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A 50 años del fusilamiento de 19 guerrilleros en la base Almirante Zar
La pasión según Trelew
Foto: Los 19 guerrilleros entregaron sus armas en el aeropuerto de Rawson. Una semana después serían fusilados.
Se cumplen 50 años de la fuga más espectacular y la represalia más atroz de la historia contemporánea del país. Fue en Chubut, donde los principales líderes guerrilleros tomaron el penal de máxima seguridad de Rawson y se fugaron al Chile de Salvador Allende. El testimonio de Fernando Vaca Narvaja, el único sobreviviente.
Publicada el en Crónicas

El periodista Tomás Eloy Martínez era todavía el director del semanario Panorama la madrugada del 22 de agosto de  1972. Estaba cerrando la edición cuando los teletipos empezaron a escupir diferentes versiones sobre un supuesto intento de fuga de los presos de la base militar Almirante Zar, en el sur, en la lejana provincia de Chubut. Se hablaba de un intento de fuga, de enfrentamientos, de víctimas. Se trataba del grupo de 19 presos y presas políticas que habían escapado del penal de máxima seguridad de Rawson y tomaron el aeropuerto de Trelew para garantizar la fuga de los seis dirigentes más encumbrados de la guerrilla argentina: Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo, Marcos Osatinsky, Roberto Quieto, Domingo Menna y Fernando Vaca Narvaja, líderes del Ejército Guerrillero del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros.

Eloy Martínez había editado una edición con mucha información, que incluía una cobertura acorde a un escape de película en un país convulsionado que se estremecía por la fuerza tectónica de los movimientos populares como el Cordobazo, el Rosariazo y el “Viborazo”; un país que tenía a su máximo líder político proscripto; que procuraba una salida lo menos traumática posible ante el forzado repliegue de una dictadura que había interrumpido el orden constitucional prometiendo “objetivos, no plazos”.   

“En Panorama hubo los desplazamientos de rutina –recordaría Eloy Martínez-: un equipo de redactores y fotógrafos fue a Trelew, donde los ocupantes del aeropuerto terminaron rindiéndose esa misma noche a los oficiales de la base naval Almirante Zar; otro equipo viajó a Santiago de Chile, donde el gobierno socialista mantenía confinados a los fugitivos sin decidir si los devolvería a la Argentina, como exigía Lanusse, o los aceptaría en tránsito como refugiados políticos. Hacia la medianoche del 21 de agosto edité los últimos textos de aquel número de Panorama, revisé las películas finales –antes de la impresión- y me fui a dormir”.

El joven director no pudo congeniar el sueño esa madrugada: a las cinco, el empleado que recibía los télex en la redacción lo llamó por teléfono para avisarle que estaban llegando despachos contradictorios desde Trelew que describían enfrentamientos con los prisioneros en la base Almirante Zar, con un luctuoso saldo que oscilaba entre los 13 y los 15 muertos. “Los télex parecían escritos por un cronista desorientado –evocaría Eloy Martínez-, porque se interrumpían en la mitad de una versión y luego advertían, con impaciencia, “Anular, anular este despacho”, antes de proponer una versión distinta de la anterior. Sucedió tres veces, hasta que a las seis de la mañana dispusimos de una historia menos confusa, en la que se describía un tiroteo poco verosímil con un saldo impreciso de guerrilleros muertos y heridos”.

Panorama debía entrar a imprenta a las ocho, para estar en los kioscos esa misma noche. Su director envió a un periodista de urgencia al Ministerio de Marina y él mismo se reunió con un funcionario cercano a Lanusse en un café de Avenida del Libertador: “A todos –incluyendo las fuentes- nos desconcertaba la maraña de versiones y, cuando más lo pensábamos, menos probable resultaba el relato de la fuga”. Media hora antes del ingreso fatal del material a imprenta, redactó un breve texto planteando sus dudas sobre lo ocurrido en el sur y la posibilidad de que se estuviera ocultando una masacre: “Cuando un Estado elije el lenguaje del terror, destruye todo lo que le da fundamento –instituciones, valores, proyectos de futuro- e impregna de incertidumbre la vida de los ciudadanos. La sangre de los prisioneros de Trelew podría cerrar el camino hacia la democracia que el gobierno ha prometido”, advirtió. “Tal como se estilaba en aquellos tiempos temerosos –recordaría años después-, todos los diarios reprodujeron al día siguiente sólo la versión oficial distribuida por el comando de la zona 13 de emergencia, y mi texto desentonó como un solo de batería en un entierro de angelitos. El capitán de navío Emilio Eduardo Massera llamó al dueño de la editorial para sugerirle que me despidiera y el 24 de agosto de 1972 quedé sin trabajo, desterrado de nuevo a las listas negras del periodismo”. Con la indemnización decidió viajar al sur para averiguar in situ qué había sucedido. De aquél viaje surgiría “La pasión según Trelew”, una investigación periodística que hoy es un clásico de la literatura política argentina.

