En nuestra Argentina, ante la pronta elección presidencial en segunda vuelta, se viven sensaciones de impotencia y temor. Impotencia ante los problemas que nos desbordan -desempleo, pobreza, inflación, deuda pública (interna usuraria y externa ilegítima), corrupción, narcotráfico, mafias varias y una importante vivencia de inseguridad ante el delito; temor fundamentalmente ante un futuro que no se puede vislumbrar claramente porque el propio presente se hace difícil de entender en un mundo globalizado, con un nuevo orden mundial multipolar y dos guerras activas (Ucrania y Medio Oriente).
En dicho contexto hay sectores interesados que echan toda la culpa de la situación que vivimos al Estado, lo que no es justo, ya que cabe recordar por ejemplo que ha sido el Estado y no el mercado el que asumió la problemática de la pandemia del COVID19. Aunque es cierto que es necesario que el Estado en todos sus ámbitos sea reformado, transparentado, darle más eficacia y que desarrolle una dinámica democrática más participativa.
Falsos nutricionistas
Sin embargo, no se puede aceptar que se indique que la salida de la realidad preocupante se solucione con lógicas suicidas que impliquen la destrucción del Estado, dejando que los problemas los resuelva solo el mercado. Con esas propuestas han aparecido muchos nutricionistas falsos de la política como Javier Milei, que nos dicen que nos harán bajar de peso en poco tiempo. Pero cuando se analiza la propuesta resulta que luego, al llevarla adelante, bajaríamos de peso pero se advierte que para ello nos cortarían una pierna. Esas recetas tramposas en definitiva no refieren que el Estado es el gran ámbito de tutela social, con escala de poder para enfrentar las mafias de todo tipo y promover el bienestar, la prosperidad y la seguridad de los ciudadanos. Los falsos nutricionistas de la política presentan salidas como si lobos hambrientos les propusieran a gallinas libertarias romper los alambrados institucionales del Estado que las protegen, invitándolas a disfrutar del campo donde les indican que conseguirán la libertad de consumir mejores gusanitos. No se les dice que, ya en el campo, los que se alimentarán mejor son los lobos comiendo a las gallinas indefensas.
Todos contra todos
En medio de todas esas vivencias opera casi de manera instintiva un “sálvese quien pueda” que agudiza el cuadro de situación y tiende a generar salidas individuales elaboradas desde el odio y el miedo por sobre la búsqueda de soluciones serias integrales y solidarias.
En este aspecto el Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti (“Todos hermanos”) dice: “El `sálvese quien pueda´ se traducirá rápidamente en el `todos contra todos´ y eso será peor que una pandemia”.
No pretendo en este artículo profundizar toda la temática mencionada pero sí detenerme en uno de los aspectos señalados como un disparador de vivencias negativas, tal es el caso de la inseguridad pública que, de manera especial, preocupa socialmente en los últimos tiempos.
El delito cotidiano produce en la población una primera reacción defensiva, se tiende a proponer acciones inmediatas de naturaleza particularmente represiva y punitiva, pero solo a partir de la óptica de las consecuencias, sin reparar demasiado en las causas que estructuralmente generan, en gran medida, la actitud delictiva. Es impensable imaginarse una disminución significativa de los asaltos de todo tipo, de la rapiña callejera, de los robos domiciliarios, etcétera, si no se trata de encarar soluciones superadoras al contexto de escasa oferta de fuentes de trabajo; de malas remuneraciones; de extrema pobreza; de una inadecuada educación en contra de la violencia; de ajustes estatales o privados que implican desempleo, sin red de contención y una falta de convicción y eficiencia en la lucha contra la droga.
Asimismo, la posibilidad de ser víctima de delitos divide a la sociedad, porque dada la problemática, hay sectores que pueden defenderse con mayor eficacia que otros. Es evidente que aquellos que tienen más capacidad económica pueden arbitrar mejores soluciones para custodiar su patrimonio y su integridad física respecto de los que tienen menos y que, también, son víctimas de los mismos delitos. Ello de por sí aumenta las desigualdades. Además, en este contexto, se potencia aún más la injusticia ante un Estado que todavía no ha cumplido de manera adecuada con la promesa de encarar las reformas de su estructura y funcionamiento para empeñarse en el logro de objetivos que son esenciales, como el de garantizar debidamente la seguridad ciudadana.
Protección, no venganza
A su vez, en el desconcierto que trae el miedo es difícil que se distingan acciones racionales de protección ante un peligro, con actitudes irracionales de venganza. Muchas veces, en la psicosis colectiva que se apodera de la ciudadanía ante las situaciones delictivas, se confunde con facilidad la legítima defensa -aceptada y justificada legal y moralmente- con el ejercicio de la fuerza represiva desproporcionada, en la búsqueda, muchas veces, de justicia por mano propia.
En una sociedad democrática y respetuosa de los derechos humanos es inaceptable que se piense en políticas de gatillo fácil.
La persecución del delito, solo ejercida desde la ley, sin prejuicios y por quien está autorizado y debidamente formado para ello, es el signo de civilización que nos permite diferenciarnos, con autoridad moral, de la barbarie.
En la temática es necesario reclamar un accionar adecuado, sin demoras inaceptables de fiscales y jueces.
Además hay que reflexionar sobre los valores que potencian la convivencia humana, en especial la solidaridad. Se tienen que dar reencuentros que neutralicen las fuerzas que han buscado romper el tejido social.
Esta actitud ayudará a superar la cultura del odio y en diálogos fecundos poder desarrollar los mecanismos de defensa legítima en contra del delito. Debemos reencontrarnos, sin preconceptos, como los que han llevado a asimilar a la pobreza con el delito y tantas otras injusticias que, en los hechos, dejan marcas negativas en la conciencia comunitaria y discrimina injustamente a determinadas personas o sectores. Mientras, lamentablemente, los grandes delitos de guante blanco, gozan de impunidad mediática, social y judicial.
Sólo en el encuentro fraterno en Democracia, que nos contenga unidos integralmente, se podrá construir la realidad sin miedos, pero con la responsabilidad adulta de saber que no basta sólo con diálogos, sino que ello debe llevar a concretar acciones en materia de integración y justicia social y asumir debidamente, entre otros aspectos, una eficaz lucha en contra de los delitos que nos hieren.