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#MariaTeresaAndruetto
La poeta del insilio
Por | Fotografía: Diego Cabrera
Foto: De partisanos, exilios interiores y lectores cómplices: viaje al mundo literario de María Teresa Andruetto.
La escritora cordobesa creció en un mundo de inmigrantes y desarrolló un fuerte sentido de pertenencia por su tierra natal. En 2012 ganó el premio Hans Christian Andersen por su obra y ha sido traducida a una decena de idiomas. Nació en Arroyo Cabral, pasó su infancia en Oliva y actualmente vive junto a su esposo en Cabana, un paraje de las sierras cordobesas desde donde continúa produciendo obras para lectores de todo el mundo
Publicada el en Entrevistas

Raíces e identidad parecieran ser marcas indelebles en María Teresa Andruetto, no solo en su literatura, sino también en su vida cotidiana. Retazos de su insilio asoman en libros como ‘Lengua Madre’, novela que descubre a través de cartas de una madre a su hija los horrores de una de las dictaduras más cruentas de Latinoamérica. Consecuente con sus pensamientos, escribe siempre buceando en un mar de lectores a los que interpela desde sus escritos.  En diálogo con revista El Sur, la escritora habla de sus orígenes, la escritura, su vida en épocas de dictadura y la vuelta a la democracia.

- ¿Tu papá era partisano?

- Si, él estuvo en el movimiento partisano. Llegó a la Argentina en diciembre de 1948, unos tres años después de terminada la guerra y antes de la recuperación italiana. Se vino tras esa desolación económica en la que quedó el país. Había algunas posibilidades de irse a Caracas y Nueva York, pero finalmente se vino a nuestro país.

- ¿Vino solo?

- Sí. Tenía 28 años. Quedó toda su familia allá. Nosotros siempre tuvimos una relación epistolar muy fuerte con sus padres y hermanos. Hubo mucha presencia de ellos en nosotros por los relatos de mi papá, fotos y cartas que iban y venían, muy frecuentes. Mi papá murió joven, en 1990, tenía 68 años; y nosotros seguimos teniendo relación con mis primos y sus hijos. Tenemos una relación muy fuerte.

- ¿Qué recordás de él?

- Mi papá tenía 19 años, la edad de los que entraban a hacer el servicio militar y en la que llamaban a sumarse al Ejército de Mussolini, y hay una anécdota familiar: un cura que tenía parentesco con su madre y que seguramente tendría buena información le dijo a su mamá que mi padre se presentara como voluntario porque era inminente que Italia entraría en guerra. Mi papá no quería, pero ante los ruegos de su madre se presentó y eso hizo que cuando entraron en guerra no lo mandaran fuera del país. Se quedó en Milán, estuvo dos años allá, luego se escapó y se unió al movimiento partisano, en el que trabajó en la distribución de comida para sus compañeros en Piamonte, al norte, en el límite casi con Francia, la zona de donde él era y donde el movimiento partisano era muy fuerte. También contaba que había tirado al agua su carnet de partisano cuando llegó a la Argentina, un poco antes de desembarcar, porque tuvo miedo. Estaba Perón en el gobierno y se hablaba de su afinidad con Mussolini. Tengo un libro de relatos del pueblo de mi papá que habla de los partisanos del pueblo. Es un libro hecho por el municipio de Airasca, de donde él era, que recupera la historia del pueblo y ahí lo mencionan como a uno de los jóvenes partisanos.

- ¿Y acá a qué se dedicó?, ¿se involucró en política en algún momento?

- No. Sí trabajó mucho en el movimiento cooperativo. Él tenía una mirada socialista. Trabajó primero en una cooperativa de tamberos y luego en la cooperativa eléctrica de Oliva, que ahora es muy grande. Esa cooperativa fue de las primeras que hizo electrificación rural, le dio luz al asilo de Oliva, Las junturas, Pampayasta, a varios pueblos cercanos. Y luego fue incorporando servicios sociales, funerarios, ambulancias, agua. Y mucho de eso lo hizo él.  

- ¿Y tu mamá? ¿Cómo se conocieron ellos?

- Mi mamá era de Arroyo Cabral, hija de piamonteses pero de otra inmigración, la de fines del siglo 19. Una inmigración que vino por la pobreza y el hambre y no ya por la guerra. Mis abuelos vienen de ahí: la madre de mi mamá era colchonera y el padre, enfardador. Ellos se conocieron porque había una relación entre la abuela de mi mamá y la madre de mi papá. Entonces él pasó a conocer a esta mujer y se encontró con mi madre.

