Crónicas
Entrevistas
Actualidad
El Kiosco virtual
Reflexiones
Cultura
Música
Cine
Libros
Galería Magalú
Galerías multimedia
Quiénes Somos
Revista El Sur
Staff
Ediciones en papel
Suscripcion
#Justicia
Volver a vivir
Por | Fotografía: Gentileza Dafne Acevedo Giménez
Foto: Lucía Mañez logró que condenaran por abuso sexual a Agustín Camargo.
Durante cuatro años una habitación fue el único refugio posible para Lucía Mañez, que una noche vio esfumarse la seguridad y tranquilidad con que vivía hasta entonces.
Publicada el en Crónicas

Una casa de ladrillos vistos con rejas en cada abertura. La puerta y portón con doble cerradura protege a sus habitantes del mundo exterior y marca una distancia con quien se acerca. En la casa viven cuatro personas: César y Carla, papás de Alejo y Lucia. Detrás de esas rejas se acerca Lucía Mañez, con una remera de los Guns &' Roses. Su pelo rojizo combina con sus pecas. Seguridad y firmeza en su mirada. Difícil imaginar que esa misma persona se reconstruyó de cero. Cinco cigarrillos consume Lucía mientras evoca la noche en que le arrebataron la tranquilidad. "No reconozco la Lucía que era antes, soy otra persona", admite.

Todo comenzó una noche del 2019. Para Lucía y su grupo de amigos todo era expectativa de festejo. “Era un desafío para nosotros como padres, darle independencia de salir sola. Yo no quería que saliera, pero ella quería ir porque era la última noche que iban a poder salir todos juntos”, recuerda Carla. Esa noche, su hija de 18 años salió a despedir la adolescencia con su grupo de amigos, que después de ese verano emprenderían caminos diferentes. El de Lucia la conducía a la ciudad de Córdoba, donde comenzaría a estudiar medicina.  

Pero todo se desmoronó la madrugada del 15 de marzo. A la salida de “Factory”, el boliche ubicado en centro de la ciudad de Río Cuarto, Agustín Camargo abusó sexualmente a Lucía, después drogarla con el "tanque" que consumían. “Yo sólo quería saber qué había pasado esa noche, y nadie me explicaba”, recuerda Lucía. Tenía sangre en el cuerpo, escoriaciones y la ropa interior rota. Sus amigas le decían que la vieron salir por su voluntad junto a Camargo, a quien sólo conocía de vista. Fueron tres días interminables, en los que Lucia sentía que algo no estaba bien.  Hasta que, al cuarto día, un lunes a la noche, decidió contarles a sus padres lo que había pasado, romper el silencio y expresar los pensamientos que la atormentaban. La ayudaron su pareja de aquel momento y una amiga.

Muestras, testigos y verdades no bastaron para que la Justicia acompañara a la adolescente. "No quería ser una más de las chicas que no fueron escuchadas, aunque me tuve que enfrentar a comentarios de gente que opinaba sin saber o a periodistas sin perspectiva de género”, dice Lucia. El episodio fue replicado en medios y redes sociales. Dice que muchos medios de comunicación publicaban datos que no estaban en la causa. “Dijeron que era mi ex y yo siempre dije que no lo conocía más que como amigo de amigos”, precisa Lucía. Eran rumores -insiste- y sin embargo se hicieron públicos para opacar y justificar el hecho.

Dos años de idas y vueltas judiciales.  Una Justicia lenta que apañaba al victimario y demoraba la causa mientras Lucía vivía los peores momentos de su vida. Sus amigas, las mismas que festejaron con ella esa noche, la empezaron a evitar. Se burlaron de ella, difundieron sus fotos y la juzgaron. Lucía no entiende, tres años después, el porqué de tanto ensañamiento. Mientras se alejaban sus amigas del secundario, otra gente se acercaba para acompañarla. “La obligué a ir a una marcha”, dice Paloma Escudero, integrante del grupo “Ni una menos”. Ayudó y ayuda a Lucia sin juzgarla. Siempre creyó que decía la verdad. Las víctimas no mienten.

