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Vivir en la mentira
Foto: Germán Ravera reclama al Estado una reparación por haber permitido que le cambiaran la identidad.
Germán Ravera es hijo de Graciela Bertolone, hermana del último intendente de la dictadura cívico militar en Río Cuarto. Su familia le ocultó su identidad. A los 30 años descubrió que su prima era en realidad su madre biológica. El complejo entramado de impunidad se extiende hasta la actualidad.
Publicada el en Crónicas

La historia de Germán Rubén Ravera es un interminable eslabón de mentiras (im)piadosas. Nacido con la década del `70, vivió con una falsa identidad hasta los 30 años, cuando una discusión familiar develó inesperadamente el secreto más cruel que nunca hubiera imaginado: sus padres no eran sus padres, sino sus tíos abuelos; y su prima Graciela, la de Río Cuarto, es en realidad su madre biológica.

La génesis del engaño se remonta al lejano 1969. Ese año, Graciela Bertolone -una joven maestra de 23 años- quedó embarazada. Apenas se lo dijo a sus padres comenzó un calvario que duraría hasta el final de sus días. Graciela era soltera y su embarazo era fruto de una relación ocasional con un hombre casado. El escándalo amenazaba estallar en el corazón de una de las familias más tradicionales de Río Cuarto. Sus miembros iban los domingos a la Iglesia y comulgaban con el ideario conservador del Partido Demócrata. Su hermano mayor, Héctor “Bocha” Bertolone, gozaba de una destacada posición social. Con los años, su militancia política conservadora lo llevaría a gobernar los destinos de la ciudad.

El padre de la criatura –habría confesado Graciela entre lágrimas- era, además de un hombre casado, portador de un apellido de cierta prosapia en la ciudad. Transitaba los primeros pasos de lo una promisoria carrera judicial y no estaba dispuesto a asumir su inesperada paternidad. Ni siquiera a admitir su desliz amoroso. Descartado un aborto –considerado lisa y llanamente un crimen en ese tiempo-, Moisés Bertolone y Laura De Young decidieron ocultar el embarazo de su hija. Limitaron sus salidas del hogar y, cuando su vientre comenzó a delatarla, la recluyeron en una quinta, en el campo.

Presa de la culpa y aislada por la penitencia familiar, Graciela transitó los nueve meses de gestación en una angustiante soledad. El primer día de la década del ´70, en secreto, fue internada en la clínica Ferraris, en la tradicional esquina de Boulevard Roca y Newbery. Allí dio a luz un saludable varón, que fue anotado con el falso nombre de Germán Ravera, supuesto hijo de Ramona Leonor de Yong y Rubén Ravera.

Graciela conocía bien a Ramona Leonor de Yong. Era su “tía Nena”. La veía poco porque vivía en la provincia de Buenos Aires, junto a su marido Rubén. Pero ese día, la hermana mayor de su madre se convirtió en la apropiadora de su hijo. Tenía 54 años, pero su edad no fue impedimento para inscribir a su sobrino como hijo propio en el Registro Civil de Carnerillo, a 45 kilómetros de Río cuarto. El 17 de febrero de 1970, en un trámite express, Ramona también hizo el cambio de domicilio. Para anotar a “su hijo” debía vivir en “su pueblo”. 

Ni a la obstetra que le extendió el certificado en la clínica de Río Cuarto ni al personal del Registro Civil que confeccionó el acta de nacimiento les llamó la atención que, a su edad, Ramona fuera madre primeriza.  

Empezaba a tejerse la intrincada trama burocrática de un delito imprescriptible: el cambio de identidad de un niño, condenado desde entonces a vivir en la mentira.

