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Rodrigo Vásquez, cineasta
"Dejé de ir a zonas de guerra"
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Estuvo en distintos escenarios bélicos para mostrar el trasfondo de las guerras en el mundo. Hoy dice que, con la irrupción de los algoritmos, su trabajo perdió sentido.
Publicada el en Entrevistas

Filmando en los lugares donde la humanidad se juega su condición de tal, Rodrigo Vázquez (53), cineasta argentino radicado en Londres, supo de primera mano lo que es el miedo. Perseguido por autoridades de países tan remotos como hostiles, vivió en medio de balaceras infernales, bombardeos o situaciones violentas de todo tipo. Siempre inside, nunca lo vio por otra pantalla que no fuera la de su propia cámara. Corrió con ella abriéndose paso en medio de muchedumbres enardecidas, exponiéndose a represiones de todo tipo, inmiscuido en la guerrilla, escapando del ejército. “Cagado de miedo”, admite. “Cuando uno está filmando metido en un grupo, es parte del grupo: vive y muere con él”, asegura con un dejo de resignación.    

En sus memorias (que piensa escribir algún día, a pedido de su hija) debería contar cuando escapó en medio de la noche con un grupo de guerrilleros que eran perseguidos por paramilitares en Colombia; o cuando vio los helicópteros israelíes alineados frente al hotel en el que estaba alojado, disparando misiles, sin saber si estaban dirigidos a donde él estaba; o la corrida frente a los tanques con la torreta apuntándole sin disimulo. Aprendió a contar los segundos que demora un soldado en disparar, porque sus ojos vieron otras caídas.

A pesar de tanto dramatismo, nunca dudó que ese era su lugar. La obsesión de contar, de narrar el horror de lo indecible, de lo no mostrado, lo llevó a jugarse el pellejo en la Franja de Gaza, el Líbano, Cachemira, Haití, Bolivia, Colombia… Pensaba que debía estar ahí para contar la experiencia, para que el mundo supiera lo que estaba pasando, lo que eran capaces de hacer, porque si no, no lo contaría nadie. Hasta ahora. En diálogo con El Sur, Rodrigo revela su íntima contradicción: “Ya no puedo seguir haciendo eso”, dice.

-¿Qué cambió para que ya no quieras ir a zonas de guerra?

-Cuando empecé no había redes sociales, apenas unos pocos canales de televisión en cada país, teníamos mucha menos variedad de cosas para ver y estabas forzado a escuchar también lo que no querías. No había, como ahora, un algoritmo que te seleccionaba los contenidos. Esa lógica de “bueno, voy a jugar mi vida por contar mi historia porque si no la cuento yo no la cuenta nadie” no va más. Y no va más desde que las redes sociales empezaron a operar en el imaginario de la gente mediante los contenidos que ofrecen. Varios estudios han demostrado que la gente que antes se informaba a través de tres fuentes diferentes, ahora utiliza sólo una: Facebook, Twitter o WhatsApp. El problema es que los algoritmos de selección de contenidos hacen que la información que cada uno recibe sea única y acrítica con respecto al propio punto de vista. Eso cambió todo, hizo que lo que yo hacía antes no sea tan efectivo hoy. En primer lugar, sé que no voy a llegar a la persona que le tengo que llegar, que no es “la que piensa” como yo, sino la que “no piensa como yo”. En segundo lugar, por esto mismo se produce la reafirmación del prejuicio y la vuelta al conservadurismo, en todo sentido. Antes me jugaba la vida para mostrar, por ejemplo, cómo el ejército israelí mataba niños en los territorios ocupados; hoy lo muestran los propios israelíes como propaganda a su favor. ¿Qué sentido tiene que arriesgue mi vida para contar lo mismo? Además la opinión pública ahora está más polarizada: primero juzgan al mensajero, el mensajero es el culpable.

- La gente desconfía de los medios de comunicación…

- Y con razón, hace bien en desconfiar. Pero sucede que esa desconfianza termina por convertirse en una autoafirmación del prejuicio, no en un descubrimiento de la verdad. Estoy envuelto en esa contradicción. Dejé de ir a zonas de guerra, dejé de filmar conflictos porque me parece que, a esta altura, no tiene sentido.

- ¿Y entonces qué vas a filmar ahora?

- Estoy escribiendo guiones de ficción, historias que para mí son mitológicas, pero es importante que se puedan producir. Estoy escribiendo un guion junto a la familia Santucho sobre la fuga del penal de Rawson en 1972, pero está en una etapa muy embrionaria todavía.  

- ¿Qué te pasó con la noticia del intento de asesinato a Cristina?

- Cada vez que venía a la Argentina escuchaba el odio permanente, de los taxistas, de la gente en la calle, odio, odio, odio… todo el día. No son medios de comunicación, son fines de comunicación. Porque realmente no comunican sino que descomunican. Polarizan, se la pasan gritando y metiendo opiniones de las más reaccionarias y eso a la larga genera este tipo de cosas. La violencia simbólica de la imagen, tarde o temprano, se traslada a la acción. Por eso son importantes los medios, lo que comuniquemos, y son importantes las palabras. No es gratis decir cualquier cosa, porque al final esto va a crear una acción.

- ¿Hay una vuelta del fascismo?

- El fascismo está avanzando en todo el mundo de manera desatada, y saben usar la violencia simbólica del lenguaje. Hitler en el pub hablándole a los que perdieron la Primera Guerra Mundial, diciendo que los culpables son los judíos y que ellos manejan el capitalismo y todo lo demás… bueno, la gente se reía, decía que era un charlatán y mirá lo que pasó. Hoy los medios dan todo el día ese tipo de mensajes, hasta que un día alguien agarra un arma y le pega un tiro a alguien.

- El panorama del siglo XXI es bastante negro. Tuvimos un holocausto en el siglo XX ¿Se está armando el nuevo holocausto del siglo XXI? ¿Se puede ser pesimista en lo grande, pero optimista en lo pequeño, por esas acciones de resistencia esperanzadoras que siempre hay?

- Es difícil contrarrestar. Las experiencias pequeñas positivas, alentadoras, no son apoyadas por los grandes medios de comunicación masiva, que están creando este odio. Si eso pasara, podríamos decir que la experiencia chiquita se puede convertir en grande porque tenemos este aparato, una estructura, Pero al no tener eso, quedan como minorías aisladas, un bolsón aquí, otro bolsón allá. Son como agujeritos donde uno se refugia para crear… Debemos apoyar los proyectos que intentan cambiar la forma en que se comportan los medios de comunicación. Iniciativas como la Ley de Medios, por ejemplo, donde le dabas medios a comunidades pequeñas para que pudieran hablarles a millones de personas, era un ejemplo claro.

- Es lo primero que eliminó el gobierno de Mauricio Macri cuando asumió…

- ¡Y claro! Porque ellos saben que todo empieza con el lenguaje. Como se crea la violencia simbólica del lenguaje también se crea la conciencia simbólica y a la larga eso es lo que más sentido tiene, porque ahí nace el gran movimiento de resistencia. Si lo quieren cortar de raíz, obviamente tienen que empezar por cortar el lenguaje.

Carlos Ruiz
- Periodista -