El Encuentro Internacional de Literatura Negra y Policial “Córdoba Mata” culminó con su décima edición, e incorporó este año por primera vez una mesa sobre fotografía. Hace años que la negritud se extendió a otros géneros y soportes más allá de la literatura y el cine, incorporando nuevos lenguajes y temáticas. Nacido en la debacle mundial de los años 30 del siglo pasado, lo “negro” o, como lo llaman los franceses, “noir”, siempre fue sinónimo de sordidez, historias oscuras donde el crimen y la corrupción son características constitutivas. Más que los oscuros rincones de una ciudad asediada por el delito, lo que el género negro viene a mostrar son los pliegues y recovecos del alma humana. Como si de su contracara se tratara, todo lo no dicho, lo inmostrable, los fallos de la humanidad. De ahí su vigencia y su ubicuidad. Con el tiempo se han ido incorporando temáticas como los crímenes ecológicos, los desaparecidos de la dictadura y la democracia, entre otras.
Las fotos de Gabriel Orge y Diego Levy amplían el panorama de lo negro. En 2014, el fotógrafo cordobés hizo aparecer a Julio López sobre una barranca del río Ctalamochita, en su Bell Ville natal. Lo hizo en el octavo aniversario de su desaparición en democracia, luego de declarar en el juicio del genocida Etchecolatz. Antes lo había hecho sobre la pared vacía de un edificio contiguo a su estudio. En ambos casos se trata de la conocida foto de Julio López tomada por Helen Zout. La foto de la proyección en el Ctalamochita ganó el primer premio del Salón Nacional de Artes Visuales. Luego vinieron desapariciones contemporáneas y las “apariciones” se transformaron en un proyecto cuyo un proceso quedó plasmado en un libro que se llamó “Latir y revelar” (ver entrevista a Gabriel Orge realizada por Gillermina Delupi en El Sur de agosto, https://revistaelsur.com.ar/nota/872/El-restaurador-de-ausencias)
La obra de Orge, “Apareciendo”, emula el proceso de la fotografía analógica, donde la imagen permanece latente hasta que, por medio de un proceso químico no exento de “magia”, aparece en el papel. El autor apunta la imagen a una barranca, a un árbol o a un edificio mediante un proyector cuando todavía está de día; al caer la noche, la imagen se hace más nítida, más potente y “aparece” en toda su magnitud, resignificada. Luego de la “aparición” de Julio López, Orge reprodujo a Andrea López, una chica víctima de violencia de género de la Pampa. Más tarde viajó al desierto de Atacama, en Chile, donde dos mujeres buscan en el desierto los cadáveres de los desaparecidos fusilados por la dictadura y esparcidos en la inmensidad de la puna. Allí proyectó en las rocas las fotos de los buscados. También en la yunga salteña “aparece” una etnia guaraní proyectada sobre un árbol. Un proyecto que trae al presente las ausencias, las provoca, las actualiza y las interpela.
Sangre, choques, golpes
Diego Levy habla desde Buenos Aires y su voz se reproduce acercando el micrófono a un celular. Las fotos de la serie “Sangre” son abrumadoras. Diego tiene la particularidad de ver belleza en la escena trágica, sin caer en lo morboso. Pero son muy duras.
Sus orígenes en el fotoperiodismo se remontan a fines de los ochentas y ese impulso innato de “fotografiar las noticias”. Comenzó con un ensayo fotográfico, concurriendo durante un año a fotografiar a los internos del hospital neurosiquiátrico Borda. Ese trabajo se publicó en 1991 en la mítica revista “Cerdos y peces” y a partir de ahí no paró de producir.
Trabajó en Clarín y se acercó cada vez más al género negro. La crónica policial, el cadáver, la sangre, lo seducían como tema fotográfico. Su admiración por fotógrafos de crónica roja como el mexicano Enrique Metinides lo llevó a concebir su primer gran trabajo de fotos policiales, que publicó en la revista del diario La Nación. La publicación le valió un premio en Colombia que utilizó para viajar por otras ciudades de Latinoamérica fotografiando casos policiales: Río de Janeiro, Medellín y el DF de México.
En Río se contactó con el jefe de la sección fotografía del diario “O Día” y le dijo que estaba haciendo “un ensayo de violencia urbana en América Latina”, que le gustaría pasar unos días en el diario y que cuando saliera una nota policial los dejara acompañarlos. Ese tipo de intercambios forman parte del código entre los reporteros gráficos de toda Latinoamérica. Suelen darse seguido en las coberturas, especialmente deportivas, como la Copa América, por ejemplo. Así fue que Levy llegaba al diario de cada ciudad a las siete de la mañana, se sentaba en la sala de fotógrafos a esperar que sucediera algún hecho policial, acompañaba a los periodistas locales y fotografiaba para su ensayo. En Medellín no fue un diario sino una Fiscalía donde obtuvo el soporte local; en México trabajó con “Los Onces”, un grupo de fotógrafos freelancers que cubren policiales a bordo de una ambulancia. Salen con la ambulancia y empiezan a girar por la ciudad, escuchando por la radio las frecuencias policiales y cuando escuchan que ha sucedió un hecho encienden la sirena y se dirigen al lugar del hecho, en contramano, por la vereda o como se pueda. La idea es llegar primero. Levy trabajó con ellos para su ensayo en 2004.
Tenía previsto un quinto viaje, a la ciudad de Caracas, que quedó sin realizar. Entendió que ya tenía suficiente material, comenzó el proceso de selección y en 2005 expuso en la galería del San Martín y luego en el Malba, en Buenos Aires.
Choques y golpes
El trabajo posterior a “Sangre”, se llamó “Choques” y Levy se dedicó a registrar accidentes de tránsito. En esta serie cambia el formato: fotos cuadradas y a color, un cambio de estética que Levi consideró necesario después de las imágenes caóticas, más cerca del fotoperiodismo clásico de “Sangre”. Levy fotografía choques como una especie de escultura, casi abstracta: no hay personas, no hay movimiento, los hierros retorcidos de los vehículos accidentados parecen maquetas colocadas especialmente para la ocasión. Llegaba con la cámara, la montaba en un trípode, buscaba la luz, la puesta y el momento justo para que no salieran personas.
En la serie “Golpes” Levy volvió al blanco y negro para retratar los rostros de ex boxeadores que tienen la violencia tallada en su cara. Algunos famosos y otros no tanto.
Su obra fotográfica ha sido multipremiada, entre los que se destacan el primer premio Nuevo Periodismo (2001) otorgado por la fundación de Gabriel García Márquez, el Gran Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales (2008) y el primer premio en el concurso Fotografía del Bicentenario (2010).
También ha realizado cine junto a su hermano Pablo, con quien codirigió en 2010 el documental “Novias - Madrinas - 15 años”, ganadora del premio del público en BAFICI en 2011 y un año después realizaron la ficción “Masterplan”, que participo en el BAFICI y tuvo su estreno comercial en el mismo año. En 2014 estrenó “Cosano” en el mismo festival.