En abril de 1964, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) había sido exterminado y sus combatientes detenidos, muertos o prófugos. La “Operación Santa Rosa” había sido un éxito y así los proclamaba orgullosa Gendarmería Nacional, la fuerza que se colgó la medalla de haber eliminado a la guerrilla del Che Guevara en Argentina. Pero quedó un cabo suelto: los guerrilleros Jorge Ricardo Masetti (nada menos que el Comandante Segundo, encargado de despejar el camino para la llegada del Che) y Oscar Atilio Altamira (“Atilio”), su lugarteniente cordobés, nunca aparecieron. Ni sus cuerpos, ni sus mochilas, ni sus armas. Nada. Se los tragó la selva.
Gobernaba el país el radical Arturo Illia. El 26 de agosto de 1964 sus ministros Juan Carlos Palmero (Interior), Leopoldo Suárez (Defensa) y Ángel Zavala Ortiz (Relaciones Exteriores), comparecieron en sesión secreta en la Cámara de Diputados, donde acusaron a Fidel Castro de exportar su revolución al continente. “Se ha organizado un verdadero aparato para transportar a ciertos elementos a Cuba, donde son adoctrinados, donde hacen su ejercitación y su práctica en guerra de guerrillas, donde se los adoctrina y capacita ideológicamente para atentar contra la estabilidad democrática de los pueblos”, advirtió Palmero.
El ministro de Defensa de Illia contó que el destacamento 20 de Orán había empezado a operar el 28 de febrero de ese año y el 4 de marzo detuvo a los primeros guerrilleros, que ya sumaban 18 capturados en el monte y otros 26 colaboradores detenidos en Salta y Córdoba. El funcionario dio oficialmente por muerto a Masetti: “Se supone que aquellos que han entrado en una inmediata persecución por parte de Gendarmería Nacional, seguramente por la conformación del terreno o por tener que haber afrontado dificultades para atravesar los límites territoriales, posiblemente hayan muerto. Entre ellos, el capitán Segundo (sic), que era quien estaba a cargo de este sector de guerrilleros de Salta. A tal punto esto es factible que actualmente Gendarmería Nacional sigue rastreando algunos lugares en procura de conseguir localizar a estos guerrilleros, si es que existen, o sus cadáveres, si están. Precisamente, al venir a la Cámara, recibí un telegrama donde se me señala que en una acción de este tipo acaban de encontrar el cadáver del guerrillero que se desbarrancó en un lugar que resultaba poco menos que inaccesible. Lo han encontrado y creo que lo han rescatado”. Se refería a Antonio Paul, muerto en brazos de su compañero Héctor Jouve tras quebrarse la columna vertebral al caer de un farallón.
El comandante José San Julián, ex director del Museo de Gendarmería, recordó que el 14 de agosto se organizó una patrulla que llegó hasta Sierra Morada, por encima de los 4.000 metros sobre el nivel del mar. Treparon por el cajón del río Las Piedras y encontraron huellas, raíces y tallos cortados con machete que, dedujeron, podrían indicar la presencia de los guerrilleros en su desesperado afán de supervivencia. Estaban tras los pasos de Masetti y Altamira. “Tiempo después, el mismísimo “Che Guevara” anunciaría la muerte de Jorge Ricardo Masetti (a) “Comandante Segundo”, a familiares y amigos en Buenos Aires. Versión que resultaría confirmada finalmente por dos periodistas que lo habían conocido y tratado, y un anuncio fúnebre publicado en la sección necrológica del diario “En Marcha”, editado en Montevideo. Lo cierto es que Masetti no apareció más”, agregó. Se refería en realidad al semanario Marcha, de Uruguay, donde los periodistas Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo -viejos conocidos y compañeros de Masetti en Prensa Latina- escribieron sendas semblanzas sobre su amigo en mayo de 1965: “Masetti, un guerrillero” (Walsh) y “Masetti, un suicida” (García Lupo). Ninguno supo en fehacientemente qué ocurrió con Masetti ni estaban en condiciones de “confirmar” su muerte.
La desaparición
“De sus heridas se recupera lo suficiente para poder caminar –especulaba Walsh-, para que no lo tomen prisionero. (Esa perspectiva, recuerdo, lo obsesionaba: “Imagínate, que te agarren, que te hagan cantar, qué vergüenza viejo”). Cuando todo está perdido, cuando el furor de la selva ha aniquilado prácticamente a su grupo, Masetti llena su mochila y se interna en la espesura, monte arriba. No vuelve, todo el mundo sabe que no puede volver”.
