La expectativa en torno al primer debate en el que Javier Milei debía mostrar algo más que slogans y frases hechas en programas televisivos con periodistas afines lo dejó completamente desnudo: no quiso o no supo explicar cómo implementará sus propuestas de campaña -la dolarización, el cierre de Banco Central y la desaparición de la inflación, entre otras-; delegó la respuesta de áreas claves como Defensa y Seguridad en su candidata a vicepresidenta; y reivindicó no ya la teoría de los dos demonios, sino el discurso de los genocidas que masacraron a una generación de argentinos en una supuesta "guerra sucia" contra "el terrorismo y el comunismo internacional".
Arcaico, negacionista, impreciso, por momentos soberbio, Milei se mostró cohibido pero auténtico en el primer debate presidencial. Se lo vio incómodo y reprimido, tratando de no salirse del guion que desde su triunfo en las PASO busca presentarlo como un candidato más moderado y racional. A tal punto que sus propios seguidores festejaron que al menos no se hubiera "sacado", como hace habitualmente cuando una pregunta lo incomoda. De no ser por la paupérrima actuación de la otra candidata de la derecha, Patricia Bullrich, el libertario hubiera quedado muy rezagado ante la evidente preparación del oficialista Sergio Massa, la soltura de la socialista Myriam Bregman o el anticuado y previsible libreto de Juan Schiaretti, que se mostró absolutamente incapaz de salir al menos por un momento de los límites de su comarca.
Frankenstein
Y es que Milei es un fenómeno curioso: le debe su popularidad a los medios de comunicación -sobre todo al grupo Vila/Manzano- que lo entronizaron primero como economista de consulta y después como una figura atractiva para subir algunos puntos de rating: su look rockero y desaliñado, su discurso provocador, su histrionismo y hasta su histeria terminaban calentando la pantalla.
Milei es una especie de Frankenstein mediático que se le fue de las manos a sus creadores, que ahora no saben cómo pararlo. Son los propios medios de comunicación que le dieron aire hasta instalarlo como un producto político exitoso los que ahora temen que un eventual gobierno libertario los deje sin pauta publicitaria oficial e inicie una caza de brujas contra los periodistas y conductores que no terminan de comulgar con la parafernalia antidemocrática del candidato.
Por alguna razón, el libertario capitalizó el descontento social con una dirigencia política que ha hecho sobrados méritos para recrear el sentimiento popular de "que se vayan todos". Las imágenes de Martín Insaurralde con una modelo top en un yate del lujo en Marbella es la síntesis grotesca de una forma de hacer política que no encuentra salida en un país cada vez más desigual. El ahora ex jefe de gabinete del gobernador Axel Kicillof alimenta -y con fundamentos- el discurso de la casta que tanto rédito le da a Milei, pese a que su construcción política se asienta en lo peor de esa misma casta: Martín Menem, Luis Barrionuevo, Domingo Bussi, Roque Fernández y un largo y lastimoso etcétera.
No son las excentricidades del candidato -su extraña relación con la hermana o su comunicación extraterrenal con sus perros clonados- las que preocupan, sino sus ideas, sus apoyos y la gente que lo rodea. Milei es algo así como la versión rockera de Patricia Bullrich: un ultraderechista capaz de chocar el país con viejas recetas que generaron centenares de miles de despidos, pobreza e inseguridad en los años ´90, cuando gobernaba su admirado presidente Carlos Menem y Argentina era una fiesta (para pocos).
Zimbabue, Panamá y Ecuador -enumeró Sergio Massa- son los únicos países que dolarizaron su economía. El silencio de Milei y su escasa precisión sobre el plan económico que sacaría al país de la inflación y la inequidad mostraron el verdadero rostro de un candidato inflado por los medios, pero con poca sustancia, que cambió su histrionismo por una sonrisa irónica de rabia contenida cada vez que algún candidato lo incomodaba. Como cuando la candidata de la izquierda lo definió como un "gatito mimoso del poder", destrozando la imagen del león construida con tanto esmero por el mismo equipo comunicacional que instaló la espantosa figura de la motosierra.
Pro genocida
El libertario dio marcha atrás en sus ataques al Papa Francisco, no habló de dolarización, fue el único de los cinco candidatos que no mencionó nunca la palabra democracia y tampoco habló de vouchers, venta de órganos y libre portación de armas, pese a que esas barbaridades son sus propuestas de campaña. En cambio, al tener que hablar de un tema impuesto por la gente -rechazó previamente incluir al debate el tema Derechos Humanos y Convivencia Democrática- mostró su peor rostro y quedó ubicado al borde de la apología del delito: negó la cifra de 30.000 desaparecidos, dijo que en Argentina hubo una "guerra sucia", equiparó a los "terroristas" con los genocidas y negó la imposición del terrorismo de Estado como plan sistemático de exterminio y aniquilamiento de la oposición.
Cuanto peor, peor
Ya estamos en tiempo de descuento para las elecciones presidenciales y mucha gente piensa todavía que votar por Milei es castigar a la casta. Amén de su buen manejo de las redes sociales y su llegada a la juventud, el voto a Milei es transversal y en buena medida irracional. Hay gente que no está bien, pero que de ninguna manera ha tocado fondo, y lo vota con el argumento de que de esa manera terminará de explotar un sistema podrido. Ese razonamiento ignora, llamativamente, que a los primeros que afectarán las esquirlas de la explosión será a ellos mismos. ¿O alguien piensa sensatamente que Milei tomará medidas que ayuden a la clase media o los sectores más postergados de la sociedad?
La lógica del cuanto peor mejor parece haberse apoderado de una porción significativa del electorado, que estaría dispuesto a entrar de lleno en una especie de suicidio colectivo para tocar fondo luego de la horrible presidencia de Mauricio Macri y el insulso quietismo de Alberto Fernández. Cuando la amnesia colectiva parecía indicar que el premio mayor se lo llevaría Juntos por el Cambio apareció Frankenstein, el nuevo monstruo de la derecha creado por los mentimedios que tomó vida propia y amenaza con llegar a la Casa Rosada justo el diciembre que se cumplen 40 años ininterrumpidos de vida en democracia. Una brutal paradoja que refleja nuestra incapacidad política para construir una democracia inclusiva. Pero lo que viene puede ser aun peor.