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La increíble historia de Germán Ravera fue develada diez años atrás por el periodista Alejandro Fara en el diario Puntal. En su edición del 25 de mayo de 2009, mientras la ciudad conmemoraba un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y los viejos tribunales de la ciudad cerraban sus puertas para adherir a los festejos patrios, el joven Ravera contaba por primera vez su verdad y acusaba a los responsables del engaño. A los 30 años se había enterado que no era hijo de sus padres sino de una mujer mucho más joven, que vivía en Río Cuarto y supuestamente era su prima. Todavía confundido, la llamó por teléfono. Lejos de negarlo, Graciela Bertolone le confirmó que era su madre biológica y que su propia familia la había obligado a renunciar a él. Su madre de crianza también admitió la mentira, pero le suplicó que no hiciera un escándalo familiar. Ravera viajó a Río Cuarto a conocer a su madre biológica y comenzó a construir una relación con ella, aunque fuera a la distancia y con las prevenciones del caso.

Cuando murió su madre adoptiva, Germán decidió que ya era tiempo de recuperar su identidad. Viajó otra vez a Río Cuarto, decidido a restablecer el vínculo filial que su propia familia le había negado durante décadas. Pero cuando llegó a la ciudad descubrió que su madre -que tenía 62 años y estaba jubilada- había sido internada en la clínica psiquiátrica Philipe Pinel, a la vera de la ruta nacional 36.

-Sufrió una crisis nerviosa tras la muerte de su esposo-, fue la escueta información que le dieron en la clínica.  

Graciela Bertolone se había casado a los 45 años con Américo Basilio, con quien convivió en la vivienda familiar de la calle Alejandro Roca 146 hasta que la muerte los separó.

No tuvieron hijos.

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Cuando Germán llegó a Río Cuarto para asumir su verdadera identidad, encontró a su madre en una clínica psiquiátrica. Había sido internada bajo el “amparo” y la “tutela” de la misma familia que la había obligado a renunciar a él. Comenzó entonces un tedioso camino burocrático para recuperarla. Hizo presentaciones en el PAMI, la Defensoría del Pueblo, el Colegio de Abogados y el Poder Judicial. Se realizó un examen de ADN en Córdoba, que probó en forma incontrastable –99,99 por ciento de certeza- que era hijo de Graciela Bertolone.

En febrero de 2009, al constatar el delicado estado de salud de su madre, Germán la internó nuevamente en la clínica. Según reseñó el diario Puntal, los vecinos comentaban que la flamante viuda advertía a quien quisiera escucharla que su familia quería dejarla en la calle.

Germán tuvo que volver a Buenos Aires, donde se enteró que su madre había sido “externada” en marzo para volver a internarse a los pocos días. Pero cuando llamaba a la clínica para interiorizarse de su estado de salud, lo derivaban a una sobrina de Graciela, responsable de su nueva internación. Fara ingresó de incógnito a la clínica y constató que los peores temores de Germán se habían concretado en ese lugar: “Cuando el cronista dialogó con ella (Graciela Bertolone) en el área de internaciones del primer piso, pudo advertir que se encuentra recluida en una pequeña habitación, prácticamente en estado de indigencia, y que llevaba quince días sin que ningún familiar la fuera a ver. Ese dato pudo ser corroborado por el propio personal de la clínica, que hizo notar su preocupación por la falta de contención de sus parientes. Su delicada salud mental no le impide comprender la realidad. Luego de comentarle que el visitante conocía a Germán Ravera, se abrió al diálogo y no ocultó que ella era su madre biológica y que sus padres la habían obligado a entregarlo a una hermana de su mamá”, escribió el periodista.

“Mi madre de crianza nació en 1916 y se casó con Rubén Lindolfo Ravera el 14 de febrero de 1953, en Río Cuarto. Mi abuelo Moisés Domingo Bertolone fue testigo de ese casamiento. En otras palabras, el testigo de la boda de mis padres de crianza fue quien me entregó a ellos sabiendo que yo era su nieto”, apuntó Ravera en una nueva entrevista con Puntal.

El complot para sustituir su identidad abarcó a tres generaciones de su propia familia y contó con la complicidad de pediatras, enfermeras y funcionarios de Río Cuarto y Carnerillo.

