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La encrucijada del Gobierno
Decantar o gobernar
Foto: El Gobierno de Alberto Fernández parece resignado a una derrota electoral.
La decantación es todo lo contrario de la ilusión que despertaron los muchachos de Scaloni conquistando la tercera estrella en Qatar. Pero el Gobierno decanta, sin reacción, con una alarmante dosis de posibilismo y resignación en un año electoral.
Publicada el en Crónicas

¿Qué es decantar? En los diccionarios (por ejemplo el de la RAE) se define como separar el líquido del poso que lo contiene para verterlo en otro recipiente. En otra acepción (en Significados.com), se apunta como la inclinación de un individuo u organización hacia una opinión. La inclinación del terreno, de la opinión pública, determinaría en este caso la deriva del pensamiento. Como sabemos, el torrente de agua no fluye nunca hacia arriba, se deja llevar hacia donde la pendiente del terreno determine.

Si uno observa la trayectoria y sobre todo la actualidad del Gobierno, podemos decir que no decide, no elabora agenda, sino que va casi decantando. Recordemos el final del año 2019, con el Gobierno recién elegido, empoderado, legitimado. Había pendiente un desembolso del arreglo vergonzoso de Mauricio Macri con el FMI por unos once mil millones de dólares que no habían terminado de traer respecto de los 57 mil millones acordados. Y Alberto Fernández les dijo: No, quédenselo muchachos, les quiero dejar de pedir. Todas las mentalidades más o menos progresistas aprobamos esa medida. 

Tres años después, el Gobierno espera con ansias los cinco mil millones que arregló la última misión de Sergio Massa. Decantar: de rechazar once mil millones en 2019 a pedir cinco mil millones en 2023. El acuerdo del acuerdo del recontramil acuerdo. 2019 a 2023. En el medio, claro, pasaron cosas. Pandemias, guerra, sequías, deudas heredadas y contraídas. Y la fiscalización del programa económico de parte del inefable organismo, cuyos contenidos poco halagüeños nunca se difunden del todo. Si no quieren reformas estructurales, ajusten por inflación. Pero ajustar, hay que ajustar.

El mismo Gobierno cumplió inicialmente su promesa electoral y bajó las tasas de interés también en aquél 2019 para incentivar la actividad económica. Decantación: hubo licuación de reservas, ensanchamiento de la brecha cambiaria por falta de dólares y se volvieron a subir las tasas de interés para aguantar de alguna forma el tipo de cambio. A regañadientes, porque todavía las entelequias del mercado dicen que las subieron poco. Decanta a regañadientes el Gobierno, pero decanta. Como decía Jauretche de Frondizi: se sube al caballo del Gobierno por izquierda y se baja por derecha. Ficciones de campaña y realidad descarnada de cuando hay que gestionar.

Amague y recule, describió la vicepresidenta. Vicentín, estatizar el comercio de granos y diluirse en la opción superadora de Perotti, para volver las cosas al punto de partida. Alberto encarnaba la rosca política: con todos podés tomar un café y sentarte a negociar. Acuerdos de precios en que se insisten, que se renuevan, contratos de arena que mueren en la góndola. Aumentan los mayoristas, aumentan los minoristas, baja el poder adquisitivo del consumidor porque, como sabemos, las paritarias corren de atrás a la inflación. Cuando las hay, los precarizados ni siquiera pueden correr, descalzos en el asfalto ardiente. ¿Alguna medida que permitiera diversificar o desconcentrar los monopolios que afectan las cadenas de valor? Luego de Vincentín, diluido en fuegos de artificio, nada. Gobernar es ponerse de acuerdo y dar buenas noticias. O se encarna la sentencia “el Poder es el Otro”, como graficó el analista político Martín Rodríguez. Funcionarios testigos y comentaristas de la realidad. 

Narcos

Casi completamente desprovisto de iniciativa política, la guerra la ganaron los narcos en Rosario, dijo el ministro de Seguridad. Y el Gobierno decanta. Querer ser una cosa y terminar siendo otra por imperio de las circunstancias. Si no hay ajuste estructural, la inflación lo va haciendo. Si no se puede ganar esa guerra, se pierde con decoro. Decantar, pasar el líquido de un recipiente al otro. Pasar de referidas convicciones ideológicas a los duros números de la caja, ahí donde mueren las ilusiones. La decantación es todo lo contrario de la ilusión que despertaron los muchachos de Scaloni conquistando la tercera estrella en Qatar. Y las demandas de la gente se amplifican: no hay un mango señor Gómez, con billetes de mil en el bolsillo que se diluyen como papel picado en la góndola.

El tipo que en 2020 se conformaba con sobrevivir, alojado precariamente en la terraza con el río crecido llegándole casi al cogote de la pandemia, hoy quiere vivir mejor. Bajó el agua, pero la casa quedó hecha un desastre. Vive, pero mucho más pobre que antes. Sale a la calle y lo que le quedó en el bolsillo no alcanza más que para la elemental supervivencia.

La pandemia decantó hacia una especie de normalidad sanitaria por indudable mérito de la vacunación masiva. Ahora, y ya desde hace un tiempo, se impone marcar otras agendas que no sean sólo la negativa o el temor de lo que va a venir. Nosotros no ajustamos, lo hace la inflación. Nosotros no reformamos la legislación laboral, se precariza sólo el mercado con los pibes de Rapi arriba de la moto. Nosotros no reformamos la previsión social, pero los jubilados ganan cada vez menos. Nosotros no damos malas noticias, las da el INDEC. Se cortó la luz en la ola de calor, multamos a las empresas proveedoras del servicio. Se siguió cortando, se intervino Edesur: la diferencia entre decantar y hacer política, aún con sus costos y contradicciones. 

Un Gobierno que decanta no puede enamorar. Por eso, arde la interna. ¿Quién quiere permanecer en una balsa arrastrada por la corriente hacia la catarata? Sigue la inclinación descendiente que marcan los acontecimientos. En situaciones sin dudas complejas y difíciles, mantener la unidad es requisito, pero recuperar la capacidad de imponer agenda una condición ineludible. Remontar la cuesta empinada donde todo decanta para intentar otra cosa.

No será fácil volver a ilusionar pero es una necesidad. Menudo problema en un año electoral. A desalambrar, cantó Víctor Jara, un sueño que movió la voluntad de millones de personas (al margen del resultado final). Decantar no será nunca la letra de una canción.

El Presidente invitó hace poco a soñar junto a él. Soñar no cuesta tanto. Pero importa una consigna que marque un horizonte y sea capaz de mover voluntades políticas y sociales. Está por verse si se logra, trascendiendo las barreras defensivas a las reformas que proponen o insinúan los acaso futuros verdugos. Y evitando transcurrir la gestión como inercia y mera decantación.

Inventamos o erramos, supo decir Simón Rodríguez a Bolívar en una situación de desolación. Inventar que se puede volver a soñar. 

Sebastián Giménez
- Escritor -