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Fat City
Esto no es una novela de boxeo
Foto: Leonard Gardner, el irresistible magnetismo de la buena prosa.
La cautivante prosa de Leonard Gardner podría abordar cualquier historia con el mismo irresistible magnetismo.
Publicada el en Libros

Todo lo desmiente. La portada misma del libro que muestra dos pibes con guantes acolchados fajándose en la puerta de un edificio público. Los protagonistas, boxeadores cerca del retiro, otros que hacen sus primeras armas y exboxeadores devenidos en entrenadores. La acción misma, que va de un mítico gimnasio de un pueblo americano, a rings de la zona donde se montan festivales de medio pelo. Todo eso parece decirnos que estamos frente a una novela de pugilismo y, por lo tanto, quienes no sientan atracción por el deporte de los puños se verán excluidos de disfrutarla.

Tranquilos. Fat City, de Leonard Gardner, no es una novela de boxeo.  O, en todo caso, la circunstancia de que la historia esté plagada de hombres de narices chatas que persiguen obstinados eso que llaman “la gloria” es el motor para hablarnos de algo más: la amistad, la traición, el resentimiento, el perdón, la decisión de seguir adelante con lo puesto.

Como sucede con las historias que se abrazan desde las primeras páginas, Gardner crea un clima de autenticidad. Es evidente que tiene el don de la escritura por eso resulta inexplicable que en su larga vida –el hombre ya pasó los 90 años- sólo haya escrito una novela, ésta. Fat city se publicó en 1969 y quedó como un título de culto. Envejeció bien, porque Chai Editora decidió rescatarla este año y parece escrita ayer.

Arranca en un tono medio que se sostiene hasta el final. Billy Tully vive de hotel en hotel en la gris Stockton, una pequeña ciudad norteamericana. Lleva una valija sin desarmar y no tiene un destino fijo desde que su esposa lo abandonó. Tiene 29 años y sus mejores días en el boxeo –cuando asomaba como un prospecto de campeón que nunca se concretó- quedaron atrás. Sólo le queda aceptar peleas como probador de jóvenes en ascenso por bolsas que menguan cada vez más.

En el gimnasio donde de vez en cuando se desgañita dándole a la bolsa se topa con un chico, un novato entusiasta, al que invita a cruzar guantes. Tully le ve cualidades y lo convence de que conozca a su viejo entrenador y se una a la troupe que recorre festivales de poca monta por un puñado de dólares.

El director del “circo” es Rubén Luna, un hombre entrañable que deposita en sus muchachos toda la fe de la que ellos carecen. Ex boxeador, Luna fue aprendiendo los secretos del oficio. “Liberado ya de las limitaciones de sus propias capacidades, gozaba de una rara ventaja que jamás había tenido como boxeador: se sabía capaz de durar. Pero sus discípulos no eran tan fiables. Algunos entrenaban un día y descansaban dos, tenían una única pelea y abandonaban, perdían el estado físico, volvían, se esforzaban para ponerse otra vez en forma, se quedaban sin aire, erraban y los molían a palos”.

Esa parece ser la lección que el entrenador le transmite a sus esforzados seguidores. Sea que los golpeas vengan desde arriba o abajo del ring, lo que importa es durar, mantenerse en pie. Arriba del ring, ya lo dijo el gran Ringo Bonavena, hasta el banquito te sacan. Abajo está el consuelo del compañero de fajina, del manager que te adelanta unos pocos dólares cuando no hay ni para comer, y si se tiene un guiño de la suerte, del amor de una mujer que comparte las horas de silencio que llegan con cada nueva derrota.

¿Por qué, pese a que la acción la protagonizan boxeadores, Fat city no puede reducirse a una novela sobre boxeo? Por la sencilla razón que detrás de todo el artificio hay un hechicero –el bueno de Gardner- que con su pluma podría hablarnos páginas y páginas del sexo de las ballenas sin que podamos distraernos un segundo de su historia.

Esta única novela fue llevada al cine por John Huston. En el prólogo de esta flamante edición, Mauro Libertella cuenta que su autor confía que está puliendo la escritura de su segunda novela. Hace veinte años que viene respondiendo lo mismo, a quien le pregunte. No es un mal consuelo, detenerse en la lectura de esta novela de menos de 200 páginas que se lee con ritmo pausado, y deja un regusto melancólico. Un sabor que debiera durarnos hasta que el nonagenario de Gardner se decida por fin a hacer su próximo movimiento.

Fat city, de Leonard Gardner

Chai editora (2023)

183 páginas

Alejandro Fara
- Periodista -