Declarada “Personaje destacado en el ámbito de la Cultura” de la ciudad de Buenos Aires, Andy Cherniavsky también tiene documental propio: se llama “Expuesta” y fue dirigido por Eduardo Raspo, que destacó su producción fotográfica y su invaluable archivo. Antes ya había visto la luz “Acceso Directo: memorias de una fotógrafa del rock de los años 80” (Planeta 2020), un libro en primera persona que narra sus vivencias de amiga, novia y espectadora privilegiada de un mundo que la incluyó y nos cautivó a todes. Es que Andy Cherniasky, la chica tímida y solitaria que encontró en la fotografía su medio de expresión por excelencia, fue los ojos de toda una generación que encontró en el rock la salida a los años de opresión de la dictadura militar. Fue testiga del nacimiento de Serú Girán en Brasil, retrató a León Gieco, conoció a Los Abuelos de la Nada y a su tecladista Andrés Calamaro, de quien se enamoró a primera vista y con quien estuvo en pareja diez años. Disparó displicentemente su cámara, y casi sin saberlo, retrató y construyó la estética del rock y de miles de adolescentes que se identificaban con aquel movimiento. Retrató a Virus, Soda Stereo, Los redonditos de ricota y a (casi) todos los que formaron parte de ese mundo. Todo lo que vimos y vivimos, pasó por su cámara y su mirada atenta. Más tarde se consolidó en el mundo de la moda y la fotografía publicitaria.
Andy atiende a revista El Sur en una pausa entre innumerables actividades vía streaming gracias al programa de radio, especializado en fotografía Luz Mala, que se emite por la radio comunitaria El Brote de Villa Ciudad Parque, en el valle de Calamuchita, y es conducido por el autor de esta nota y Santiago Kimsa. Comenzamos por el principio: está relajada, sin apuro y con ganas de charlar. Sabemos, por su autobiografía, que su niñez y adolescencia fue por demás complicada. A la extrema libertad intelectual que ofrecía su familia se contraponía una soledad y un desamparo incomprensible para ella en ese momento.
Su padre Daniel Cherniavsky había dirigido muchos años el Centro de Artes y Ciencias por el que pasaron artistas de la talla de Chico Buarque, Astor Piazolla, Santana y otros. Su madre, la psicóloga Marta Berlín (una de las primeras en anotarse en la carrera en Argentina) experimentaba con el nudismo y el LSD. Nada esperable de una familia judía argentina.
Su casa de Vicente López se convirtió en algún momento en un colegio, con jardín de infantes y primaria, que llegó a tener alumnos internos. Fue allí a la primaria, relegada en su propia casa, invadida por pupilos. Todo empeoró cuando sus padres se separaron y formaron nuevas parejas. Y desbarrancó cuando su madre se fue a vivir a Brasil y su padre estuvo en pareja con una mujer que no le permitía ver a sus hijos. Junto a su hermano menor Ariel, quedaron viviendo en ese dúplex, solos, con 14 y 16 años.
Ariel abandonó la secundaria y poco tiempo después decidió ir a ver a su madre, que vivía en Madrid con su tercer marido, el reconocido psicoanalista argentino Emilio Rodrigué. Andy prefirió quedarse con su noviecito, Dani, un ex compañero de la secundaria. Ariel tuvo un accidente fatal cuando hacía dedo en España y nunca llegó a ver su madre.
En Buenos Aires, Andy comenzó a frecuentar la casa de su novio y conoció a su mamá: Carmen. Un día Carmen le preguntó si podía albergar a su otro hijo, que vivía en una pensión y andaba buscando un lugar para vivir. El hermano de Dani era Carlos Alberto García Moreno, más conocido por Charly García, integrante de Sui Géneris. Andy había estado saliendo con el hermano de Charly y no lo sabía.
- ¿Cómo fue aquella época junto a los García y cómo apareció la fotografía en tu vida?
- Era una adolescente tratando de encontrar mi camino, tratando de saber qué quería hacer. Me había anotado en Psicología, hacía ropa. La fotografía apareció porque una amiga me invitó a un curso que empezaba y por hacerle la gamba fui. Mientras tanto iba al colegio, estaba en cuarto año cuando lo conocí a Dani y un tiempo después nos pusimos de novios. Yo ya era fan de Charly, de Sui Generis obviamente. Nunca entendí, en ese momento, que Daniel García Moreno era el hermano de Charly. Era una época que no teníamos teléfonos como ahora. No tenías información más que la que leías en el diario. Este dato curioso no lo manejaba.
-¿Cómo nace esa conexión con la fotografía?
