A mitad de cuadra de la calle Rioja, subiendo para la Cañada, hay un viejo edificio, de fachada italiana, que sobrevive con sus arrugas y achaques al inexorable paso del tiempo. Hoy alberga a 32 artistas que dan vida plena a ese espacio, llamado “Hotel Inminente”, porque ese era el destino que pretendían darle poco antes de la pandemia. El edificio es, sin dudas, el “artista 33” de esta inusual movida, un añoso protagonista de la historia de Córdoba. En los años ´60 fue hogar sacerdotal y se comunicaba con la parroquia Cristo Obrero cuando su párroco era nada menos que Enrique Angelelli (quien fuera obispo de La Rioja en los setentas, asesinado por la dictadura y beatificado por el Papa Francisco en 2019). Luego tuvo varios destinos: hasta el 2012 funcionó una escuela y estuvo a punto de ser demolido para construir un hotel. Como un anciano que vivió mil vidas, resiste con ahínco a morir. Hoy es una fuente de vida y creatividad poco común en una Córdoba aletargada y ensimismada.
Lo primero que se advierte al entrar son sus enormes grietas, la falta de pintura y los helechos que cuelgan del techo como si estuviéramos en una película donde la naturaleza ha invadido lo que la raza humana ha abandonado. Lo segundo es que nada está abandonado: hay un grupo de personas que ha dotado al lugar de una vitalidad creativa muy singular. Todo muy orgánico y “conventillezco”. El enorme espacio está habitado por artistas de la más diversa procedencia. De inmediato surge la pregunta acerca de si estamos dentro de una metáfora: edificio, grietas, arte…
Revista El Sur habla con Sofía Torres Kosiva y con Pocho Armonelli, dos de los artistas que habitan el Hotel Inminente. “El edificio está declarado patrimonio de la ciudad, por eso no se convirtió en un hotel, como pretendían. Tampoco lo pueden tirar abajo y le hace falta una refacción completa, que sale mucha plata”, dice Sofía.
Cuando en 2012 cerró la escuela por problemas edilicios, la galería El Gran Vidrio lo adquirió para utilizarlo como depósito y un lugar donde sus artistas pudieran desarrollar sus talleres. La pandemia hizo que la galería cerrara sus puertas y quedara funcionando sólo el restaurante. Catalina Urubey y Romi Castiñeira, de El Gran Vidrio, convocaron entonces a algunos artistas con la idea de generar actividades en el edificio. Así fue como ocho artistas iniciaron lo que bautizaron “Hotel inmimente”, por el destino trunco que querían darle.
En la actualidad trabajan en una virtual convivencia creativa artistas que pagan un alquiler simbólico y producen en sus talleres diseminados por toda la estructura. “No somos un colectivo, sino un espacio, donde interactuamos diversos artistas de muchos rubros distintos”, explica Sofía. Hablan de libertad total, de autogestión, de decisiones asamblearias, de convivencia creativa, donde con mates o vinos de por medio surgen las ideas más disparatadas y artísticas. Si los guionistas de Los Simpsons -que aparentemente “lo predicen todo”- tuvieran que recrear el “paraíso de los artistas”, es probable que idearan un espacio como el Hotel Inminente: artistas visuales, producciones textiles, fotografía y escultura, música y serigrafía, todo eso, junto y por separado, en un edificio que se cae a pedazos y que se llama Hotel Inminente por un destino que no fue. La peluquería, que funciona en el segundo patio, está fuera de toda imaginación.
Temporada alta
Uno de los hitos (no el único) fue la movida organizada en 2021 denominada “Temporada alta”, que duró cuatro días y en el que participaron veintidós proyectos artísticos autogestivos de todo el país, que funcionó como “contraferia” o alternativa a la “no feria”. El espacio de la feria que organizaba el Gobierno -que funcionaba como encuentro federal- había quedado vacío durante el cenit de la pandemia. El Estado “se había olvidado” de generar algo para que los artistas pudieran mostrar y vender su arte y desde el Hotel lo autogestionaron: cada artista alojó a otros artistas que llegaron de todo el país con proyectos autogestivos en la misma línea del Inminente.
“Antes en 2020, habían organizado una muestra de todo el Hotel donde el eje principal era la “ruina”. También participaron invitados en la Bienal Documenta Kassel, en Alemania, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo, donde hicieron una enorme bandera del Hotel, con un texto elaborado junto a Serigrafistas Queer, un proyecto activista de Buenos Aires. En septiembre se organiza la “Feria Baratija”, una feria donde los artistas exponen lo que quieren vender, que va por su séptima edición. También se realiza “Asteroide”, la feria de arte gráfico”, relata Pocho.
Juan Coronel
En la planta baja, entrando por el tercer patio, tiene su taller Juan Coronel, joven artista cordobés que ha desarrollado una importante producción de obras gráficas, escultóricas y performáticas. Sus creaciones juegan con imágenes diluidas y paisajes distorsionados y consiguen mostrar con mucha claridad aquello de lo que usualmente no se habla, como es el caso del VIH.
