Fue en plena pandemia, en 2020. Estaba en mi habitación cuando sonó mi teléfono celular y escuché una voz tranquila y pausada que, con total naturalidad, como si habláramos todos los días, me dijo que era María Seoane y me llamaba porque iba a presentar un libro sobre Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Walsh y Ernesto Guevara. Me temblaron las piernas. Ella, decana del periodismo argentino, me invitaba a mí, periodista del interior del interior, a presentar su nuevo libro: “Che, Masetti, Walsh, Prensa Latina”, editado por el grupo Octubre. Había leído mi libro “Masetti, el periodista de la revolución” (Sudamericana, 2017), y según dijio le fue de gran utilidad. Invitarme a presentarlo era -interpreté- su reconocimiento profesional a mi trabajo. Inflé el pecho y le dije que contara conmigo, que sería un inmerecido honor poder hablar de su libro. Esa misma tarde me mandó por mail el pdf del texto, donde generosamente cita mi trabajo cada vez que lo utiliza como fuente de información. Lo devoré en un par de días, aunque recién pude apreciar la calidad de la edición cuando el colega Fernando Amato me envió un ejemplar impreso por correo, que guardo como un tesoro en mi biblioteca. La presentación se hizo en forma virtual, como todo en aquél tiempo, y fue transmitida por en directo vía streaming por el diario Página/12.
Ayer, la noticia de la muerte de María Seoane me conmovió profundamente. La imaginaba –la imagino- resistiendo este tiempo de ignominia con su pluma lúcida, profunda y aguda. A modo de homenaje, reproduzco el texto que leí en aquella presentación de 2020, en plena pandemia, donde intenté recuperar algo de la vasta y valiosa trayectoria de una de las grandes maestras del periodismo universal.
Aquí va:
Tres periodistas en el ojo del huracán. Tres guerrilleros ofrendando su vida a la revolución. Tres argentinos en Cuba, forjando a golpes de intuición y compromiso la primera agencia internacional de contra información del continente. ¿Quién renunciaría a escribir esa historia?
María Seoane no pudo resistirlo. Lo celebramos.Guía y formadora de muchos periodistas -entre los que obviamente me incluyo-, María Seoane supo bucear a lo largo de las últimas décadas en la oscuridad de la noche de los lápices, la disyuntiva de hierro del todo o nada, la (des)ilusión del burgués maldito, la miseria humana del Dictador y el deslumbrante feminismo de las Bravas Alicia y Pirí, entre otras figuras que marcaron a sangre y fuego la historia del Siglo XX en nuestro país.
El libro que presentamos hoy -Che, Masetti, Walsh, Prensa Latina- se inscribe en esa búsqueda incesante de situaciones y personalidades excepcionales que nos permitan explicar -explicarnos- el devenir de nuestra historia. Al fin y al cabo, María Seoane es una enorme periodista. Y los periodistas, habitualmente, lo que hacemos es contar historias. Atrapantes, extrañas, difusas, improbables. Pero siempre reales.
En 2003, el Centro Cultural de la Cooperación publicó “Revolución y periodismo”, un libro de Ricardo Horvath, con prólogo de Osvaldo Bayer. Es un magnífico ensayo sobre el periodismo revolucionario que tiene como protagonistas, también, a Ernesto Guevara, Jorge Masetti y Rodolfo Walsh.
Para entonces el Che ya era un mito.
Walsh se encaminaba hacia su canonización periodística y literaria, luego de un período de negación, fragmentación y oscurantismo, que pretendió escindir al narrador burgués del periodista revolucionario. Pero más temprano que tarde entendimos que era precisamente esa traumática fusión entre el escritor, el periodista y el militante -reflejada en textos espejos como Operación Masacre y Esa mujer- la que producía la asombrosa simbiosis entre ficción y realidad que le permitió a Walsh fundar un nuevo género: la narrativa de no ficción.
Cono de silencio
Sobre Masetti, en cambio, había un extraño, incomprensible cono de silencio. O mucho peor, de desinformación. O, como diríamos ahora, de fake news.
En 1997, Cuando se cumplió el 30 aniversario del asesinato del Che, extrañamente, sólo uno de sus biógrafos se ocupó del estrecho vínculo del guerrillero heroico con su compatriota. Y no lo hizo de la mejor manera.
