Yo no lo voté. Y previne a muchos de mis conocidos de que no lo votaran. Les imploré que pensaran bien el voto porque el libertario era un dirigente emocionalmente inestable, ideológicamente sesgado y socialmente resentido; y su compañera de fórmula una admiradora del genocida Jorge Rafael Videla y una entusiasta apologeta del terrorismo de Estado.
Nadie quiso escuchar. Les pareció divertido, rebelde, votar a un supuesto outsider que se presentaba como alguien antisistema. “No va a hacer lo que dice”, “Es el único distinto”, “Va contra la casta”, aducían, obstinados, sin escuchar argumentos.
Milei salió primero en las PASO.
Se interpretó aquél triunfo como una advertencia, el clásico “voto bronca” de una sociedad enojada con su dirigencia política. Sergio Massa leyó el mensaje de las urnas y empezó a utilizar las herramientas del Estado para morigerar los efectos del ajuste impuesto -y aplicado obedientemente por él mismo durante casi un año- por el Fondo Monetario Internacional.
Entonces se produjo el milagro: a pesar de la inflación galopante y el fuerte desgaste del insípido gobierno de Alberto Fernández, Massa ganó por amplio margen la elección general y Unión por la Patria retuvo la primera minoría en el Congreso Nacional.
Pero a menos de 24 horas de su derrota Patricia Bullrich se abrazó con Milei y logró que sus votos mutaran casi mecánicamente al candidato libertario, que apabulló por casi diez puntos al oficialista en el balotaje. Massa sumó otros siete puntos -con solo tres hubiera ganado en primera vuelta-, pero no le alcanzó porque Milei cosechó el 55 por ciento de los votos (sumó al 30 por ciento de cosecha propia el voto de los desencantados, los odiadores y los antiperonistas).
Circo sin pan
Apenas asumió, el primer gesto del presidente fue darle la espalda al Congreso Nacional: en vez de hablarle a la Asamblea Legislativa, leyó un discurso ante sus simpatizantes congregados en la Plaza del Congreso, donde se registraron las primeras imágenes surrealistas de lo que parece será un gobierno distópico: el festejo popular de las medidas de ajuste anunciadas por el presidente. “Po-li-cía, po-li-cía”, “No-hay-plata, no-hay-plata”, fueron algunas de las insólitas consignas coreadas por la muchedumbre, que recibió entusiasta las siete plagas anunciadas por el flamante jefe de Estado.
Una jura de ministros clandestina, restringida al periodismo; fotos oficiales retocadas previamente con Photoshop; la suspensión por un año de la pauta publicitaria nacional para todos los medios de comunicación -sin distinción de banderías políticas, tamaño de la empresa, línea editorial y/o función social-; el aterrizaje sin paracaídas de millennials y tiktokeros en la estratégica Secretaría de Comunicación; un vocero tan locuaz como inconsistente y la (s)elección de interlocutores siempre a la derecha del dial de las radios porteñas para las entrevistas oficiales marcaron lo que será la política de (in)comunicación de la gestión libertaria.
Así se consumió la primera semana del nuevo Gobierno que, al igual que lo sucedido en la breve transición democrática, evidenció un alto nivel de improvisación y un preocupante desconocimiento del funcionamiento del Estado.
Y llegamos al 11D -el miércoles 11 de diciembre-, que será recordado como el día fundacional del gobierno libertario porque la inefable Bullrich desplegó toda su inoperancia para montar un show carísimo para pulsear con la izquierda, que convocó -como todos los años-a conmemorar un nuevo aniversario de la masacre del 2001, cuando el presidente Fernando De la Rúa huyó de la Casa Rosada en helicóptero mientras arreciaba la represión en Plaza de Mayo.
Guerra santa
El costoso montaje de la reincidente ministra de Seguridad incluyó la presencia del propio Milei en la Central de Policía, donde se congregaron las principales espadas del gobierno libertario -la propia Bullrich, la inefable ministra de Capital Humano Sandra Pettovello y la plana mayor de las fuerzas de seguridad- para seguir las alternativas de una imaginaria guerra contra los piqueteros (léase “orcos” en el discurso oficial). Un absurdo que coronó un despliegue inusual de “comunicación preventiva” en estaciones de trenes y subtes, donde una voz masculina alertaba desde los altoparlantes que “el que corta no cobra” e invitaba a quedarse en casa y denunciar a sus propios compañeros de militancia. Ni George Orwell lo hubiera imaginado mejor.
La histórica jornada fundacional del régimen libertario concluyó con la segunda cadena nacional de Milei -la primera fue la que transmitió su asunción como jefe de Estado-: flanqueado por funcionarios y asesores, el presidente leyó casi el mismo discurso que el día de su asunción para luego enumerar treinta medidas para la “refundación” de un país sin Estado. Una reforma profunda, de raíz, que deroga más de 300 leyes -según anunció en redes su mentor, el multiprocesado Federico Sturzenegger-, para entregar los recursos naturales y las empresas estatales a la voracidad del capital privado y derogar los derechos laborales y sociales de los argentinos y argentinas.
El despropósito político institucional de Milei y su gabinete del PRO -la casta en su máxima expresión- motivó un espontáneo cacerolazo en los principales barrios porteños y una masiva movilización a la Plaza del Congreso, que superó la convocatoria de la izquierda en Plaza de Mayo y dejó en ridículo el millonario despliegue de fuerzas represivas que Milei y Bullrich comandaron apenas algunas horas antes.
Quienes saben algo de leyes aseguran que el megadecretazo de Milei es inconstitucional, pero también admiten que desde hoy está vigente y que para dejarlo sin efecto se necesita el rechazo de las dos Cámaras del Congreso Nacional. ¿Estarán a la altura nuestros representantes? ¿Qué harán los diputados nacionales y la senadora del cordobesismo? ¿Se mostrarán tan ansiosos y predispuestos a darle “gobernabilidad” al nuevo presidente como el gobernador Martín Llaryora?
Apenas pasaron diez días que conmovieron a la Argentina. A 40 años de la restauración democrática, el país entra en un cono de sombras, con un presidente que promete nuevos decretazos y una sociedad que se prepara para resistir los próximos embates de este Frankenstein libertario que supimos construir.
No es tiempo de arrepentimientos, sino de movilización.
No es tiempo de reproches, sino de resistencia.
La Patria está en peligro. Todos juntos contra el ajuste y en defensa de la soberanía nacional.
Todos juntos, sí, pero algunos -permítanme la disgresión- luciendo, orgullosos, una remera que diga: “Yo no lo voté”.