“Desde hace tres años, toda mi obra habla de VIH. Hace siete años que soy positivo”, dice. Un proceso que empezó en la pandemia y que ya tiene un recorrido importante. En el taller, diminuto, pueden verse fotos y parte de la obra (sin montar).
La obra de Coronel logra conmocionar, pone en evidencia lo “desconocido” para la mayoría: las cajas, los blisters y los prospectos de las medicinas enmarcados con un frotado de monedas que habla de “el costo de estar vivo”. Juan ha calculado que la medicación que ha consumido, provista por su obra social, supera los cuatro millones y medio de pesos, que van a parar a quien tiene la patente. Mientras, su obra habla de la cura que no aparece, de la investigación que va muy lenta y los medicamentos que escasean. Las pastillas de resina muestran de un lado el 404 (error de internet) y del otro JC, poniéndose él mismo como empresa farmacéutica.
Una obra de 2021 sintetiza su búsqueda: en tres días hizo 1.500 pastillas, las puso en una caja y fue al Programa Nacional de VIH -donde recibió su diagnóstico- y dio vuelta la cuestión: él mismo “diagnosticó” al ente oficial. En el jardín de entrada dejó 15 pastillas (“que es lo que te dan cuando hay faltante”) y como son de arcilla sin cocer, con la erosión y las lluvias, se integraron con la tierra, “como un paralelo de ingerir las pastillas”.
Alquimia y experimentación
Emilia Di Pascuale dibuja y hace videoarte. Trabaja en Rosa Profunda, un colectivo de producción musical, donde experimenta con la música, el video y la animación, en shows en vivo. En el mismo espacio, en otro sector, trabaja Amparo Molar. Su arte “engloba dentro de la botánica”: trabaja con plantas, aromas y procesos. “No es química, sino alquimia”, explica. Los elementos con los que trabaja siempre funcionan por separado. El lugar se asemeja a un laboratorio, con tubos de ensayo y enlermeyers, pero su práctica está más ligada a lo creativo y a una búsqueda estética.
Trabaja con plantas recolectadas de las sierras de Córdoba y los preparados funcionan para aromaterapia. Coordina un grupo que se llama Corteza, que trabaja el saber botánico dentro de Centro Pueblo, un dispositivo de acompañamiento comunitario que promueve el acceso a la salud integral. Corteza está más ligado a prácticas de cuidado, desde cosmética hasta objetos de ceremonia, con la intención de trasladar este saber de autocuidado a entornos más populares.
Aguante la academia
Hay quienes han visto al Hotel Inminente como la aparición de un nuevo paradigma dentro de la producción artística de Córdoba y una contraposición al modelo academicista de las universidades cordobesas. Para Amparo y Emilia, la producción autogestiva y las prácticas independientes y experimentales no se contraponen con las prácticas académicas, sino que siguen un camino paralelo. Ambas defienden enérgicamente la educación pública.
En el caso de Emilia, su proyecto está dentro de un proceso de investigación académica de la Facultad de Derecho. Pareciera que no tiene nada que ver con el arte, pero en realidad si lo tiene y mucho, porque trabaja con la sociedad: “Para mí, mi trabajo es académico, yo lo llevo a ese lugar. La universidad abre puertas. Yo soy del interior, mis padres son del interior y la universidad nos ha abierto muchas puertas. Yo le debo mucho a la universidad”.
Amparo coincide en que la autogestión es un acto paralelo a la academia: “No sé si tiene que ver con la formación en sí de cada quien, sino con lo que se hace con esa formación al salir”.
Para Emilia, la burocracia de la academia termina siendo la burocracia del mismo mundo: “Ni la facultad de arte puede salirse de eso. Vivimos en un mundo burocrático donde nos preparan únicamente para trabajar, la academia también te lleva a eso porque no creo que sea la salida. Hay muchas salidas, no una sola. La academia es una rama dentro de esas salidas para huir del sistema. Lo digo yo que vengo de la Facultad de Derecho, que es súper tradicional y más en Córdoba. Dentro de la misma academia he encontrado personas que me han ayudado a generar un circuito productivo para entornos populares. Tiene que ver mucho con como uno se para ante lo que recibe”, afirma.
Entre coincidencias y diferencias (no necesariamente todos piensan igual), el Hotel construye y reproduce una realidad: la del momento histórico que vivimos. Un lugar donde habita la inestabilidad edilicia y humana, la horizontalidad, donde la incertidumbre es el aire que se respira, donde se canaliza la angustia a lugares de goce estético, donde se intelectualiza el sentimiento y se administran las emociones, que aquí surgen a borbotones, donde la búsqueda es individual y social.
“No sabemos si va a funcionar. Es difícil mantener la horizontalidad, el ejercicio de la generosidad nos cuesta un montón a todos. Hay muchas posibilidades de que sea un fracaso todo ¿Y qué pasa con eso? Nada”, dice Sofía. No hay metáfora: el Hotel es la vida misma.