En su crónica del dramático periplo del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) en Salta, Jon Lee Anderson dejó entrever que los fusilamientos de “Nardo” y “Pupi” tuvieron un sesgo antisemita, que atribuyó al “Comandante Segundo”, nombre de guerra de Masetti.
Anderson partía de un viejo prejuicio, potenciado por la visión sectaria y mezquina de cierta izquierda ortodoxa, sobre el paso fugaz de Masetti por la Alianza Libertadora Nacionalista. Por donde también habían pasado Walsh y Rogelio García Lupo. Y tantos otros jovencitos -adolescentes, en rigor- que se sumaban por entonces a un proceso político complejo y lleno de matices. Lo que no los convertía, por cierto, en antisemitas.
Mientras la figura de Guevara se consolidaba como el símbolo universal de la rebelión y la de Walsh alcanzaba la estatura de creador del “Facundo del siglo XX” -como lo definió magistralmente Horacio Verbitsky-, Masetti seguía inexplicablemente relegado. Peor, tergiversado.
“Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia”, había escrito, profético, su amigo Walsh.
En 2007, en una novelita escrita de apuro para la feria del libro, “Muertos de Amor”, el inefable Jorge Lanata insistió con el falso antisemitismo de Masetti y se burló de su fallida incursión guerrillera en Salta. La tergiversación mutaba en difamación.
Mujeres
Tuvo que ser una mujer, como tantas veces en la historia argentina, la que pusiera el cuerpo para enfrenta la infamia y la mentira. Graciela Masetti, hija de Jorge, asumió con conmovedora convicción la defensa histórica y simbólica de su padre, presumiblemente desaparecido por la Gendarmería Nacional en las montañas de Orán, en abril de1964, junto al guerrillero cordobés Atilio Altamira.
Como Alicia Eguren con los manuscritos de Cooke, Como Aleida March con los de Guevara, como Lilia Ferreyra con los papeles de Walsh, Graciela Masetti rescató del olvido buena parte de la obra de su padre: la cinta de “la entrevista de la revolución”- aquel mítico reportaje al Che en Sierra Maestra-, el libro “Los que luchan y los que lloran”, una serie de cuentos y artículos periodísticos -muchos de ellos hasta entonces inéditos- y su obra dramática “La noche se prolonga”.
Hoy es otra mujer, María Seoane, quien vuelve desde el periodismo sobre los pasos de Masetti. Y de Walsh. Y del Che. Y lo hace para reescribir la historia siempre inconclusa de la revolución, pero, sobre todo, para rescatar una experiencia de contra información continental tan efectiva como poco estudiada. Y en su impecable trabajo María Seoane ubica a Masetti, debo decirlo, en el lugar que le corresponde, el que se ganó -como alguna vez escribió Walsh- “a fuerza de talento y golpes de intuición”.
Casi dos décadas después de aquel libro iniciático de Horvath, María Seoane vuelve sobre ese infrecuente capricho del destino que unió a tres personalidades arrasadoras en la gesta común de construir un dispositivo comunicacional que desafiara a los monopolios mundiales de la información.
“El encuentro fundacional para que ese trío confluyera en La Habana -cuenta María en su libro- ocurrió entre Guevara y Fidel Castro en México, en 1955”. Corría el mes de julio y la conversación entre ambos se prolongó hasta la madrugada. Cuando terminaron de hablar, el médico argentino, de 27 años, ya era parte del grupo de futuros expedicionarios del Granma. Comenzaba la mutación que lo convertiría en el Che.
María Seoane recuerda que por esos días Walsh y Masetti, que se conocían de su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista, estaban muy enojados con Perón. A tal punto que celebraron su derrocamiento a manos de la mal llamada Revolución Libertadora.
Masetti, católico de fuste, se había indignado ante la quema de iglesias protagonizada por militantes peronistas en respuesta a los crueles bombardeos en la Plaza de Mayo, en junio del ´55.
Walsh había escrito notas laudatorias sobre los aviadores que participaron de aquel bombardeo atroz, entre los que estaba su propio hermano.
Ambos se arrepentirán años después de aquel temprano apoyo al derrocamiento de un líder popular que será central en sus vidas y en la de millones de argentinos.
