El poeta chileno Raúl Zurita -galardonado con el Premio Reina Sofía y, más recientemente, con el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca- dice que “todas las comunidades miraron siempre el cielo buscando las señales de sus destinos". Así fue como sacó a la poesía de sus lugares tradicionales (ganándose el mote de ‘poeta performer’) y escribió los versos “Ni pena, ni miedo” en una extensión de más de tres kilómetros en el desierto de Atacama, que sólo podía verse desde el cielo. Sus poemas también surcaron los cielos de Nueva York en la década del ´80. En Córdoba, el fotógrafo Gabriel Orge trabaja sacando a la fotografía de sus lugares habituales para proyectarlas en edificios, rocas o en las copas de los árboles. Su proyecto ‘Apareciendo’, nacido en 2014, empezó proyectando en la intemperie fotografías de las épocas más oscuras, resignificándolas en el contexto social actual, para luego ampliarse hasta abarcar todo el concepto de identidad.
- ¿Hace cuánto que te dedicás a la fotografía?
- Desde los veinte años, pero empecé a vivir de ella a los 27. Al principio hacía changas, fotos de teatro, de bandas de rock. Es distinto a lo que pasa ahora, porque en ese momento para hacer fotos de teatro tenías que saber revelar, usar película, entonces no cualquiera hacía fotos de espectáculos o de eventos. Después empecé a trabajar en algunas editoriales: en la revista Mercado, Punto a Punto; fui varios años colaborador de la revista Veintitrés (y Veintiuno y Veintidós) de Jorge Lanata, también hacía cosas para revista Gente. Trabajé para agencias de publicidad como Rombo Velox, Gastardelli, Pérez Gaudio y Brokers. Pero siempre desarrollaba proyectos paralelos, que eran mis intereses, lo que yo quería fotografiar.
- ¿Por dónde pasaban esos intereses?
- Siempre pasaron por cuestiones sociales. Hice un ensayo documental con menores presos en el Instituto de Menores, con eso gané una beca en el Fondo Nacional de las Artes (FNA) y pude concluirlo. También trabajé en el Hospital Neuropsiquiátrico.
- ¿Qué fue de esos trabajos?
- Nunca los mostré. Del de los menores he mostrado algunas fotos donde no aparecen los rostros, porque no se pueden mostrar. Y del Neuro también mostré tres o cuatro fotos en alguna muestra, pero nada más. Ahí jugué con un espejo: ellos se reflejaban y eso me permitía llegar a alguna metáfora, porque el reflejo era distinto del rostro. Cuando les hacía un retrato y aparecía el reflejo había una distorsión. Siempre me interesó el retrato porque está ligado a la identidad y siempre me interesó investigar por ahí. Después de esos trabajos me metí más con la búsqueda de la identidad a través de la transformación, entonces retraté travestis, transexuales y también obtuve varios premios y becas que me permitieron desarrollar esos proyectos. En la colección del Museo Genaro Pérez hay tres obras mías de retratos de personas trans.
- ¿Cuál fue la génesis del proyecto “Apareciendo”?
- Empecé en el 2014. Yo trabajo en mi estudio con un grupo de personas interesadas en la fotografía, no todos son fotógrafos, vienen de distintas disciplinas, pero el eje que nos convoca es la reflexión y la producción en torno a la fotografía. Habíamos propuesto un concepto -que era la intemperie- para trabajar en común. Cada uno desarrollaba ese concepto con sus ideas. Y yo pensé que el espacio público estaba a la intemperie y que ese muro vacío que veía por la ventana de mi estudio a diario, me interpelaba. Había un vacío y había que llenarlo. Como parte de ese proceso decidí proyectar a Julio López.
- Esa fue la primera “Aparición”.
