A fines de mayo de 1982, Argentina había agotado todos sus misiles Exocet AM 39 (Aire-Mar) luego que la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque, con los modernos aviones Super Etendard, le propinara el mayor daño a la Royal Navy desde la Segunda Guerra Mundial. Ese armamento, que sorprendió a los ingleses y al mundo, había llegado poco antes, sin saber que iba a haber una guerra. La Armada había pedido a Francia 14 aviones, de los cuáles sólo llegaron cinco en 1981, con un misil antibuque cada uno (los nueve restantes llegarían después de la guerra).
El abrupto comienzo de la guerra, el 2 de abril de 1982, sorprendió a la escuadrilla cuando todavía no se había realizado la integración de la interfaz avión-misil. Finalmente, cuatro Super Etendard (uno se dejó para repuestos) operaron desde la base Aeronaval Río Grande en Tierra del Fuego. Los cinco misiles fueron utilizados durante el conflicto en misiones desarrolladas por la escuadrilla de élite argentina. Dos misiles Exocet fueron disparados el 4 de mayo y al menos uno impactó en el HMS Sheffield, que se hundió seis días después. Otros dos fueron disparados el 25 de mayo contra un blanco “grande”, que se presumía era un portaviones y resultó ser el buque contenedor Atlantic Conveyor.
En la última misión, efectuada el 29 de mayo en conjunto con la Fuerza Aérea, se disparó el quinto y último misil Exocet contra el portaviones HMS Invencible. Aunque los ingleses nunca aceptaron que el ataque se haya llevado a cabo, los pilotos argentinos de la Fuerza Aérea que sobrevolaron el portaviones aseguran haber visto la densa columna de humo saliendo de su interior.
Ya sin Exocets, la única arma que podía hacer daño a la flota inglesa, Argentina se encaminaba a la rendición. Mientras, el Ejército y la Infantería de Marina seguían resistiendo y la Fuerza Aérea intentaba alguna que otra misión suicida. La dictadura buscaba afanosamente en el mercado negro internacional algún Exocet que les salvara las papas, pero la suerte estaba echada: por las noches los buques ingleses se acercaban a la costa y cañoneaban las islas produciendo grandes daños a los argentinos y no había forma de contrarrestar esos ataques.
La iniciativa
En una reunión del Estado Mayor argentino un capitán de navío, que era también ingeniero, propuso una idea descabellada pero que en ese momento aparecía como la única solución: varios buques argentinos contaban con misiles Exocet MM 38, concebidos para ser lanzados desde un buque a otro (“MM” significa Mar-Mar). La idea del capitán Julio Pérez consistía en instalar esos Exocet en un tráiler o un acoplado de camión, de manera que pudiera ser trasladado en secreto a las islas y disparar desde tierra los misiles contra los buques ingleses que cañoneaban por las noches. ¿Sería eso posible?
Los buques argentinos estaban apostados en Puerto Belgrano, lejos del conflicto, luego de que un submarino nuclear inglés hundiera al Crucero ARA General Belgrano. Los barcos argentinos, incluidos el portaviones “25 de Mayo”, no tenían defensa contra los submarinos ingleses y se había ordenado el retiro de la zona de conflicto. Muchos de ellos tenían entre su armamento misiles Exocet MM 38.
El tiempo se detuvo en la reunión luego de la propuesta del capitán. Por unos instantes, una luz se había encendido en el negro paño de la monstruosidad en que se había convertido la guerra. Los pilotos de la Segunda Escuadrilla de Caza y Ataque volaban de regreso hacia sus casas. Los infantes de marina, apoyados por conscriptos cansados, hambrientos y mal vestidos, resistían en la tundra el embate de las compañías inglesas, galesas y un ejército de Gurkas asesinos, implacables, que avanzaban inexorablemente sobre un río de sangre argentina. La fuerza aérea tramaba sus últimas incursiones suicidas, al ras de lo imposible, pero sólo podían hacerlo de día, guiados por la visión de los pilotos, casi sin instrumentos. Los bombardeos nocturnos de los buques ingleses eran una pesadilla. ¿Qué podía salir mal? ¿Qué más se podía improvisar en esa perinola macabra en que se habían metido? Los altos mandos se miraron casi sin verse y desestimaron la propuesta. No había tiempo para macanas.
Testarudo, el capitán, que era jefe en la División de Misiles del Arsenal Naval Puerto Belgrano, solicitó autorización para estudiar un poco más el asunto. Quizás era factible. En otros momentos lo hubieran sancionado por meterse en la charla de sus superiores, pero dadas las circunstancias y perdidos por perdidos, le dieron tres días más.