García Lupo también imaginó cómo fue el fatídico final de su amigo: “Es probable que Masetti haya llegado a creer que la muerte, sencillamente, no lo quería. La muerte, por ejemplo, respetaba al Che. Él lo sabía. Pero Masetti temía que en su caso hubiera una confusión, ya que se había pasado desafiándola, pero nunca lo había hecho en regla. El día que lo hizo, la muerte lo tomó en serio. Es posible que en el final, Masetti se diera cuenta que había pagado el precio justo para ser un héroe de nuestro tiempo”, escribió.
Más allá de las conjeturas de Walsh y García Lupo, Masetti no decidió perderse en el monte para siempre y mucho menos quitarse la vida. Su misteriosa desaparición contrasta con el asombroso resultado de la meticulosa búsqueda de los gendarmes, que en menos de un mes encontraron a todos los guerrilleros, incluidos los que habían sido fusilados y enterrados por sus propios compañeros. Pero no al “Comandante Segundo” y al guerrillero “Atilio”.
¿No los encontraron?
Gabriel Rot, primer biógrafo de Masetti, lo pone en duda: “¿Cabe pensar que la desaparición del cadáver del jefe haya sido concebida por las fuerzas represivas como un arma eficaz para borrar definitivamente su memoria?”, se pregunta. “A la luz del comportamiento represivo de las próximas décadas, no hay dudas de que sí. Ya se había hecho lo mismo con el cuerpo de Severino Di Giovanni, y se volvería a hacerlo con el Che en Bolivia y con Santucho en nuestro país. No resulta extraño que la desaparición del cadáver del Comandante Segundo, hombre del Che en la Argentina, constituya un antecedente temprano de la macabra tarea que sistemáticamente las mismas fuerzas represivas desplegarán años después”, escribió en su libro “Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina” (Waldhuter, 2010).
La historia de Masetti y el EGP pasó al olvido mientras los dictadores Juan Carlos Onganía (1966/1970), Marcelo Levingston (1970/1971) y Alejandro Lanusse (1971/1973) multiplicaban las víctimas de la violencia institucional en el país. Con la asunción del gobierno popular de Héctor Cámpora, los guerrilleros Héctor Jouvé y Federico Méndez fueron alcanzados por la ley de amnistía y recuperaron la libertad. Habían pugnado casi una década en prisión por participar –el primero como miembro del tribunal y el segundo como fiscal- del juicio revolucionario que condenó a muerte al guerrillero Bernardo “Nardo” Grosswald.
La “primavera camporista” duró poco. En 1973 Juan Domingo Perón fue electo por tercera vez presidente de la Nación, pero falleció prematuramente y el gobierno quedó en manos de su viuda y vicepresidenta, Isabel Martínez, hasta que el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 instauró el período más tenebroso del terrorismo de Estado en el país (1976/1983).
La búsqueda
Pasaron más de cuatro décadas desde la caída del EGP hasta que el 5 de julio de 2005, durante el gobierno de Néstor Kirchner, un grupo de investigadores cubanos y argentinos –apoyados por la Secretaría de Derechos Humanos que comandaba Eduardo Luis Duhalde- reabrió la investigación a pedido de la hija del guerrillero Hermes Peña, Teresita Peña. El gobierno cubano envió al abogado José Luis Méndez Méndez como apoderado de Teresita y de la última compañera de Masetti, Concepción “Conchita” Dumois. Incansable y agudo investigador, pronto sumó la representación de la hermana de Atilio Altamira, Juana Guzmán -más conocida como “Nena” Altamira-, y de la hija argentina del Comandante Segundo, Graciela Masetti. Se sumaron al equipo investigador el antropólogo cubano Alfredo Tamamé Camargo y Gabriel Rot.
Tras sortear varios obstáculos burocráticos en el cementerio municipal de San Ramón de la Nueva Orán dieron con los restos de Hermes Peña, que estaban junto a la tumba vacía del guerrillero Jorge Guille (sus padres habían exhumado el cadáver para llevárselo a su Zárate natal). Los restos de Peña fueron repatriados y depositados en el imponente mausoleo al Che en Santa Clara, Cuba.