-Empecé a trabajar como fotógrafa de plaza. Iba a hacer fotos de niños. Tenía como una mini empresita armada. Sentía que podía hacer eso. Hacía las fotos, las entregaba en un paspartú, todo muy organizado, muy empresarial. Cada vez que se agregaba algo, aparecían cosas que yo iba descubriendo de mi misma. Ya había dejado la carrera de psicología. El curso con mi amiga duró tres meses y al toque salió trabajar en las plazas. Cuando estuve más cerca, Charly me empezó a ver como fotógrafa. Estaba todo el tiempo con la cámara.
Charly se iba a Brasil con una nueva banda. Iban a grabar un nuevo disco y la invitó a formar parte de la comitiva. Estaban en una casa de Buzios esperando que llegaran los instrumentos desde Argentina y fueron a San Pablo a ver un festival de jazz en el que estaban Guillespie, Maclauglin y otros grandes músicos. Andy llevó su cámara y debutó sacando fotos en vivo. Le gustaron tanto que las mandó a la revista Periscopio de Buenos Aires, que aceptó publicarlas.
-Sí, fue tremendo. La verdad que ahora me daría bronca, pero en aquel momento era muy importante. “¿Quién me va a creer que las hice yo?”, me decía. Fue una gran decepción, no me gustó nada. Pero lo más importante fue que hice unas fotos espectaculares, que con el tiempo van tomando cada vez más relevancia.
-¿Cómo fue estar con Serú Girán, ser testigo del nacimiento de esa banda trascendental de la música argentina?
-Éramos un grupo de amigos. Todo se daba dinámicamente. Era muy lindo, muy lindo.
-¿Qué te despertó la fotografía? ¿Qué sucedió para que sintieras que la fotografía era el rumbo que querías dar a tu vida?
-No es algo que se despertó automáticamente. Creo que fue un proceso. No era mi vocación. Era algo bastante mecánico: ir a la plaza, sacar las fotos, revelarlas, tener las direcciones de los padres (cosa que hoy sería imposible), que me las compren… ahí vi que la fotografía podía ser un medio de vida. No es que me sentía fotógrafa ni había aprendido todo lo que tenía que aprender. Me estaba empezando a relacionar con la cámara, con aprender, descubrir cómo se trabajaba. A los tres meses ya sabía que sí, que iba por ahí. Después fueron todas estas puntadas que se fueron generando, el festival de jazz, mi fanatismo por la música, que me permitía encarar otras bandas. Y Charly me impulsó. Hice fotos con los Dulces 16, con el Dúo Fantasía. Charly le recomendó a León Gieco que hiciera su tapa “Pensar en nada” conmigo. Entonces fueron una serie de eventos que también me iban haciendo aprender, practicar, estar metida diez horas en el cuarto oscuro para entender y profesionalizar, Para mí siempre el desafío fue aprender. Y lo sigue siendo.
-Has hablado muchas veces de la magia del cuarto oscuro y lo que eso significaba para vos.
-El cuarto oscuro es un lugar en solitario, donde uno podía equivocarse y nadie te veía. Ensayo y error. El aprendizaje pasaba por estar en el laboratorio. Experimentaba mucho y me encantaban esos momentos de soledad. Era muy exigente, anotaba todo. Me pesaba el hecho de ser autodidacta, de no tener a nadie que te dijera “esto está bien o está mal”. Esa persona, de repente, era Charly García, y eso superaba todas mis expectativas. El cuarto oscuro fue vital para mi formación. Recomiendo fuertemente hacer fotografía analógica para aprender, para ver de dónde sale todo esto.
-Fuiste parte del movimiento del rock. Tus fotos no se ven como de alguien que observa desde afuera, sino que está adentro, que fotografía a sus amigos, a sus pares, y fuiste descubriendo cosas en ellos, su estética, sus personalidades, ¿Cómo se fue construyendo esa parte creativa que tienen tus fotos?
-Finalmente terminé aprendiendo un método de trabajo, que es el mío. El método que yo elijo para trabajar, editar y seleccionar, para relacionarme con el músico o la persona que me contrata y eso también fue un proceso que está ligado con el desafío y el aprendizaje. Te llaman para hacer la tapa de León Gieco y decís: ¿Por dónde arranco? Mi proceso empieza con las ideas, no tanto por lo técnico, que por supuesto es fundamental. Arranca por preguntarse ¿cuál el alma de esto, qué es lo que queremos contar, qué quiere contar el protagonista, cómo lo contaría yo, cuál es la mejor iluminación para retratar esto, qué equipo necesito, qué equipo de trabajo armo, con qué colaboradores?. Y llegar al día de las tomas con una sensación definida sobre lo que vamos a hacer. Bocetar, tener referencias, todo ese trabajo de preproducción me gusta hacer.
