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Alberto presidente
No se puede ser feliz en soledad
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Que los olvidos no pueden forzarse a carabinazo y palos es lo que pareciera decirnos hoy el pueblo chileno en las calles y, es también, lo que a su manera ha dicho el pueblo argentino en las calles, durante estos cuatro años y en las urnas, hace unos días. Tanto ayer como hoy, deseamos la vida justa.
Publicada el en Reflexiones

El domingo por la noche, muchos experimentamos una sensación rara; ganamos, sí, pero Macri obtuvo un cuarenta por ciento de los votos. El triunfo de la fórmula Alberto-Cristina Fernández es contundente y alentador para las fuerzas populares; de hecho, la diferencia de entre 8 y 10 puntos supera ampliamente la que obtuvo Macri en el ballotaje del 2015 y está apenas por debajo del triunfo más abultado del peronismo, con Cristina Kirchner en 2011; se trata, evidentemente, de una elección histórica. Por otra parte, como bien ha señalado Horacio Verbitstky en estos días, los porcentajes en la legitimidad de origen poco y nada dicen sobre lo que será un gobierno. Néstor Kirchner ganó en el 2003 con un 23 por ciento de los votos y su gobierno fue adquiriendo consenso en la medida en que fue capaz de articular fuerzas y dar respuestas a demandas populares, largamente insatisfechas.

Sin embargo, no deja de llamar la atención que en un contexto de destrucción sin igual como el que deja el gobierno de Mauricio Macri, con modos de la ruina que van mucho más allá del saqueo económico, el empobrecimiento y la destrucción de fuerzas productivas y alcanzan a gran parte de la población en lo más íntimo de sus vidas, logre capitalizar ese apoyo. Si el neoliberalismo no es solamente un proyecto de acumulación y de concentración de riqueza sino, como decimos a coro, desde ya hace unos años, se trata más bien de un proyecto de captura y de modelación de las subjetividades y, por lo tanto, de la institución misma de formas del lazo social, no es por el afán universitario de la duda erudita, ni por una pulsión al sobre análisis que debemos preguntarnos de qué materia está constituido ese voto.

Relato mítico

El neoliberalismo tiene su relato mítico en la meritocracia en tanto gestión de sí en clave empresaria, como tempranamente supo ver Foucault. La figura del empresario de sí, inoculada a través del management en las empresas, en estas latitudes es un efecto de identificación. Aquello que en Europa se hizo a través del managament, estrategia dirigida a desarticular a los movimientos de democracia obrera, aquí se hizo con un genocidio. Macri, heredero de un empresario corrupto devenido millonario durante la dictadura encarna ese semblante, previo paso por la presidencia de un club de fútbol al que manejó como una empresa desregulada, cuyo activo se conformó por la venta con evasión fiscal de derechos de jugadores.  No existe lengua más plana que la del fútbol; sin embargo, austeridad, sacrificio, entrega, son significantes centrales en la jerga futbolera. Desde allí cobra carnadura ética, para amplios sectores, el discurso de la abnegación sacrificial, de la vida entregada al trabajo y alejada de lo político. Desde allí adquiere densidad el mandato a la iniciativa individual, al entusiasmo y al sacrificio personal. El nombre Macri se convierte en historia whig, en su propio efecto demostración. Macri predicó ese evangelio coucheado, con exaltaciones de pastor evangélico.

El precio que paga todo aquel que accede a esta economía del amo canchero, futbolero y enemigo declarado de las lenguas políticas sedimentadas en la memoria popular es el desprecio hacia cualquier política de la igualdad. Se instituye así una sociabilidad del odio que identifica al otro como amenaza: desde los trabajadores que hacen paro y se movilizan, hasta los laburantes de la economía popular que cobran un subsidio, o los docentes y científicos que reclaman por salarios y en contra de recortes presupuestarios.

Una de las novedades del último ciclo neoliberal ha sido, precisamente, la inoculación del odio activo al docente. La captura en la entrega sacrificial por un premio que nunca llega y el honestismo anti político abren la vía paranoica: el otro es malo (trabajadores sindicalizados, militantes de organizaciones sociales y de Derechos Humanos, desocupados, docentes, científicos, trabajadores del Estado, mujeres movilizadas, etc.)

Chetoslovaquia

Que este mito tenga alta pregnancia en Chetoslovaquia, como ha dado en llamarse en memes y otros géneros de las redes a esa región que concentra el voto macrista, no es casual. Buena parte de la población de estas regiones está conformada por descendientes de inmigrantes europeos, con un alto porcentaje de piamonteses cuyo racismo es un mandato de herencia. El racismo de las corrientes inmigratorias de la pampa gringa y del litoral argentino que desemboca en CABA fue oportunamente señalado por Pancho Aricó en los años sesenta como uno de los componentes culturales medulares del antiperonismo; componente que alcanzó intensamente a las mismas formaciones de izquierda. Como se ha dicho: el antiperonismo es anterior al peronismo. No es necesario hacer etnografía sobre el asunto.  

No está de más recordar aquello que dice Etienne Balibar: el odio es una forma de sociabilidad y, por tanto, de subjetivación. El desprecio en tanto pasión política tiene efectos que cristalizan en el auto desprecio de aquellos a quienes va dirigido. Es lo que suele escucharse en expresiones del tipo: “no es cuestión de que gobierne éste o aquél, el problema somos nosotros” o, su variante más difundida: “los argentinos somos vagos, no nos gusta trabajar”.