El encuentro
El encuentro entre el Che y Masetti se produce en marzo de 1958, cuando el periodista argentino lo entrevista en Sierra Maestra, antes del triunfo de la revolución. En su libro, María Seoane recuerda la primera impresión que el guerrillero causó en Masetti: “El famoso Che Guevara me parecía un muchacho argentino típico de la clase media. Y también me parecía una caricatura rejuvenecida de Cantinflas”.
María Seoane reconstruye el increíble periplo de Masetti en Cuba, donde asciende dos veces a Sierra Maestra para entrevistar a Fidel y el Che. Cuando por fin vuelve a su país, es una remake criolla de su admirado John Reed, el periodista que contó como nadie la revolución bolchevique de 1917 en su célebre libro “Diez días que conmovieron al mundo”. Comenzaba la mutación que lo convertiría en el periodista de la revolución.
Al año siguiente, Masetti y su familia toman el primer vuelo charter enviado por el flamante gobierno revolucionario de Cuba a Buenos Aires. En el mismo avión viajan los padres del Che.
Walsh visita La Habana en julio y se incorpora a Prensa Latina en septiembre. Ya en la agencia, durante una de las tantas madrugadas compartidas, Masetti le presenta al Che.
“La historia de este trío singular -reseña María Seoane- se desplegó entre 1958 y 1961, en los años más calientes y decisivos del inicio de la revolución que cambió el rostro de América Latina e inició una ola expansiva de luchas por la liberación nacional” (8). Parafraseando a John Reed, fueron cuatro años que conmovieron al mundo. Cuatro años en los que tres argentinos serán testigos y protagonistas de la mayor transformación política y social de la historia reciente del continente.
Esa transformación conmueve a todos. “Es la luna de miel de la revolución”, admite Jean Paul Sartre, que visita la isla junto a su compañera Simone De Bouviaur. “Ni aparato ni burocracia -insiste el filósofo existencialista-, sino el contacto directo entre los dirigentes y el pueblo, una masa de esperanzas, algo confusas, en ebullición. Por primera vez en nuestras vidas éramos testigos de la felicidad ganada por medio de la violencia”.
La felicidad. La violencia. La revolución.
María Seoane escribe breves y delicadas semblanzas del Che, Masetti y Walsh. Son pinceladas de su infancia y adolescencia, de sus viajes, escritos, inclinaciones políticas, anécdotas. Trazos gruesos sobre los tres protagonistas de su libro que ayudan a entender cómo -y, sobre todo, en qué condiciones- cada uno de ellos llegará a su cita con la Historia.
Transformaciones
Con una prosa transparente y cadenciosa, que combina la sobriedad de la historiadora con la pasión de la periodista, María Seoane cuenta cómo se desarrollan estas tres fascinantes personalidades en un mundo convulsionado por la Guerra Fría. Hasta que se encuentran en Cuba, en esa pequeña isla – “la Grecia del Caribe”- que honrará su tradición independentista transformándose en el faro mismo de la revolución.
Mientras el Che muta de médico a comandante guerrillero en el fragor de los combates en Sierra Maestra, Walsh investiga los fusilamientos clandestinos de José León Suárez y Masetti escribe su primera obra de teatro.
Mientras el Che imprime “en una máquina multicopista de 1903” el periódico “El cubano libre” y monta en la cima de la Sierra Maestra el equipo transmisor de Radio Rebelde, Walsh publica Operación Masacre y Masetti aterriza en La Habana en busca de la historia consagratoria, que escribirá ese mismo año -poseído como un demonio- en apenas cuatro meses: “Los que luchan y los que lloran. El Fidel Castro que yo vi”, una de las mejores crónicas de guerra del periodismo occidental.
La historia de cada uno de estos tres revolucionarios es un libro en sí misma. O varios. Pero, parafraseando a otro cubano, el escritor Alejo Carpentier, lo real maravilloso del libro de María Seoane es que cuenta el proceso que llevó a que esas coordenadas se juntaran hasta confluir en una empresa común.
Empresa en el sentido no capitalista del término. Empresa como sinónimo de utopía, de puesta en marcha, de emprendimiento revolucionario. Ese emprendimiento no será otro que Prensa Latina.