-Que es muy diferente a una foto en vivo…
-En la foto en vivo vas a cazar del natural, de lo que se te presenta adelante tuyo como si fuera un paisaje, de lo que está sucediendo, que también hay que tener un ojo muy afilado. Cazar es poner el ojo en la mira y disparar en ese momento donde la luz y la actitud conforman algo que te gusta. Pensá que nosotros íbamos a trabajar con dos rollos de 36. Hoy por ahí sacás 600 fotos o 1.500 fotos. Esas limitaciones contribuyeron a mi aprendizaje. Muchas veces nos tocaba sacar fotos en escenarios donde no había luz y las fotos no salían tan bien. Yo creía que era un error mío, pero tampoco teníamos las cámaras que tenemos ahora, donde podés forzar la sensibilidad. En aquel momento era mucho más artesanal.
-¿Tenías referentes o todo fue un desarrollo tuyo?
-No tenía referentes porque era una época en que acá no llegaba nada. Había muy pocos fotógrafos referentes, estaban (Pedro Luis) Raota, Sara Facio, Alicia D´Amico, Annemarie Heinrich. Antes tenía que aprender para poder decir que me gustaba algo. Una cosa es verlo y otra cosa es hacerlo. También hay un ida y vuelta de lo que mirás de tu referente. ¿Me mueve algo? ¿Qué me cuenta? ¿Qué me dice? Me costaba mucho no tener la devolución de un profesor, de una profesora. Era yo con mis propias dudas, mis inhibiciones, mi inseguridad, porque esto de no haber estudiado me pesaba. Hasta que me convierto, por la práctica, en alguien que ya no siente esa inseguridad, que puede hacer cualquier trabajo.
-¿Cómo fue ser mujer en ese mundo del rock, que era de hombres?
-Bueno, en esa etapa éramos pocas mujeres. Charly fue uno de los artífices de darles lugar a las mujeres, no sólo a través mío, sino también a Fabi (Fabiana Cantilo), de Celeste (Carballo), de Hilda (Lizarazu), las Bay Biscuits y muchas otras. Siempre dentro del mundo Charly, la mujer tenía una valoración muy importante y él de alguna manera lo generaba. Nos dio oportunidades a todas. El rock no era tan machista. O sí. Quizás la mujer estaba encapsulada, era corista y nunca iba a pasar al frente a cantar un tema. Siempre la corista de Spinetta, la corista de Fito… Pero nos plantamos a decir ¡acá estoy! Yo entraba en ese movimiento y el resto de las mujeres también, con el patriarcado muy metido adentro. ¿Una mina con semejante cámara? Me acuerdo que tenía un rebotador blanco arriba de la cámara y digo voy a entrar con este armatoste ¿Cómo me van a mirar? Nadie me decía nada, pero era una cosa muy interiorizada. En todas. De a poco fuimos asentando nuestros trabajos, nuestro profesionalismo.
-El papel que jugó Charly en eso…
-Charly nos empieza a dar un espacio y eso genera un cambio alrededor. También genera que nos animemos a más cosas y que nos demos la posibilidad de hacer cosas solas. El rock era un movimiento que era más abierto, moderno, divertido, disruptivo, que quería romper estructuras muy enquistadas en la sociedad. Salíamos de la dictadura. De repente se abre una puerta y empezamos a poder hacernos dueñas y dueños de lugares que por ahí antes no nos pertenecían.
-En los ´90, incursionaste en el mundo de la moda y la fotografía publicitaria ¿Qué te interesó de esos mundos?
-Buscaba profesionalizarme, abrir un poco el panorama y no ser solamente la fotógrafa que hacía los shows y las tapas de los discos. Veía a la moda como algo que quería aprender, porque había producción, maquillaje, peinado. Había ideas, locaciones, un montón de cosas que me resultaban muy atractivas y había mucho para hacer. Yo venía del rock, donde nunca había presupuesto para hacer nada, no ganaba plata. Lo que ganaba me alcanzaba para comprarme dos rollitos y seguir. Soy una virginiana muy obsesiva, que todas esas cosas me atraen un montón y la moda era una paleta bien diferente a la que yo venía manejando, con otros colores.
-¿Cómo te retratarías a vos misma?
-No lo sé, tendría que pensarlo. No soy mucho del autorretrato. No tengo fotos de mí misma. Las que tengo me las saca mi asistente. No me motiva mucho.
-En el documental “Expuesta”, sobre tu vida no hay una foto tuya en el afiche, sin embargo el título dice mucho
-Me encantó el título, así es como me siento, expuesta, y tiene este jueguito con lo que es la fotografía. Lo que tiene de bueno es que hablan mis motos, no de mí. Por supuesto que soy la protagonista y le agradezco al director y a los productores, pero al ver la película la gente alucina con el archivo monumental que tengo.