El invento
El capitán Pérez convocó a dos técnicos jóvenes del arsenal, Antonio Shugt y Luis Torelli, de 22 y 24 años, para una misión tan secreta como imposible: lanzar el Exocet MM 38 desde tierra en algún lugar de Malvinas. Para ello había que inventar en tiempo record un dispositivo de lanzamiento que jamás se había utilizado en el mundo. Shugt y Torelli eran expertos, a pesar de su corta edad. Los tres habían estado en Francia meses antes haciendo la capacitación cuando Argentina adquirió los Super Etendard y los Exocets AM 39, a mediados de 1981.
Sin pérdida de tiempo y en estricto secreto -ni siquiera sus familiares directos estaban enterados- se encerraron en una pieza del taller a pergeñar la hazaña. Para disimular y darle un nombre a lo que estaban haciendo, lo bautizaron “Instalación de Tiro Berreta”. Para todo el mundo estaban en el “ITB”, siglas que no decían nada pero servían para que nadie hiciera preguntas.
La cuestión central era cómo “engañar” al misil para que, en lugar de utilizar una computadora, utilizara una señal fija, como si estuviera en el buque. Eso evitaría el traspaso de toda la instalación de la nave, de alta complejidad técnica, y permitiría el lanzamiento desde tierra.
Durante varios días, cortaron, probaron y soldaron cablecitos, emitieron señales, hasta que lograron, por fin, “engañar” al misil. Debían resolver ahora el problema de la plataforma de lanzamiento. Trabajando en turnos corridos, el personal de los talleres generales construyó la parte mecánica. Extrajeron las rampas del buque y las cargaron en un carro. La parte electrónica la hicieron con un sistema de alimentación móvil que sacaron de unos antiguos reflectores de arco, de la Infantería de Marina, que encontraron en el taller. El lanzador y una unidad de control y comando quedó en otra unidad, aunque interconectado. En una semana estaba lista la rampa y el grupo generador, con un enorme y poderoso motor. Las pruebas, con distintos parámetros, parecían satisfactorias. Lo imposible estaba ahí. Un armatoste “horrible”, pero con el poder del Exocet. Le dieron una mano de pintura, lo cubrieron con una lona y le comunicaron la novedad al Estado Mayor.
La Fuerza Aérea dispuso dos Hércules para el difícil traslado a las islas. El tráiler pesaba seis toneladas y cada misil 1.800 kilos. Torelli y Shugt se quedaron en Bahía Blanca por ser “civiles”. Poco importó que fueran dos de los creadores y se ofrecieran a ir como voluntarios. Sólo el capitán Pérez se subió al avión rumbo a Malvinas. En lugar de los técnicos, el ITB iba a ser operado por los tenientes de fragata Edgardo Rodríguez y Mario Abadal.
En Malvinas
Luego de varios intentos, el Hércules con el ITB aterrizó en Puerto Argentino. La batería se instaló en la cabecera de la pista del aeropuerto, al ser la única ruta asfaltada que podía soportar las seis toneladas de los carromatos. El resto de los componentes se ubicaron dispersos, lejos del lanzador, para ocultarlo de la vista de los kelpers, que podían estar pasando información a los ingleses.
Instalado y camuflado, había que resolver todavía una dificultad no menor: ¿Cómo saber la distancia precisa a la que se ubicaban los buques británicos? El ITB carecía de un radar apto para ese cometido. La solución llegó de un equipo del programa de televisión “La Aventura del Hombre” que estaba cubriendo la guerra en las islas. Su productor y director era Carlos Ries Centeno, ex marino, que había sido autorizado por el teniente coronel Balsa para utilizar un radar antipersonal “Rasit”, que podía establecer la ubicación de los buques, de forma visual y auditiva hasta una distancia de 30 kilómetros. Al enterarse, el capitán Pérez lo contactó de inmediato. Centeno estuvo de acuerdo y en minutos pudieron integrar el radar al sistema del ITB. Con el Rasit y una calculadora manual se podían realizar los mismos cálculos que hacia la computadora en la instalación original del barco.
Todos los días, al anochecer, cerca de las 18, se rearmaba pacientemente el ITB. Llegaban en una camioneta destartalada y lo primero que hacían era activar el radar. Media hora después llegaba un remolque con la rampa de lanzamiento, que apuntaba en el rumbo 180 Sur. Al rato llegaban los conteiners de los misiles y luego el grupo electrógeno. A las 20,30 aproximadamente estaba todo calibrado y el sistema completo funcionando. El mayor peligro eran los helicópteros. Los neutralizaban con protección antiaérea de misiles provistos por el Ejército. Así esperaban todas las noches hasta las tres o cuatro de la mañana, cuando decidían desarmar todo y esperar a la noche siguiente.