- Sí. Giré el proyector con el que proyectamos acá las imágenes que vamos viendo con el equipo de trabajo y lo proyecté en ese muro. Luego pensé: qué pasa si López aparece en la naturaleza. Y lo proyecté en la barranca del río Ctalamochita, que está ligado a mi historia porque es donde nací y crecí. Gané el Salón Nacional de Artes Visuales y a partir de ahí empezaron a surgir invitaciones para hacer “aparecer” personas. Fue una acción que se transformó en un proyecto.
- Al principio estaba muy enfocado en desaparecidos, víctimas del terrorismo de Estado, pero luego el proyecto se fue ampliando.
- Sí, casi de manera inmediata porque la proyección de Julio López en el río fue en 2014 y al año siguiente, cuando esa acción ganó el Salón Nacional, yo tenía que viajar por un trabajo a La Pampa y se acercaron unas personas. Querían que hiciéramos “aparecer” a Andrea López, una chica a la que su pareja explotaba sexualmente, la mató y la desapareció. Es decir, tomó ese otro camino, con desapariciones contemporáneas, que tienen que ver con la violencia de género, la trata de personas. Después vinieron los de los pueblos originarios.
- ¿Cómo llegás a trabajar con la comunidad Qom?
- Por una beca grupal del FNA. Organizamos un encuentro de fotógrafos en la Yunga, en Salta; hicimos una convocatoria y seleccionamos a un grupo de cinco fotógrafes, que trabajamos durante diez días en esa zona. Allí me crucé con un relato de Cristina Bajo que se llama ‘El candiré’, que habla de un grupo de españoles que están perdidos y de repente se encuentran en el medio de la selva con una comunidad. Y apareció esa idea del encuentro. La primera foto que hice, que está en el libro, es una comunidad que está como mimetizada en la selva y hay un río: yo estoy de un lado del río y ellos del otro. Yo trabajo con un generador de corriente portable y con eso obtengo la electricidad para poder usar el proyector en lugares como ese o en el desierto de Atacama, donde también hice proyecciones.
En movimiento
- La nitidez con la que lográs proyectar imágenes contra los árboles es increíble. El libro tiene códigos QR en algunas páginas, que al escanearlos muestra videos de esas proyecciones meciéndose en la copa de los árboles.
- Eso para mí fue una sorpresa porque no era algo que estaba buscando. Yo estaba proyectando sobre un árbol retratos de caciques del sur, con fotos del Archivo General de la Nación. Se levantó una brisa en la prueba y en lugar de fotografiar empecé a grabar. Pero no fue algo que estuviera planeado; simplemente se presentó y me di cuenta que tenía que grabarlo.
- El proyecto no solo ha recorrido varias provincias argentinas sino que ha traspasado fronteras. Recién hablábamos del desierto de Atacama, pero también has trabajado en Uruguay, en la cárcel de Miguelete.
- Sí, yo llegué ahí por una beca para una residencia, para estar un mes. Y trabajé muchísimo porque fue un mes dedicado solo a eso. La tapa del libro muestra una foto hecha en esa cárcel. Aparece mi silueta ubicada en el lugar del fotógrafo que en el siglo XIX retrató a esas personas que yo proyectaba contra la pared. El fotógrafo las retrató antes de ser ejecutadas en el patio de la cárcel; primero las ejecutaban en plazas públicas y después las empezaron a ejecutar en el patio de la cárcel de Miguelete. Uruguay y Venezuela fueron los dos primeros países que lograron abolir la pena de muerte en Sudamérica.
- Hiciste también otras proyecciones en Uruguay.
- Sí, varias. Entre ellas algo que fue muy fuerte. Allá hubo un caso muy emblemático de una docente desaparecida, secuestrada de su casa; y el ejército se apropió luego de esa casa. El semanario de investigación ‘Brecha’ identificó que la casa aún hoy sigue estando en manos del ejército y que es usada como una vivienda de servicio. Entonces proyecté el retrato de la docente en la fachada. Yo había hecho un proceso previo de investigación, me había relacionado con compañeros militantes de ella, con amigos. Gracias a eso fue un grupo de gente grande a verla y no me sentí tan solo ni con tanto temor porque no sabía qué podía pasar, estaba en otro país y no conocía los códigos, pero solo bajaron las persianas.