La fuga

“La fuga fue un éxito. Era un penal de máxima seguridad, con un nivel de concentración militar inédito que incluía refuerzos de efectivos de la Marina, Gendarmería, Policía Federal y el Ejército, que estaba bajo la jurisdicción del Quinto Cuerpo de Ejército. Con el añadido de que el gobernador era un contraalmirante retirado, Jorge Alfredo Costa, lo que convertía el lugar en una zona absolutamente militarizada donde se concentraban los principales dirigentes, no sólo de las principales organizaciones guerrilleras, sino también sindicales: allí estaban Agustín Tosco, la dirigencia combativa del Sitrac Sitram, los compañeros de la FOTIA, dirigentes estudiantiles y las mujeres consideradas “peligrosas”, que estaban en el pabellón cinco, arriba. Se suponía que de ahí no podía salir nadie”, dice hoy, cincuenta años después, Fernando Vaca Narvaja, el único sobreviviente de aquel acontecimiento histórico.

- El reaseguro de la dictadura militar era tenerlos lejos, aislados y encerrados.

- Exactamente. Y en un contexto, 1972, en el que Agustín Lanusse era el último dictador, que había asumido después del Cordobazo, el Rosariazo, que encarnaba el final de la “Revolución Argentina” iniciada por el General (Juan Carlos) Onganía, que había planteado que había objetivos y no plazos y había fracasado. Con el Gran Acuerdo Nacional (GAN), Lanusse intentaba generar una propuesta política alternativa incorporando a sectores del radicalismo (el ministro del Interior era Arturo Mor Roig). Ese esquema excluía al peronismo con la proscripción de Perón. Esa dictadura, que había empezado en 1966 y que duró hasta 1973, elaboró un Estatuto Fundamental que debía estar vigente hasta mayo de 1981. Ese Estatuto modificaba de un plumazo cinco artículos de la Constitución Nacional, declaraba inaplicables otros cuatro y planteaba que los candidatos debían estar en Argentina a noviembre de 1972, por lo que proscribía a Perón. Esa maniobra política se desplomó tras la fuga de Rawson y la posterior masacre de los compañeros porque se cayó la careta de ese pseudo proyecto político de Lanusse y la dictadura militar.

- La fuga en definitiva fue una acción política.

- Claro que fue una acción política. La dictadura militar estaba en retirada y buscaba condicionar la salida política con la proscripción de Perón. El debate era si convenía hacer la fuga o esperar en prisión a que la dictadura se desmoronara sola. La fuga generó un cimbronazo político que desenmascaró al GAN. A partir de ahí Lanusse empezó a retroceder y pocos meses después, el 17 de noviembre de 1972, Perón volvió a la Argentina.

-¿Agustín Tosco estaba en desacuerdo con la fuga?

- No. Tosco estaba en conocimiento de la operación, pero era consciente de que debía quedarse en la cárcel porque su situación legal iba a ser resuelta, como finalmente ocurrió. Su rol político era distinto, pero cuando le comunicamos el plan de fuga, preguntó: “¿Qué tengo que hacer, en qué puedo ayudar?”. Lo mismo ocurrió con los compañeros de la FOTIA, Sitrac Sitram y los dirigentes estudiantiles.

Vaca  Narvaja tuvo un rol central en la toma del penal de Rawson. Como la mayoría de sus hermanos, de acuerdo al imperativo social de la época, había cursado los cinco años del Liceo Militar General Paz en Córdoba. Tenía formación militar conocía bien la idiosincrasia de los cuarteles. “El plan de fuga estaba condicionado por la llegada al aeropuerto de Trelew de un vuelo de Austral en el que venían tres compañeros. Teníamos entre 18 y 20 minutos para iniciar la fuga, controlar el aeropuerto y abordar el avión”, recuerda.