Una de esas noches de espera interminable captaron un buque con el radar. Centeno transmitió la información de distancia en metros y rumbo en milésimos al teniente Abadal. Con una calculadora Hewlett Packard, Abadal convirtió el informe en datos electrónicos y se los pasó al capitán Pérez, que operaba los instrumentos de control del ITB. Estaban listos para el primer lanzamiento. Centeno encendió la cámara y comenzó a grabar. Pero el misil no salió. El traslado les había jugado una mala pasada desconectando alguno de los miles de pequeños cables improvisados que habían conectado. Volvieron a revisar todo y al rato, esa misma noche, se realizó el segundo disparo. Esta vez el Exocet salió, pero con un rumbo completamente alejado del blanco. ¿Qué había pasado? La ansiedad de Pérez lo había traicionado. Entre un lanzamiento y otro debían pasar veinte minutos y Pérez sólo había esperado ocho. El lanzamiento fue un fracaso, pero el Exocet había sido disparado, por primera vez en la historia, desde tierra.
Luego de los intentos fallidos sobrevinieron varias noches en espera. Seguramente algo habían advertido los buques ingleses, que comenzaron a hacer una trayectoria errática y no entraban a la zona de alcance del ITB, unos 38 kilómetros. A veces estaban al alcance del misil, pero no del radar.
Para mitigar la espera y atraer de alguna manera a los buques, Abadal y Rodríguez le hicieron a Pérez una insólita propuesta: “¿Por qué no danzamos, como los indios en las películas, cuando piden a los dioses que llueva? Hagamos el “Uca-Uca” bailando alrededor del Exocet para atraer a los buques”, dijeron. Desde entonces, cada noche, al armar el ITB, danzaban a su alrededor. Pero los buques no se acercaban, seguían imperturbables con su ritual de lanzamiento de bombas sobre las inmediaciones de Puerto Argentino.
Fuego
La noche del 11 para el 12 de junio el bombardeo fue feroz. El Batallón de Infantería de Marina N° 5 (BIM5) resistía sus posiciones ante el avance de los ingleses, que ya habían desembarcado. Había fuertes combates. Abadal, Rodríguez y Pérez bailaron el “Uca-Uca”. Llevaban 12 días de espera interminable. A las tres de la madrugada, el Rasit detectó un blanco a 29.600 metros, al límite de su alcance. Era el fantasma que había estado cañoneando las islas, un monstruo invisible que azotaba por las noches. “¡Lancemos!”, ordenó Pérez. Centeno corrió en la oscuridad junto a su equipo de la televisión (Ángel Libonatti, Jorge Sanders y Osvaldo Marino) hacia una loma para grabar el disparo. El Exocet perforó la noche con su estela de fuego. Segundos después, las nubes se iluminaron con una enorme explosión que dejó ver toda la línea del horizonte. Traída por los gélidos vientos australes, una tenue ovación llegó hasta la posición donde se encontraba el ITB. Como si estuvieran gritando un gol de un clásico en una cancha lejana. Centeno bajó y se abrazó con Pérez, ambos llorando. “¡Lo hicimos, le dimos!”, celebraron.
Minutos después, todavía emocionados, cayeron en la cuenta que en el buque acababan de morir ingleses. No “personas”, sino ingleses. El Exocet había dado de lleno en la popa, sobre la banda de babor, en la fragata HMS Glamorgan. La furtiva, la odiada fragata que azotaba por las noches, quedó fuera de combate. Un boquete de cuatro metros de diámetro en la cubierta y varias galerías interiores destruidas. También un helicóptero. Las llamas tenían una altura superior al puente de mando, podían verse desde Darwin y Pradera del Ganso. El impacto causó catorce muertos y veinte heridos.
La guerra transitaba sus últimos días. La mañana del 14 de junio las tropas argentinas se rindieron. Pérez y sus oficiales estaban por destruir el “horrible” armatoste que habían inventado, pero decidieron dejarlo. Prefirieron que el enemigo supiera con qué les habían tirado.
Los ingleses encontraron la “berreteada” argentina abandonada en las islas. La estudiaron minuciosamente y tomándola como base, desarrollaron el sistema “Excalibur”, que pusieron en funcionamiento en el Peñón de Gibraltar. La fragata Glamorgan fue reparada y, con la cicatriz del Exocet más una historia increíble en su historial, fue comprada por Chile, que la dio de baja en 1998.