una transición a una forma política parlamentarizada después de un régimen de terrorismo de Estado. Este segundo eje por momentos vuelve a activarse, como sucede ahora que Cristina Fernández de Kirchner habla de un pacto político-democrático o un pacto democrático entre actores políticos, sobre todo después del intento de magnicidio.Es la idea de que los dirigentes políticos tienen que volver a pactar la paz, que no se mate por política. Algo de esto anda dando vueltas con la aparición de la película "Argentina, 1985". Pienso que todo intento de acudir a un consenso forjado en 1983 y a un Poder Judicial que en esos años habría consagrado como 'verdad' la barbaridad de lo que habían sido prácticas represivas de terrorismo de Estado y el gran grito del 'Nunca más' adolece de un déficit fundamental: la prescindencia de la clase trabajadora (los movimientos populares) forzando una dimensión real de ese movimiento democrático.

- ¿El propio sistema político buscó la transición democrática?

- Podría entenderse de esa forma. Se ha despreciado el factor extrainstitucional de la democracia: sin las Madres de plaza de Mayo, sin los movimientos de derechos humanos, no hubiera existido posibilidad de conocer estas verdades ni se hubiera abierto un horizonte de justicia. La muerte de Hebe de Bonafini nos permitió recordar esa invención política maravillosa argentina que fueron las Madres y el modo en que insistieron una y otra vez en no confundir la democracia constitucional parlamentaria con el principio de la igualdad y de la justicia, que cuando son reales vienen siempre acompañados de una capacidad de revisar la ley para evitar, precisamente, que ley democrática y el neoliberalismo puedan converger de modo completo.

- ¿Cómo se actualiza esa visión?

- El capítulo actual en toda esta historia es la secuencia que se armó con el intento de magnicidio o con la persecución político-judicial a CFK y su aparición en los medios denunciando un Estado paralelo y un aparato jurídico mafioso. Como dijo ella: "Ya no estamos frente al lawfare, sino frente a un Estado paralelo y un Poder Judicial mafioso, que es algo más siniestro todavía que el partido judicial". Eso sumado al "no quiero ser mascota del poder". Ése discurso es el último capítulo de lo que podríamos llamar la crisis del vínculo neoliberalismo y democracia. Porque es la vicepresidenta dirigiéndose al pueblo argentino con una denuncia grave, que podría ser traducida más o menos de la siguiente manera: no se logran hacer las reformas económicas, sociales y políticas que una democracia, incluso restringida en términos capitalistas, necesita para subsistir porque existe una mafia o un estado de excepción que bloquea esa posibilidad y ella no quiere ser mascota de ese sistema. A partir de ese diagnóstico se avanza o se retrocede, ¿no?

- ¿Hay una regresión democrática?

- Evidentemente. Las últimas denuncias de CFK equivalen a decir que la idea de que se le podía ganar a Macri, que se podía evitar que la derecha más reaccionaria controlara todas las palancas del proceso político ganando tácticamente el centro en 2019, cuando pone a Alberto como candidato, fracasó. No sirvió para lo que se proponía: no se logró revertir el programa neoliberal, ni se denunció el programa macrista -se convalidó lo actuado por Macri en lo referente a la deuda externa-, pero tampoco sirvió para cosas mucho más elementales, como reformar la Justicia. Un Frente de Todos que convalida lo actuado por la Justicia provincial de Jujuy, manipulada por el gobernador Morales, en una sentencia completamente desproporcionada e injusta a Milagro Sala, ¿qué tiene para decir cuando la Corte Suprema convalida esa persecución? Ésta incapacidad de reformar la Justicia que ahora Cristina denuncia al decir "no quiero ser mascota de esta gente, me bajo de la candidatura porque acá hay un Estado paralelo", supone la admisión de impotencia de la política del Frente de Todos. En otros términos, el Frente de Todos se muestra como lo que es: un instrumento político inadecuado para profundizar la democracia, o por lo menos para desactivar alguno de los mecanismos más agresivos con los que la clase dominante bloquea la posibilidad de reformas.

- ¿La denuncia de Cristina tuvo el eco esperado en el Gobierno?

- La palabra de Cristina conserva un valor diferente al de otros dirigentes del propio Frente de Todos, que no sólo no dicen estas cosas, sino que se los ve muy cómodos con el aparato judicial, con los grupos económicos, con el Fondo Monetario... Cristina monta una escena discursiva diferente. La violencia sufrida por Cristina, la persecución que padece y la impotencia que plantea, también para revisar mecanismos socio-económicos, es una impotencia que obviamente han sentido de una manera saturante muchos sectores sociales que tienen menos dinero y menos poder y que hasta hace unos años la votaban. Esos sectores padecen la violencia en los territorios, sufren la devaluación de sus ingresos y chocan con una Justicia que, en el plano local territorial, es completamente manipulada, subsumida a mafias, en connivencia con las policías. Y la política no ha dicho casi nada sobre esto.

- ¿Habrá reedición del Frente de Todos?

- La última elección legislativa mostró la pérdida de cuatro millones de votantes del Frente de Todos, que desertaron de esa representación política, ya sea votando en blanco, no yendo a votar, votando a Milei o a la izquierda. Veo a Cristina hoy (en el mejor de los casos), repitiendo tarde y mal lo que estas personas hicieron hace dos años, advirtiendo la dificultad que supone el Frente de Todos sea un instrumento político de transformación. ¿A dónde va la energía que deserta del Frente de Todos? La propia Cristina, ¿a dónde va? ¿Qué se puede hacer una vez que se declara que el Frente de Todos no es un instrumento político capaz de profundizar la democracia en Argentina? Esa es la gran pregunta: si esa fuerza de deserción, esa fuerza de denuncia, esa fuerza un poco escéptica o desilusionada, pero también, quizás, en búsqueda de otras formas y de otros mecanismos, puede convertirse a la larga en una nueva fuerza política nueva. O no.

Yael Ardiles
- Estudiante de Ciencia Política. -