En aquél tiempo convulsionado, donde caer preso era parte de la lógica política, las organizaciones guerrilleras tenían siempre a mano un plan de fuga. Cuando Vaca Narvaja estuvo detenido en el buque Granaderos, fondeado en la dársena de Buenos Aires, el plan de fuga incluía la presencia de buzos tácticos; en el penal de Villa Urquiza, en Tucumán, pensaron en hacer túneles; de la cárcel del Buen Pastor, en Córdoba, se fugarían 26 presas políticas por la ventanita de la cocina. En Trelew el plan inicial incluía la construcción de un túnel, pero las características del terreno –pedregoso, húmedo, que se desmoronaba con facilidad- obligó a un plan alternativo. Había que tomar el penal. Con la ayuda de un guardiacárcel que comulgaba con el ideario guerrillero lograron ingresar al penal un uniforme militar y una pistola reglamentaria. Vaca Narvaja se puso el uniforme y Osatinsky llevó la pistola. Redujeron a un oficial jerárquico y comenzaron a recorrer los seis pabellones simulando una inspección militar. “Esperaban  que se tomara la cárcel de afuera hacia adentro y nosotros lo hicimos al revés: de adentro hacia afuera. Eso los tomó totalmente de sorpresa”, recuerda Vaca Narvaja, que por entonces tenía 24 años.

- ¿Qué tiempo demandó la toma del penal?

- Salió como un relojito. Son seis pabellones y nosotros estábamos en el último. Se fue reduciendo la guardia inicial del pabellón cinco, el nuestro, incluido el pabellón de las mujeres, que estaba arriba. Y se fue avanzando hacia la administración. Se controló toda la seguridad interna, desarmada, y luego la guardia externa, armada. Simulamos una inspección militar y llevamos con nosotros al oficial a cargo. Los militares eran muy arrogantes y agresivos y cuando inspeccionaban una cárcel generaban temor en el personal.

-¿Cuánto hay de mito y cuánto de verdad en que el plan estuvo a punto de fracasar por la mala interpretación de una señal que hizo desde el interior del penal?

-La parte más sencilla del plan consistía en hacer una seña con un pañuelo desde el pabellón de las mujeres, que estaba arriba, pero esa seña se interpretó mal  y provocó que se retiraran los vehículos de apoyo externo: dos camiones, una camioneta y un Ford Falcon.  El plan inicial era que nos fuéramos los 120 hombres y mujeres que estábamos adentro del penal. Pero la acción más sencilla se malinterpretó.

-¿Y cómo lo resolvieron? ¿Es cierto que un grupo terminó yendo en taxi al aeropuerto?

- Teníamos un plan A y un plan B para cada paso que dábamos. Si fracasaba la toma del penal  habíamos pensado cómo se haría la entrega y la rendición. En el caso de los vehículos, si fallaban acudiríamos a taxis y remises, además de los vehículos de la administración del penal, que eran muy pocos por el horario en que se hizo el operativo. Los compañeros del segundo grupo llegaron al aeropuerto con los vehículos de taxistas y remiseros, que forman parte de esa historia magnífica que se dio en Trelew. Porque la dictadura nos trasladó a un lugar geográfico alejado, aislado políticamente, y generó el efecto inverso al que pretendía: hubo una fuerte reacción del pueblo de Trelew, Puerto Madryn y Rawson en apoyo a nosotros. Tuvieron que reprimirlos porque se levantaron después de la masacre de los compañeros. En octubre se hizo una asamblea en el teatro del pueblo…

- Lo que cuenta Tomás Eloy Martínez en su libro La Pasión según Trelew…

- Claro.  La dictadura allanó más de cien casas y se llevó a los presos, dirigentes políticos y sociales de Trelew, a la Capital Federal, para alejarlos de un proceso de resistencia que en quince días produjo cinco movilizaciones de cinco mil personas y dos huelgas generales. Fue un “Trelewazo” para una ciudad que no superaba los 25 mil habitantes.

La madrugada del 22 de agosto de 1972 los militares fusilaron a quemarropa a los 19 guerrilleros detenidos en la base Almirante Zar. Los hicieron salir de sus celdas, formarse y empezaron a disparar. El 24 de mayo de 1973, durante la vigilia de los presos políticos de Devoto que esperaban la sanción de la ley de amnistía para abandonar la cárcel, los sobrevivientes de la masacre de Trelew -María Antonia Berger, Miguel Camps y Ricardo René Haidar- dieron su testimonio al periodista, poeta y militante Francisco “Paco” Urondo, que los inmortalizó en otro clásico de la literatura política: “La patria fusilada”. Primero se escucharon las ráfagas de ametralladora; después los quejidos, pasos militares, puteadas y tiros aislados. Los iban rematando de a uno.

“La historia nos había marcado con su cicatriz, pero por nada del mundo queríamos que esa cicatriz se nos borrara”, escribió Tomás Eloy Martínez al recordar los motivos que lo llevaron, recién despedido, a viajar al sur a contar la rebelión silenciada que sobrevino a los fusilamientos. “Las heridas del cuerpo cicatrizan; las heridas del alma siempre quedan”, agrega Fernando Vaca Narvaja, cincuenta años después, mientras se prepara para viajar y sumarse a los homenajes a sus ex compañeros de militancia.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -