Crónicas
Entrevistas
Actualidad
El Kiosco virtual
Reflexiones
Cultura
Música
Cine
Libros
Galería Magalú
Galerías multimedia
Quiénes Somos
Revista El Sur
Staff
Ediciones en papel
#Salud
"La ancianidad es una asignatura pendiente"
Por | Fotografía: Gentileza El diario del centro del país
Foto: Carlos Presman y una mirada crítica de la medicalización excesiva en la tercera edad.
Carlos Presman acaba de publicar "Vivir cien años", una aguda reflexión sobre la salud en la tercera edad. La pandemia, el cuidado y después.
Publicada el en Entrevistas

Cuando uno tuvo la suerte de conocer al galeno Carlos Presman, cordobés del `61, no podrá resistir la tentación de pararlo en la calle o cruzarse hasta su mesa en el bar para consultarle por esa espina que le dejó clavada en el músculo zurdo o en la sesera. Así el primer contacto haya sido en la presentación de algunos de sus libros (Ni vivo ni muerto, Letra de médico, Vivir 100 años, Cuadernos de Anatomía…), o bien al leer alguna de esas obras, o a través del discreto encanto de la radio, o en la tele, o al verlo sobre las tablas en algún teatro del país junto a Doña Jovita, médico y paciente, dando cátedra de… vida. Como sea, donde sea, usted querrá sacarse esa espina.

- Disculpe doctor, usted dice en “Vivir cien años” que una persona con Alzheimer comprende mucho más de lo que puede expresar…

- Así es. Hasta muy avanzada la edad esa persona percibe los registros afectivos. No puede decir el nombre de la hija que lo cuida todos los días, pero sonreirá cuando ella la acaricie o le dé un beso, porque la sensibilidad al contacto físico y la recepción del lenguaje cariñoso no se pierden…

- La verdad es que el libro es un manual que hubiese querido tener a mano cuando todavía tenía a mis viejos vivos. ¿Tiene un minuto?

- Sí, diga.

- Quería preguntarle cómo cree que estamos nosotros con respecto al trato hacia los mayores…

- Yo creo que hay un antes y un después de la pandemia. La pandemia fue un hecho trascendente y, por primera vez quizás en la historia de la humanidad, en lugar de “las mujeres y los niños primero”, se dijo “los viejos primero”. Creo que la pandemia generó una sensibilidad para prestar atención al grupo frágil de los adultos mayores y se le dio prioridad. Fueron los primeros que se vacunaron, a quienes más había que cuidar… Eso generó, de alguna manera, una instancia novedosa para poner en valor la instancia de la ancianidad. Durante la pandemia vivimos un tiempo en el que se logró valorar y considerar al adulto mayor, cuidar a los que nos cuidaron. Y, pasada la pandemia, volvimos a ser los de siempre. Así como teníamos expectativa de que en la pos pandemia íbamos a ser mejores y no, porque de la pandemia salimos más pobres y más desiguales, también volvimos -en un modelo de consumo- a discriminar a los adultos mayores porque no son un grupo poblacional, ni productivo, ni de consumo. Entonces volvió esta instancia de no tener el mismo cuidado que tuvimos con ellos durante la pandemia. 

- ¿Cuál es el camino para relacionarnos mejor con esa franja etaria hacia la que todos caminamos? 

- Lo importante es tratar de contagiar a todos la idea de que, también como un hecho inédito en la humanidad, muchos tendremos la posibilidad de vivir ochenta, noventa y hasta incluso cien años. Esa posibilidad estaba más restringida hace apenas medio siglo. En cambio, ahora la posibilidad de vivir noventa o más años existe, es real y es pasible de alcanzar, entendiendo que la vejez es un éxito colectivo. Entonces, desde esa perspectiva, si uno considera realmente la posibilidad de vivir muchos años y encarna el concepto de que el viejo soy yo más tiempo, se abriría una posibilidad de pensarse en el futuro de manera individual en la perspectiva de la longevidad y de manera colectiva en términos de convivencia con nosotros mismos a futuro.

- Y siempre pensando en la esperanza de vida buena, no solamente en la esperanza de vida, como usted plantea en el libro…

- Eso es.

- Otra frase suya que me acompaña es: “Lo importante no es perder la memoria, sino las ganas de vivir”…

- Buena memoria, la suya. 

- ¿Y qué piensa usted de esos hogares llenos de medicamentos, donde cada uno, ante el menor síntoma, se mete una pastilla roja, blanca, celeste… o le da un trago al jarabe?

- En general, Argentina es un país fuertemente medicalizado. O sea, entendemos que la posibilidad de vivir mucho tiempo es gracias a la tecnología, gracias a los fármacos, gracias a la ciencia, cuando en realidad no es así. Y voy al ejemplo más trascendente: los pacientes que hoy tienen ochenta y cinco o noventa años, son pre antibióticos, ni hablar que son pre anti tensivos, pre sten, pre drogas para el colesterol… Es decir que los longevos no lo son por los medicamentos, sino que son longevos porque hacían actividad física, porque se alimentaron de productos caseros, porque respiraron aire mucho más limpio, no soportaban cambios extremos en la temperatura medio ambiental e ingerían agua mucho más saludable. O sea, las condiciones de vida son las que determinan la longevidad con impronta mucho más potente que cualquier medicamento. 

- Pero los laboratorios, publicidad mediante, muestran y venden otra cosa… 

-El influjo de la publicidad hace que primero la gente vaya al médico si quiere vivir muchos años, lo cual no sé si es la mejor opción. Van al consultorio y te dicen: “Doctor, dame una vitamina”, “Colágeno”, “Pastillas para esto”, “Deme algo para que no me duela tal cosa”, “Deme algo para tal otra”, “Deme algo”. Entonces, se cree que teniendo una conducta farmacológica vamos a lograr un bienestar, incluso la posibilidad de vivir muchos años. Por eso los nombres que le ponen a los productos comerciales. Son vitaminas “plus longevidad”, “longevidad vital”, “ciento y pico años plus”, etcétera, etcétera. En realidad, no hay evidencia de que un fármaco prolongue la vida, no hay evidencia científica de que un fármaco prolongue la vida. Y sí hay abrumadoras publicaciones que demuestran que los fármacos provocan efectos adversos, efectos colaterales; desde gastritis, diarrea, insomnio, hasta caídas con fracturas, por citar algunos. O sea, hay una gran publicidad de todo lo que nos da la farmacología y escasísima descripción de lo que nos quita o lo que nos provoca. Cuando comprás cualquier medicamento, la letra chica son los efectos adversos y colaterales.

Presman reconoce que la prisa es una de las enfermedades de nuestro tiempo y por eso detesta las consultas exprés. Sabe que cada uno envejece de una manera distinta y entonces escucha las historias de vida para afanarse las claves de los buenos diagnósticos. Presta oídos a los adultos mayores, con más interés que paciencia; para aprender y luego compartir el conocimiento en presentaciones y charlas que le proponen aquí y allá, en auditorios casi llenos, en bares casi vacíos, con un modo docente y agudo para comunicar, acompañándose con la postura, con las manos, que van encastrando la nada misma en el aire, como un actor lo haría, como su tío Norman Briski lo haría... Pero también atiende eso que le cuenta el paciente porque sostiene que al dejar afuera de la convivencia a los viejos nos estamos eliminando a nosotros mismos. “El rechazo, el desprecio y el abandono de los viejos es una enfermedad de auto marginación”, asegura.

Sergio Vaudagnotto
- Periodista. -