El neoliberalismo, pivoteando sobre esta sedimentación cultural cuya genealogía podría remontarse a la campaña contra el indio, luego abonada por el mito del inmigrante laborioso ante la desidia del habitante ancestral, es una fábrica eficaz de almas bellas, es decir, de obsesivos que construyen su estatua inmaculada de ideales y honestismo dándose a sí mismos un revoque de consistencia que, en realidad, los transforma en causa próxima de todos los desastres. La autoestima inquebrantable de la autodenominada “clase media” es la mejor encuesta al respecto.

Si una política democrática es alguna forma de construcción de hegemonía, esto es: una lengua en la que habitan irreductibles diferencias que tienen un común, a saber, la imposibilidad de su totalización, cabe preguntarse qué hacer. Dicho de otro modo: ganar una elección es condición necesaria pero no suficiente para desedimentar una sociabilidad del odio. Si, ante el fantasma de la igualdad la meritocracia neoliberal se inmuniza, no habría que olvidar que, quizás el ideario y el sensorium de la emancipación han tenido por estas latitudes vínculos más intensos y extensos con una voz que, en gran medida, permanece impensada en la herencia de la modernidad política. Si la libertad tiene su Locke y sus derivas a la Friedman y la igualdad tiene su Rosseau y sus derivas marxistas y populistas ¿Cuál es el nombre propio de la fraternidad y cuáles sus derivas?

A propósito de esto es bien oportuno el comentario de una amiga, a un posteo en Facebook, sobre este mismo asunto: “Me hiciste acordar a lo que Fernando Ulloa en un análisis micro referido a los trabajadores de las instituciones de salud, nombró "cultura de la mortificación": una sociabilidad donde la resignación cobarde, la victimización y la impotencia de sus agentes se vuelve idiocia, merma en la capacidad de pensar por sí críticamente o de dar cuenta de sus propias acciones y la transgresión necesaria para salir de esa posición (el acto) y hacerse responsable subjetivamente se trueca en degradación y maltrato hacia el otro. Entonces dice "instituyamos ternura", como categoría política... Más allá de las identificaciones, el campo nacional y popular trama, debate, elucida, instituye ternura... esa es la tarea... lo dijo tan hermosamente Favio, ese niño-grande que salió de la orfandad: "Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad”. Instituir ternura es otra forma de decir “compañero”. Es hacer como en el cine de Favio: que el campeón siga siendo campeón, aun cuando se mee en los pantalones mientras, borracho, canta un tango. Favio no necesita mirar para otro lado, puede abrazar a su Mono Gatica también ahí.

O, como refiere Jorge Alemán, en la clave de los desafíos para una política popular en estos tiempos aciagos, se tratará de indagar acerca de “¿qué parte de cada uno de nosotros no se puede integrar a la forma mercancía y a su fetiche? Ello exige indagar nuestra relación con la palabra dicha y el silencio, nuestra relación con el amor y el deseo, nuestra relación con la muerte, nuestra relación con el duelo y con nuestros ideales más secretos e insondables y nuestra relación con la amistad y el imposible que la acompaña. El pueblo, y no la gente, únicamente puede emerger cuando encuentra su modo de habitar la lengua, con el entusiasmo y sin la horrible autoestima, con el saber de las prácticas populares que callan la boca de los expertos, con aquello que nos libera de las justificaciones y de las determinaciones del destino”.

Habitar de otro modo la lengua implica indagar en otras poéticas del vivir. En esa indagación no sobra nadie y sus modalidades pueden ser infinitas, como el Dios de Spinoza. Una poética de la fraternidad habrá de asumir también su propio desfondamiento, allende las identificaciones y atravesar la inercia mortífera del mandato patriarcal en sus macro y micromaneras. Deberá parecerse a una política de la amistad, con todo el agonismo y el resto de intraducibilidad que suponen los diálogos entre amigos. Como en los diálogos imposibles entre la China Iron y Elizabeth, en la novela de Gabriela Cabezón Cámara, donde el deseo de ser y hacer con otre es más potente que la diferencia entre las lenguas.

El presente no es consistente, está habitado, a veces secretamente, por pasados solapados o forzados al olvido. En este presente agrietado del orden neoliberal aunque no así de su potencia performativa, el nombre “democracia” se reactiva en la emergencia de pueblos (demos) y de abigarradas rebeliones. Un espectro asedia al presente neoliberal desde sus insistentes negaciones y hace que palabras y debates clausurados vuelvan, sintomáticamente, a la superficie de la lengua política. La transición democrática que se debatió entre profundización y consolidación de la democracia encontró una salida para ese debate poniendo bajo borradura la demanda de una sociedad que tendiera a disolver la distancia entre gobernantes y gobernados, como planteaba por entonces, de manera solitaria, Pancho Aricó. La traducción de esa borradura en el sistema político pone en el centro la cuestión de la gobernabilidad en lugar de poner allí la cuestión de cómo es posible la vida justa. Que los olvidos no pueden forzarse a carabinazo y palos es lo que pareciera decirnos hoy el pueblo chileno en las calles y, es también, lo que a su manera ha dicho el pueblo argentino en las calles, durante estos cuatro años y en las urnas, hace unos días. Tanto ayer como hoy, deseamos la vida justa.

No se puede ser feliz en soledad porque no todos pueden todo. Contra la mentira que dice ¡Si se puede!, la historia de nuestros pueblos custodia la memoria de sus derrotas y de sus muertos, que nada concede al auto engaño. Esa custodia atesora un sensorium frente a lo no sabido de la situación y moviliza resistencias contra ella. Al final, tampoco pueden todo ni los ejércitos de trolls y de bots (“caricias significativas”), ni los medios masivos monopólicos, ni los círculos rojos. La campana de la última instancia nunca suena, como dice Althusser. Esa verdad forja a los militantes de la vida justa.

Guillermo Ricca
- Filósofo -