Prensa Latina nace con la revolución cubana, cuando Fidel plantea la imperiosa necesidad -para decirlo en términos gramscianos- de disputar sentido común a los grandes pulpos internacionales de la información: Asociated Press (AP) Y United Press Internacional (UPI).
El preludio es la “Operación Verdad”. El 21 de enero de 1959, Más de 400 periodistas de todo el mundo son alojados en las 240 habitaciones del Hotel Havana Riviera -expropiado por la Revolución- para ver sin intermediarios qué pasaba con los juicios populares a los esbirros del dictador Fulgencio Batista. La revolución juzgaba y fusilaba a los autores confesos de más de 20 mil asesinatos políticos en la isla, pero las agencias de información, que habían silenciado los crímenes de Batista, se preocupaban de pronto por los derechos humanos.
Después de esa experiencia, que mostró al mundo los verdaderos alcances de la revolución cubana, Fidel y el Che eligen a Masetti para crear, en tiempo récord, una agencia internacional de noticias.
Masetti logra reclutar de urgencia a algunos de sus colegas de tertulia del café La Paz de Buenos Aires -Carlos Aguirre, Antonio Módica, Alfredo Muñoz Unsaín, Carlos Giachetti, Jorge Timossi- y contrata corresponsales de la talla de Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza, Aroldo Wall, Ángel Boan, Rogelio García Lupo, Santiago O´Donnel, “Pirí” Lugones, Juan Carlos Onetti. Y siguen las firmas.
Tormentas
Son años intensos, contradictorios, furiosos. A la utopía de la revolución se suman los sinsabores de las luchas intestinas, las disputas palaciegas condicionadas por los alineamientos geopolíticos del momento. Del entusiasmo a la frustración. De la ilusión al pragmatismo.
Con notable poder de síntesis y una fluidez narrativa admirable, María Seoane explica los intrincados procesos políticos de esa revolución en marcha, como el fenómeno del “sectarismo”, que expulsa a Masetti, Walsh y al propio Che Guevara de Prensa Latina.
A esta prosa vívida y atrapante debemos sumar, para ser justos, la exquisita edición a cargo de Fernando Amato. El libro acompaña valiosísimas fotografías de época, que se lucen en un diseño ágil y moderno. Vayan mis felicitaciones a Daniel Flores, Hernán Vargas y Alejandra Monges por haber convertido esta maravillosa historia también en un objeto de culto.
Y mi felicitación, por supuesto, a la autora. Los ocho capítulos en que se divide el libro nos sumergen de lleno en la historia como si ésta transcurriera en el momento mismo de su lectura. Nos emocionamos cuando Walsh descifra las claves secretas con los preparativos de la invasión mercenaria a Playa Girón; nos angustiamos cuando el Che sobrevive por centímetros a una bala accidental en plena crisis de los misiles; nos entusiasmamos cuando Masetti entrena a su grupo de elite para transmitir información en las peores condiciones, previendo una invasión.
Che, Masetti, Walsh, Prensa Latina, título telegráfico que pareciera remitir a los télex de la agencia, es la historia viva de una revolución que no pudo ser destruida, entre otras cosas, porque fue capaz de hacerse escuchar, de imponer su propia voz. Una voz portentosa, vital, de alcance continental y mundial, forjada a golpes de intuición y talento por el pueblo cubano y por tres jóvenes argentinos dispuestos a ofrendar su propia vida por aquella revolución. Desde el periodismo, desde la pasión por contar la realidad y, sobre todo, desde su vocación por transformarla. Tres argentinos que renuncian a la pluma para empuñar el fusil. Tres argentinos devenidos mártires de otras revoluciones inconclusas.
“Porque siempre se trató de una historia del periodismo -advierte María Seoane en el epílogo del libro-, ya sea a través de las máquinas de escribir o de las armas o de la justicia o de la política, de las revoluciones o contra revoluciones, lo que aquí se cuenta es la función de la búsqueda de la información veraz en la construcción de una sociedad más humana y más justa” (159).
Se trata, en definitiva, de la búsqueda de la verdad.
Y la verdad, se sabe, siempre es revolucionaria.
Río Cuarto, 9 de junio de 2020.