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Cuando conoció su verdadera historia, Germán Ravera inició acciones legales para recuperar su identidad. El 29 de agosto de 2009 hizo una denuncia en el juzgado federal de San Martin, provincia de Buenos Aires, donde tiene su domicilio. Según su recuerdo, la carátula del expediente era “Ravera, Germán Rubén c/Olga Caetano y otros”.

Olga Caetano era la esposa de Fernando Bertolone, el influyente abogado que años después sería intendente de la dictadura militar en Río Cuarto. Germán estaba convencido de que su influencia habría sido fundamental para obtener los documentos apócrifos -tanto de la clínica donde nació como del Registro Civil donde fue inscripto- que permitieron cambiarle la identidad y entregarlo a sus falsos padres.  

De aquella denuncia no quedó ningún registro en el juzgado federal de Río Cuarto. Ni un exhorto, ni un oficio, ni una carpeta. Nada. Como si nunca hubiese existido.

En los tribunales provinciales, Germán presentó una denuncia similar en junio del mismo año. El acusado esta vez fue el jefe del Registro Civil de Carnerillo en la década del `70. La causa, que fue caratulada “Ravera Germán c/Luis Chassagnade”, también denunciaba la presunta participación delictiva de la obstetra Flavia Ferraris de Palacios.

El expediente fue instruido por el inefable fiscal Walter Guzmán que, tres meses después, mandó archivar la causa porque los implicados en el probado delito de sustracción de menores ya habían fallecido.

Germán Ravera se quedó con las manos vacías. Desahuciado, regresó a Buenos Aires y trató de rehacer su vida. Su madre biológica quedó internada.

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Graciela sobrevivió a sus dos hermanos y convivió con su esposo Américo en la vivienda familiar de Alejandro Roca 146. Era la única y legítima heredera de esa y otra propiedad, ubicada en la calle Alberdi 460. También de la vivienda que figuraba a nombre de su esposo, que falleció antes de su última internación, en la calle San Lorenzo 2.389.

Nadie le avisó a Germán Ravera, que vive en Buenos Aires, que su madre biológica, Graciela Bertolone, estaba convaleciente. Murió el 22 de junio del año pasado, pero él no pudo acompañarla en su lecho de muerte. Según el acta de defunción, Graciela falleció en algún lugar de la localidad de Las Higueras. Sus restos fueron trasladados -con extrema discreción- al panteón familiar que la familia Bertolone tiene en el cementerio de la Concepción, en Río Cuarto.

Su despedida fue tan sigilosa como lo había sido el parto de su único hijo. La familia no le avisó a nadie. Ni siquiera se publicó un aviso fúnebre en el diario de la ciudad. Su dramática historia se disolvió en el silencio, la desmemoria y la impunidad.

Fallecida Graciela, su hijo Germán debería heredar al menos las tres propiedades que le pertenecían. Sería, además, un mínimo acto de reparación histórica. En la Dirección General de Rentas de la Provincia, esas viviendas figuran a nombre de Luis Mazzoni (Alejandro Roca 146), la sucesión de Moisés Domingo Bertolone (Alberdi 460) y Américo Víctor Basilio (San Lorenzo 2.389).

Nadie notificó a Germán Ravera sobre el inicio del juicio sucesorio que repartirá -o ya repartió- los bienes que debió heredar en vida su madre biológica. En 2012, la jueza Mariana Martínez de Alonso emplazó a los posibles herederos de José Francisco Bertolone a comparecer en su despacho de los viejos tribunales de Río Cuarto. Lo hizo a través de la publicación de un discreto edicto en el Boletín Oficial del Gobierno de Córdoba, en su edición del 6 de agosto de ese año. Edicto que seguramente Germán nunca vio.

En agosto de este año, al inaugurar el imponente edificio del nuevo Palacio de Justicia de Río Cuarto, la presidenta del Tribunal Superior de Justicia, María Marta Cáceres de Bollati, aseguró que en la provincia existe “una Justicia comprometida, responsable, capacitada”.

El caso Ravera pareciera indicar exactamente lo contrario.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -