El G 20 y el 20 de noviembre de 1845, todo junto en la misma semana. La afirmación de nuestra soberanía sobre las costas del Paraná y la claudicación absoluta de nuestra soberanía por días, por horas, para retomar luego la soberanía relativa de un coloniaje apenas disimulado.
1845 y 2018. Los cañonazos de las baterías de Mansilla, que cruzó unas barcazas en el paraje de Vuelta de Obligado donde el río se angosta. Haciendo blanco sobre la escuadra anglo-francesa. No pasarán, gringos. No sin pagar impuestos ni reconocer nuestra soberanía.
En 2018, no se trata de tierra arrasada. Se trata de alfombras rojas, de que todo salga bien para que nos vean en el mundo como un país digno al que se le puede prestar plata. Orden y pobreza. Pero orden, al fin. Soberanía expresamente cedida, porque nos cuidarán los colonizadores del mundo sólo unos días porque ese es su deseo. Y la invitación al éxodo porteño, porque el orden mejor es el de las catacumbas. Que haya poquita gente, mejor. El silencio querido como lenguaje de la sumisión. Que no se les vaya a ocurrir protestar o algo por el estilo. Y ese veinte de noviembre, molesto para el gobierno, que nos recuerda que somos soberanos. Soberanía y sumisión. Independencia y coloniaje. Veinte de noviembre y el G20.