- ¿Cómo fue crecer con esa presencia tan fuerte de la inmigración?

- Fue una doble cosa: por un lado, hija de un inmigrante que vino de adulto por parte de mi papá e hija de una hija de inmigrantes por parte de mi mamá, en un pueblo donde había muchos descendientes de inmigrantes: de italianos, de gallegos, sirio libaneses y otros. También migrantes de provincias del norte, una mezcla. Yo sentía que algo era distinto en nosotros porque mi padre venía de otro mundo. Pero por otra parte, mis hermanos y yo tuvimos un mandato muy fuerte -por parte de mi papá sobre todo- y un amor muy grande de mi mamá, por nuestro país. El mandato de ser de aquí, de no desarraigarse. Soy una persona profundamente arraigada, nunca deseé vivir en otro país, ni aún en la época de la dictadura, con todo lo difícil que era. Ese sueño que algunos tienen de irse yo no lo tuve. Nunca hice la ciudadanía italiana. He ido varias veces, pero nunca tuve la apetencia de vivir ahí o en otro país. 

- ¿Había libros en tu casa de la infancia?

- La mía era una casa modesta, sencilla, pero los libros siempre ocuparon un lugar muy importante. Y se priorizaban a cualquier otro gasto que no fuera indispensable, estaban antes que la ropa o las salidas. Mi papá tenía también un pesar con los libros que había dejado allá, unos baúles que no había podido traer.

- ¿Te encontraste con esos baúles?

- Sí. Mi hermano en un viaje se trajo uno de ellos. Eran dos baúles grandes. Mi papá había hecho sus estudios en la Escuela Magistral de Pinerolo y en los baúles estaban los libros que había leído, sobre todo libros de estudio. Había estudiado latín, literatura italiana clásica, historia. Para mí papá los libros eran cosa de leer para saber. Mi mamá tenía una relación más hedonista con la escritura, le gustaba la poesía y la ficción, las novelas.   

- ¿Escribía también?

- Tuvo una relación ambigua con eso, tenía una escritura un poco secreta, siempre dentro de la vida privada, no tuvo un lugar público. Yo conservo algunas cartas, tenía una prosa preciosa y una subjetividad muy rica. Me contó que de jovencita empezó a escribir una novela con una amiga y que después se les ataron las ramas y no la continuaron. Mi mamá hizo el primario solamente, no había secundario en su pueblo; pero tenía una apetencia de saber y de disfrute de la literatura muy grande. Luego, de grande, cuando nosotros ya no vivíamos con ellos, se metió en un taller de escritura, pero en algún momento rompió todo. Eso fue un poco complejo para mí porque yo sentí alguna vez que me había apropiado de un deseo que era de ella.

- ¿A qué edad supiste que querías ser escritora?

- El deseo de escribir fue temprano, pero no era un deseo de ser escritora, era algo también privado. Yo encuentro mucha diferencia entre escribir y ser escritor. Escribir es algo íntimo que podemos hacer muchas personas más allá del destino que eso tenga. En ese sentido mi mamá tenía un amor muy fuerte por la escritura y yo también lo tuve desde muy joven. Ser escritor es otra cosa: es ese lugar público, ese salir hacia los otros. A ese deseo lo empecé a sentir cerca de los 30 años, con la escritura de Tama, novela que ganó el Premio Luis de Tejeda -el premio era su publicación-. Pero entre la escritura y esa primera salida hacia los otros pasaron más de diez años.

- ¿Cuándo y por qué tomás la decisión de irte al insilio?

- Yo militaba en el centro de estudiantes de Filosofía, en una agrupación de izquierda que se referenciaba con el maoísmo. Milité entre el ´71 y el ´75, cuando me recibí. Hice el profesorado y la licenciatura en Letras Modernas. Alcancé a  recibir el título de la licenciatura y a fin del ´75 me fui al sur. Me fui porque se iban los profesores, metían presos a compañeros, mataron a algunos. Recalé en Trelew. Primero fui a otros lugares, anduve buscando dónde. No tenía a nadie.

- ¿Te fuiste sola?

- Con una amiga, pero ella se quedó en otro lugar. Llegué a Trelew en enero, aún no había ocurrido el golpe de Estado. Trabajé haciendo sociales en un diario en Chubut, había visto el anuncio en un bar, fui y me tomaron enseguida porque la persona que lo hacía se había ido supuestamente de licencia, pero nunca apareció; pienso que se escapó o le pasó algo. Estuve unos meses así, se dio el golpe y los militares cerraron el diario. Tuve otros trabajos siempre precarios; estuve en Trelew un año y medio y después en Córdoba, en un lugar también muy precario, cerca de la calle Humberto Primo. No quería volver a mi pueblo. Entre ambos lugares estuve desde el ´76 hasta el ´83.