Entusiasmado por el hallazgo, el equipo de investigadores cubano-argentino se propuso buscar los restos de Masetti y Altamira. Contaban con el testimonio de Héctor Jouvé, el “Teniente Cordobés”, último en verlos con vida: “Masetti y Altamira se habían quedado sobre una enorme roca ubicada en una especie de horqueta que se formaba sobre el río Piedras al chocar con un pequeño afluente que irrumpía sobre uno de sus márgenes”. El mismo dato había orientado a los gendarmes, cuarenta años. Rot encontró en los archivos de la fuerza un mapa en donde se podía leer, en letra manuscrita con lapicera sobre la zona de Sierra Morada, una simple y reveladora palabra entre signos de interrogación: “¿Segundo?”.
La Secretaría de Derechos Humanos le pidió a Gendarmería y a la Dirección de Parques Nacionales que colaboraran en la búsqueda. Dos guardaparques, cuatro gendarmes y un “mulero” acompañaron a Méndez Méndez, Tamamé y Rot en la expedición, que incluyó caminatas diarias de 45 kilómetros por las inexpugnables montañas de Orán. Las características topográficas del lugar impresionaron a Rot: “Los caminos o trillos por los que transitábamos no medían más de 50 centímetros de ancho. De un lado, ladera, del otro, precipicio. Con suerte, ante un desbarranco, una maraña de rocas o de vegetación podían atajarnos, aunque con la seguridad de no poder evitar alguna quebradura. Así era la mayor parte del trayecto; otra parte, ciertamente menor, era precipicio puro y franco, con asegurada caída libre al vacío. Al caminar por los trillos se pisan piedras de todo tamaño que destruyen el calzado y parte de la humanidad, y cualquier desvío de la mirada hacia el paisaje circundante puede resultar fatal”.
En agotadoras jornadas de ocho horas de marcha alcanzaron los tres mil metros de altura y comenzaron a remontar el monte bordeando el río Piedras, pero no llegaron al punto señalado por Jouvé; una tormenta de nieve y temperaturas de siete grados bajo cero precipitaron el final de la expedición. Rot y Tamamé estaban al límite de la hipotermia.
En septiembre de 2007, organismos de Derechos Humanos de varias provincias convocados por la Comisión de la Memoria de Orán se presentaron ante el juzgado federal N° 1 de esa ciudad para cuestionar la historia oficial -que a Masetti y Altamira se los tragó la selva- y exigir que se retomara la búsqueda. “A más de cuatro décadas de estos sucesos, el escenario de la memoria y de la historia, el universo de hechos y personajes, se sitúa entre las fuerzas de vencedores y vencidos, en donde su relato se expone como botín de guerra, de quienes se apropiaron del cuerpo de Ricardo Masetti y Oscar Altamira Guzmán, e imponiéndonos de versiones de lo que podemos recordar y de lo que debemos olvidar, signando nuestro futuro”, escribieron David Leiva, Salomón Villena, Hugo Tapia, Armando Jaime y la periodista Stella Calloni. Fundaron su petición en “el derecho a la verdad histórica y el duelo” y exigieron retomar la búsqueda de los guerrilleros “ya que existen sospechas fundadas que los mismos fueron detenidos por las fuerzas de seguridad y que permanecen hasta la fecha en condición de detenidos-desaparecidos”.
Entre el 24 de julio y el 24 de noviembre de 2013, un equipo explorador coordinado por el cubano Méndez Méndez y el profesor de la UNSAL Christian Vitry iniciaron una nueva búsqueda junto a cuarenta gendarmes y guardiaparques, que recorrieron 170 kilómetros cuadrados en la zona del río Piedras hasta su naciente y revisaron los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa. Nuevos indicios alimentaban la esperanza de hallar los restos del jefe del EGP y su lugarteniente: la mención de dos tumbas NN en el Registro de Defunciones del Registro Civil de Salta, correspondientes a los cementerios municipales de Aguas Blancas y Colonia Santa Rosa; y el testimonio del baqueano Ernesto Torres, que en abril de 1969 –cinco años después de los hechos-, integró una comisión geológica de YPF y dijo haber encontrado restos humanos e implementos militares “indubitablemente relacionados” con los guerrilleros desaparecidos: una mandíbula, una marmita y una bolsa azul con 200 balas.
Tampoco encontraron nada.
