Llevaba sólo 76 días de gobierno la Junta Militar que tomó por asalto al país el 24 de marzo de 1976. Apenas habían transcurrido dos meses y medio y ya las peores noticias corrían por todo el mundo, a excepción de los medios de Argentina. Remitidos por la embajada norteamericana en Buenos Aires llegaban a Washington partes inequívocos sobre casos de ciudadanos secuestrados, torturados y desaparecidos. Para peor se había documentado una seguidilla de episodios en los que los propios norteamericanos habían sido víctimas.
Quizás el caso más resonante fue el de Elida Messina, coordinadora del capítulo argentino de la Comisión Fullbright, secuestrada y torturada por las fuerzas de seguridad. También causó gran impacto la aparición de los cuerpos sin vida de los parlamentarios uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, enemistados con el régimen militar de Montevideo y asesinados por fuerzas conjuntas de ambos países.
El Plan Cóndor comenzaba a mostrar la enorme dimensión del horror. El crimen de los diplomáticos llevó al embajador Robert Hill a pedir explicaciones diplomáticas al canciller argentino, el almirante César Augusto Guzzeti.
De la Olivetti de Robert Hill salían y se acumulaban reportes a la Casa Blanca que despejaban cualquier duda alguna sobre el horror en el que se había sumido la Argentina.
Pese a las advertencias, nada hacía mella en el accionar represivo: no paraban de documentarse nuevos casos que eran apenas la punta del iceberg de una represión brutal y siniestra desencadenada en todo el país.
Encuentro en Santiago
En ese contexto se celebró la reunión secreta entre el poderoso secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y el canciller argentino Guzzetti. Fue en Santiago de Chile; arrancó a las ocho de la mañana y se extendió durante más de una hora.
"Venimos siguiendo de cerca los eventos en Argentina. Le deseamos lo mejor al nuevo gobierno”, dijo a modo de presentación Kissinger, para luego agregar: “Haremos lo que esté a nuestro alcance para ayudar".
Minutos antes, un Guzzetti tembloroso le había explicado el panorama social y político de nuestro país, algo de lo que el poderoso funcionario ya estaba anoticiado.
El almirante sintió alivio. Había llegado a esa reunión como quien concurre a una rendición de cuentas, sabiendo que una semana atrás había sido advertido. Por eso la respuesta de Kissinger lo sorprendió. "En Estados Unidos tenemos fuertes presiones internas para hacer algo en materia de derechos humanos... Pero queremos que ustedes tengan éxito. Y no queremos amenazarlos. Haré todo lo que yo pueda", le dijo.
Luego vendría la frase de Kissinger que se interpretó como una carta blanca para terminar de desplegar el horror que ya estaba llegando a su cénit. Por tratarse de una frase histórica, nos vamos a permitir citarla en el idioma en el que fue formulada:
"If there are things that have to be done, you should do them quickly. But you should get back quickly to normal procedures". En castellano: "Si hay cosas que tienen que ser hechas, háganlas rápidamente. Pero deben volver rápido a los procedimientos normales".
El mensaje era claro: dejar hacer, dejar pasar, mirar para otro lado. Eso sí: debían hacerlo rápido.
La euforia del canciller
Cuatro meses más tarde, Kissinger y Guzzetti volvieron a reunirse, el 7 de octubre de ese fatídico año. Esta vez el escenario fue el Hotel Waldorf Astoria, en Nueva York.
El panorama en Argentina era claramente otro: las fuerzas revolucionarias habían sido desarticuladas, la mayoría de sus cabecillas asesinados o desaparecidos y las organizaciones populares totalmente desarticuladas, con sus líderes en el exilio. Los sindicatos y partidos políticos habían sido vaciados ante el terror de terminar en una fosa común. Argentina y sus fuertes organizaciones sociales eran tierra arrasada. Muertos y desaparecidos se sumaban de a miles.
Parte de la charla fue en estos términos:
- Guzzetti: Usted recordará nuestra última reunión en Santiago. Quiero contarle sobre lo sucedido en Argentina durante los últimos cuatro meses. Nuestros esfuerzos han tenido muy buenos resultados. Las organizaciones terroristas han sido desmanteladas. Si continuamos en esta dirección, para fin de año el peligro habrá sido dejado atrás.
- Kissinger: ¿Cuándo piensa que estarán acabados? ¿Para la próxima primavera?
- Guzzetti: -No, para fin de este año.
Tras el gentil intercambio, el norteamericano no dudó en volver a ofrecer su apoyo: “Mire, básicamente nos gustaría que tengan éxito”, le dijo en tono complaciente. “Tengo esa visión anticuada de que los amigos deben ser apoyados. Lo que no entienden en Estados Unidos es que ustedes están teniendo una guerra civil. Cuanto más rápido tengan éxito, mejor".
Carta blanca, una vez más.
El regreso del embajador a Buenos Aires fue vivido con júbilo. El propio dictador Jorge Rafael Videla se mostró gratificado cuando su canciller le informó que Kissinger había comprendido el problema y les pidió poner al “terrorismo” bajo control lo antes posible.
Algo sorprendido, así lo informó el embajador Robert Hill. “Videla dijo que tenía la impresión de que los altos funcionarios de Estados Unidos comprendían la situación que enfrenta su Gobierno, algo que los burócratas de niveles inferiores no entendían”.
Paradójicamente, el contraste con esas declaraciones lo planteó -una vez más- el embajador. Sabiendo que enfrentaba a un verdadero intocable, Robert Hill le envió una protesta al propio Kissinger, considerando que no había hecho otra cosa que envalentonar al Ejército Argentino al no haber transmitido a Guzzetti la desaprobación de Washington a las violaciones a los derechos humanos.
"Las declaraciones de Guzzetti no son las de un hombre que ha quedado impresionado con la gravedad del problema de los derechos humanos", decía el primer párrafo de su parte. “Guzzetti fue a Estados Unidos con el temor de escuchar una advertencia firme. Pero en lugar de eso, ha regresado en un estado de júbilo, convencido de que no hay un problema real con el gobierno de los Estados Unidos sobre este tema", agregaba. Todo obra del complaciente Kissinger.
Hill concluía que "mientras dure esa convicción, será poco creíble que esta Embajada pueda plantear reclamos ante el Gobierno de Argentina".
Veredicto histórico
Muchos años después, quizás demasiados, la historia terminó de acomodar los tantos y las verdades. Los partes del embajador, una vez desclasificados, fueron un insumo valioso para los libros de historia, pero sobre todo para el proceso de memoria, verdad y justicia que atravesó nuestro país.
Robert Hill será recordado para siempre como un hombre comprometido con la verdad y la justicia, uno de los primeros en exponer al mundo las atrocidades que se cometían en Argentina, ante el silencio de todos.
Henry Kissinger, poderoso y longevo, murió a los cien años el penúltimo día de noviembre de este año, en su hogar en Connecticut. La noticia recorrió el mundo e inundó las redacciones del planeta.
En esta parte del mundo Kissinger será recordado como un villano, un desalmado diplomático caracterizado por su cintura política, su capacidad para mentir y desmentirse, su apoyo al golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile y su complicidad en el terror sembrado en el Cono Sur con el Plan Cóndor para reprimir a las organizaciones y los luchadores sociales y alentar la represión.
Kissinger ha muerto. Y hay que recordarlo como lo que fue: el villano del imperio del norte.