- ¿Mientras estuviste en el sur tenías contacto con tu familia?

- Sí. Cartas, de mi madre sobre todo. Algunas también de amigas que llegaban a casa de mi mamá o a otros lugares y yo las recibía a través de alguien que transportaba cajones de muertos a la Patagonia, porque en Oliva hay una fábrica de cajones; y las cartas viajaban pero no por la vía tradicional. Pero lo que yo viví no era excepcional. Pasa que el insilio ha sido una zona más ambigua y menos investigada, tiene límites más borrosos porque ¿cómo podríamos considerar que una persona es una insiliada? Bueno, cuando esa persona renuncia a la vida que tenía y se ve obligada a reemplazarla por otra más precaria, por ejemplo. La Universidad está trabajando ahora en unos proyectos de investigación sobre el insilio que me parecen muy interesantes. Creo que ha llegado la hora de ver cómo se produjo ese sobrevivir en esa década.

- ¿Cómo fue tu vuelta?

- Esa fue la época entre mis 21 y 30 años, una década en la cual una persona generalmente se establece en sus trabajos. Yo me había recibido, pero recién pude empezar a ejercer en el ´83. Empecé la docencia secundaria, armé talleres, armamos el Cedilij y ahí ya me quedé en esa institución. Tuve una pequeña militancia feminista, fui madre también en esos años. Por ese entonces se hizo la primera convocatoria del Fondo Nacional de las Artes, me presenté con un proyecto de escritura, me salió una beca y terminé de escribir Tama. Eso me sirvió mucho económicamente porque vivía medio apretada. Mi idea era publicarla, pero me costó mucho encontrar una posibilidad de publicación hasta que gané el premio Luis de Tejeda, que incluía dinero y su publicación.

 - ¿Cuál es tu lector ideal?

- Creo que un escritor que se precie construye con su escritura el tipo de lector que quiere para sí y yo quiero un lector que se pregunte, que se mueva conmigo, que se incomode, me interesa eso. No sé si lo logro a veces, siempre o nunca, pero me interesa la construcción de pensamiento, sacudir al otro de la inercia.

- Estamos cumpliendo 40 años de democracia, ¿creés que ha habido cierta reparación histórica?

- Siempre lo veo como un camino. Nunca se puede reparar una masacre en términos económicos, pero sí ha habido acciones en ese sentido por parte del Estado y mucho trabajo de los organismos de Derechos Humanos. Los juicios, la derogación de las leyes de Obediencia Debida, la recopilación de testimonios. El trabajo de Madres -el de las dos líneas-, Abuelas, Familiares, Hijos. Nuestra sociedad ha hecho y hace mucho por elaborar ese trauma. Sí creo que tenemos que trabajar mucho la vinculación de ese trauma histórico con los dolores de hoy, porque muchos de los sufrimientos de hoy, sobre todo económicos, tienen que ver con cosas que la dictadura dejó en nosotros. Además, falta -o es muy pobre- una generación de dirigentes que podrían estar hoy en el momento central, porque parte de esa potencial dirigencia fue asesinada, anulada, desaparecida o sometida y quebrada. Yeso lo estamos padeciendo.

El cordobesismo

“Córdoba tiene una historia rara porque cuando la mayor parte de Argentina pensó en un país para todos, Córdoba se replegó en el aislamiento. Cuando a nivel nacional la política fue muy conservadora, Córdoba tuvo sus luchas, su programa de revisión, revolución o transformación. Hay una tensión que pone a Córdoba en contrario con la predominancia nacional, cualquiera sea ésta”, reflexiona María Teresa Andruetto. La escritora sostiene que hablar de ‘cordobesismo’ es hablar de Córdoba como quien habla de una isla. “Yo me siento fuertemente de provincia y también reniego de los beneficios que tiene la capital y que no tienen las provincias, pero pienso el país en su unidad. Me parece que el sistema de un país tiene que contemplar las diversidades geográficas. Mi aspiración sería un sistema federal, nacional y solidario. Por eso pienso que la palabra ‘cordobesismo’ nos encierra en una isla y eso no me parece tan bueno como sociedad”. 

Guillermina Delupi
- Periodista -