El secreto de los gendarmes
La pista más creíble surgió de dos denuncias radicadas en la propia Gendarmería Nacional a principios de 1966. La primera, del 30 de marzo, mencionaba el hallazgo de dos cadáveres esqueletizados en la zona del Río Pantanoso, en el área colindante al río Las Piedras, en la provincia de Jujuy. El denunciante, David Pantoja, capataz de la hacienda “La Horqueta” -ubicada sobre el paraje “El Pantanoso”, nombre de un afluente del río Piedras-, dijo que vio dos cadáveres con uniforme de fajina, atados de pies y manos. Una patrulla de Gendarmería fue a buscar a Pantoja, pero los lugareños informaron que ya no trabajaba ahí. En cambio, ubicaron a un campesino cuyo nombre bien podría haber salido de un cuento de Masetti: Santos Luis Borges. En compañía de un baqueano de apellido Centeno, Borges juró que constató personalmente los dichos de Pantoja y describió que uno de los cuerpos –presumiblemente el de Masetti- estaba atado de pies y manos al tronco de un árbol, que tenía varios impactos de bala, como si lo hubieran fusilado. Precisó que el cuerpo tenía una estatura aproximada de un metro setenta y cinco, barba cobriza y de una de sus muñecas colgaba un relox Rolex como el que usaban los oficiales del EGP. El otro cuerpo, presumiblemente del guerrillero Altamira, yacía a escasos metros con las manos atadas detrás de la espalda.
La segunda denuncia fue radicada, sugestivamente, pocos días después en el destacamento de Gendarmería en Jujuy. El denunciante decía haber visto a dos guerrilleros vivos vestidos de uniforme color caqui, con armas, mochilas y machetes. Precisó que estaban quemados por el sol y tenían marcas de picaduras de insectos en el rostro. Cuando fueron a constatar la denuncia, los gendarmes no encontraron ningún indicio de presencia guerrillera. ¿Había sido una maniobra distractiva?
Méndez Méndez le informó al juez que esa documentación de Gendarmería estaba incompleta porque no revelaba cómo continuó la investigación. Le pidió que reclamara a la fuerza los archivos faltantes “incluida la documentación que pueda estar clasificada y restringida por razones de seguridad nacional”. Pero Gendarmería nunca envió la documentación.
En 2021, Graciela Masetti hizo una nueva presentación en el juzgado federal de Salta. Entre otras medidas, pidió que se solicitara a Gendarmería Nacional –y particularmente al destacamento de Orán-que informara cómo siguieron las investigaciones de la fuerza tras haber tomado conocimiento de las denuncias sobre el hallazgo de los cadáveres esqueletizados; que se buscara en los archivos clasificados de la fuerza bajo el rótulo “ESyC” –Expediente Secreto y Confidencial- la documentación del año 1966 y siguientes; y toda otra documentación vinculada al entonces denominado “Departamento Guerra Revolucionaria” de Gendarmería, cuya creación y funcionamiento estuvo directamente vinculado a la promocionada “Operación Santa Rosa” que terminó con la captura y rendición de la mayoría de los miembros del EGP.
“Presumimos que podría existir una burocracia administrativa de dicho departamento que no ha permitido acceder a documentación de vital importancia para saber qué sucedió con Jorge Masetti y Atilio Altamira. También creemos posible que dichos archivos hayan sido duplicados y/o puedan estar en oficinas del Ejército Argentino, Ministerio de Seguridad y/o de Defensa de la Nación, por lo cual solicitamos se libren oficios también a esas dependencias”, insistió la hija del Comandante Segundo.
A la espera de que actuara la Justicia, durante el gobierno del presidente Alberto Fernández se hicieron gestiones ante el Ministerio de Defensa y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Pero la respuesta fue siempre la misma: un llamativo e inexplicable silencio de parte de Gendarmería Nacional.
A 60 años de su misteriosa desaparición en las montañas del norte argentino, los archivos clasificados de Gendarmería, si todavía existen, son tal vez la última esperanza para develar qué sucedió realmente con el Comandante Segundo y su lugarteniente Altamira.
“Me habré confundido con la tierra. Y cuando renazca en flor o en grano o llegue a lo alto de una rama, no temeré al hombre que me cercene, porque no seré yo (…) Llévenme a mí. Ese es sólo mi cuerpo. A mí. A mí. Por favor. No me condenen, no me dejen aquí. Devuélvanme mi cuerpo. Qué frío tengo. Vuelvan, no se vayan…malditos, no se vayan. No me ven llorar… por lo que más quieran. Por lo que más les duela. Se han llevado mi cuerpo. Y yo oigo. Y yo veo. Y yo siento”, escribió Jorge Ricardo Masetti en su cuento “Eternidad”.
Tenía 34 años al momento de su desaparición.
(*) Hernán Vaca Narvaja es autor del libro Masetti, el periodista de la revolución. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2017.