- ¿Cuánto duran estas “Apariciones”?
- Esta duró dos horas y media; siempre depende. Pero sí hay algo con el tiempo que me parece importante y es que las proyecciones comienzan con las últimas horas del día: cuando empieza a atenuarse la luz la imagen se empieza a ver cada vez más brillante y a mí eso me importa mucho.
- ¿Por qué?
- Porque el proyecto, que se llama “Apareciendo”, tiene un tiempo verbal, un gerundio, un presente que está sucediendo. Y para mí, que soy un fotógrafo de la generación analógica, tiene que ver también con el revelado. Cuando vos copiás una foto, la ponés en el revelador después que la proyectás en el negativo, la imagen empieza a aparecer, tiene un tiempo.
- Proyectás en la naturaleza y en las ciudades, ¿dónde te sentís más cómodo?
- En la naturaleza. Lo que me gusta de las intervenciones en la ciudad es que generan una irrupción en el cotidiano de las personas, porque ellas se encuentran con algo que a lo mejor ni siquiera identifican pero entienden que algo produce. Lo que sucede en la naturaleza es que la mayoría de las veces son lugares aislados donde la producción está hecha solo para el registro. En el desierto de Atacama, por ejemplo, éramos dos personas en el medio de la nada.
- Acabás de editar con Lote 11 el libro “Latir y revelar”, que muestra estos trabajos acompañados de textos tuyos, ¿es tu incursión en la escritura?
- En la década del ´90, cuando trabajaba más ligado a lo editorial, muchas veces para poder vender fotos tenía que escribir. También escribo los proyectos para las becas. He hecho ese tipo de escritura, pero esto no.
- ¿Y qué te pasó cuando la editorial te propuso hacer este libro?
- Ellos querían hacer un libro de fotos, pero donde yo también escribiera. Al principio me incomodó un poco, pero a la vez me motivó y les dije que sí. Fueron tres meses y medio de escritura, enfocado en el proyecto.
- El libro abre con una foto tuya y de tu hermana, de pequeños, ¿por qué?
- En la década del ‘70 estuvo de moda en los laboratorios fotográficos dejarles a las fotos un margen blanco para fijarles una fecha, que se correspondía con el mes y el año en que se imprimía la foto y no cuando había sido tomada. Octubre del 76, dice esa. Pero corresponde a marzo de 1976, fue tomada el primer día de clases. Es decir que esa imagen estuvo latiendo -es un concepto de la fotografía analógica el de la imagen latente- hasta ser revelada, hasta que aparece. Por eso también el nombre del libro: latir tiene que ver con el corazón, pero también con esto que late y que está por ser, hasta que la revelás. Y además por la fecha en particular, que dice mucho.
- ¿Cómo siguen tus proyectos?
- Este año vino un cineasta inglés a hacer una película que cuenta dos historias paralelas que nunca se tocan: una es mi trabajo y la otra es la de una sobreviviente de la Perla, los dos somos de Bell Ville. La película se estrenó en mayo en el Cineclub y estuvimos presentándola en varios lugares. A mediados de agosto se presenta en el Colegio de Psicólogos y yo estoy acompañando las presentaciones. Además estuve trabajando en la curaduría de la muestra “Imagina Bonino”, que se está exponiendo en Casa de Pepino. Y estoy pendiente de un trabajo con la UEPC que tiene que ver con sus desaparecidos. Tengo muchas ideas que tengo ganas de hacer, pero hay que ver cómo se llevan a cabo económicamente.
- Si tuvieras los recursos, ¿qué proyecto harías hoy?
- Trabajar en Malvinas. Es algo que me motiva y que me atraviesa. Me gustaría trabajar con ese pasado, en ese territorio.