“Esa noche le dije ‘Ma, yo te voy a acompañar al centro, por más que salga’”, rememora Lucía. Se abrigó, se cruzó una bufanda y acompañó a su madre al centro el mismo 15 de marzo. Carla le preguntaba si se sentía bien. La notaba extraña. Pero Lucía no tenía su teléfono y no podía contactar a sus amigas. Sus recuerdos eran borrosos, no podía recordar cuándo había salido del boliche, no entendía qué le había pasado. “Se fue con Augusto Camargo”, le dijeron cuando por fin pudo contactar a sus amigas. Pero lo tomaban a broma y no daban detalles.

Cuando fue a denunciar a Augusto Camargo, la Policía decía desconocer de quién se trataba. El joven denunciado por abuso se presentaba en las redes con distintos perfiles. “Todos me ignoraban cuando nombraba su apellido, al principio el nombre que di estaba mal, porque él se hacía llamar Augusto, pero su nombre real es Agustín”, recuerda Lucía.

Los abogados que la familia contrató por recomendación de una amiga no le daban respuestas. “Cómo puede ser que nunca nos digan nada”, se preguntaba Carla. Cuando por fin pudo ver el expediente, César, el papá de Lucía, notó que había unas fotos recortadas. En una de ellas había raro, hasta que reconoció los rostros: eran sus abogados junto al sindicalista Ricardo Camargo, el padre del agresor sexual de su hija.

La televisión mostraba marchas y gente que acompañaba a una mujer que clamaba justicia por la desaparición de su hijo. Era Rosa Sabena, abogada riocuartense y doctora Honoris Causa de la UNRC en reconocimiento a su lucha por justicia. “Yo quiero que esa mujer sea la abogada de mi hija”, se dijo Carla. La encaró en otra marcha, en medio de la gente, y Rosa le dio una cita. Esa misma tarde acordaron que Rosa tomaría el caso de su hija.

Justicia

A las ocho de la mañana empiezan las audiencias en los Tribunales de Río Cuarto. Carteles con dibujos tapan la bandera de “Ni una menos. En los dibujos “Agustín Camargo era protagonista, una suerte de víctima del acoso de los medios de comunicación. Estaba atormentado en todos los dibujos que se mostraban”, recuerda Paloma. Las restricciones para poner carteles sólo corrían para quienes acompañaban a la víctima. “No me dejaban poner absolutamente nada”, recuerdan las amigas de Lucía.

El 11 de octubre último Agustín Camargo fue condenado por abuso sexual contra Lucia Mañez. Hubo festejos, risas y emoción. “Sentí cincuenta kilos menos, como si me hubieran sacado una mochila que había cargado durante años”, dio Lucía al salir de Tribunales. Pero a metros de su casa, surgió una nueva e inesperada amenaza. “¿Están todos bien?”, pregunta Alejo Mañez, desesperado. Corre a su casa, para constatar que su hermana estuviera a salvo. “Se prendió al timbre y yo me imaginé que le había pasado algo o que venía apurado, pero cuando salí diciéndole ‘¿Que pasó, te robaron de nuevo?’ él estaba como loco y ahí me dijo: ‘Está Agustín en la esquina’. No le creí y cuando salí, los vecinos me empezaron a decir que entrara”. La adrenalina recorrió como un escalofrío el cuerpo de Lucía.  Afuera, Agustín Camargo estaba en el suelo, sujetado por dos personas. Gritos, desesperación, confusión. Era todo un caos. Como los vecinos no la dejaban salir, Lucía subió al techo de su casa. Y ahí vio que su agresor sexual era reducido por un grupo de vecinos. “Hubo intento de homicidio, porque el hombre tenía un arma de fuego, en base a esa peligrosidad, Camargo va a continuar preso”, advierte Rosa Sabena.

- ¿Te aferraste a algo o alguien en los años que no parecía haber solución?

- Siento que maduré muchísimo-, dice Lucía.

Había días en los que no quería saber más nada con el juicio y otros en los que quería seguir y luchar. “Me aferré a mi familia y amigos. Si no fuera por ellos habría dejado todo en la nada”, concluye.

Yamila Guzmán
- Estudiante de Comunicación Social -