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#CasoAleFlores
Encuentro con el diablo
Foto: Funes y Flores, frente a frente. La impunidad que duele.
Víctor Flores se encontró frente a frente en una clínica privada con el policía imputado por el crimen y desaparición de su hijo Alejandro en 1991, que el Poder Judicial de Río Cuarto dejó impune por haber sido alcanzado por la prescripción.
Publicada el en Crónicas

Víctor Flores observó el reloj por enésima vez. Eran las 16,45 del último miércoles de septiembre. La sala de recepción del Instituto Médico estaba casi repleta. Nadie pareció prestar demasiada atención al ingreso del hombre de gesto adusto y chomba con escudo policial. Víctor soltó la mano de su hijo Tadeo y comenzó a mirarlo fijamente. Por primera vez, en 31 años, lograba estar cara a cara con uno de los acusados por el homicidio de su hijo Alejandro.

Gustavo Funes lo saludó nervioso. Al padre del niño desaparecido el 16 de marzo de 1991 le temblaban las manos. Podría haberlo golpeado, pero no lo hizo.”Pensé en hacer un montón de cosas, aunque tuve la entereza de no ponerme a la altura de él. La vida y los años me ayudaron a crecer. Quedan las cicatrices interiores, las que no se van a borrar nunca”, me confió Víctor varias horas después.

Algunas personas tomaron su celular y comenzaron a grabar la escena. La discusión había subido de tono y el personal de seguridad pedía calma. Por un momento Víctor dejó de hablarle a Funes y les gritó a los pacientes, que esperaban su turno para que los atendiera el médico: “Soy Víctor Flores, padre de Alejando Flores, y el tipo que está aquí al frente es el asesino de mi hijo”.

El agente policial que sobrevivió impune al banquillo de los acusados pidió testigos para hablar. “Le respondí que no los necesitaba, que ya nadie lo podría llevar a juicio. Le dije que lo perdonaba, pero que necesitaba que me contara cómo mataron a Ale para que pueda tener el perdón de Dios”, destacó Víctor.

Un directivo del centro asistencial le pidió a Funes que se retirara y el ex integrante del Comando Radioeléctrico lo sintió como un alivio. Antes de abandonar el lugar, Flores le advirtió: “Si tenés miedo de volver a verme, vas a convivir con eso, porque te voy a cruzar donde te encuentre hasta que me digas todo lo que hicieron con mi hijo”.

“Cuando empecé mi propia investigación fui buscar a cada policía a su propia casa. Varias veces me presenté en la casa de Funes y me esquivaba. Recuerdo que también viajé a Córdoba a buscar a (Mario) Gaumet y una vecina me confió que se había hecho algunas cirugías en la cara. Gaumet tenía fama de bravo y, por primera vez, tuve miedo de que me pasara algo. Salió y le dije quién era. El tipo se puso a llorar. Me hizo pasar a la casa donde estaba su familia y le expresé un montón de cosas. Estuve desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. Cuando salí, caminé dos cuadras y empecé  a anotar todo lo que me había contado. Quería que me dijera en qué lugar mataron a mi hijo. Me costó darme cuenta de que jamás me diría nada”, recordó Flores, quien destacó que en todos estos años “Gaumet y Funes nunca se desvincularon del hecho, pero se echaban la culpa entre ellos”.

“En el Instituto le advertí que tenía una charla pendiente conmigo. Siempre supe que fueron ellos, pero son unos cagones por no dar la cara. En realidad, eran tres. El día que atropellaron a mi hijo, Jorge Ávila manejaba el auto y se escapó después del hecho. Por eso,  (Jorge)  Muo no lo vio. Quería ponerme en la mente de un policía para saber por qué después de  chocar a una criatura y dejarla moribunda, lo llevaron al Hospital para ocultar todo. Allí las enfermeras lo atendieron hasta que murió y lo trasladaron en una bolsa para enterrarlo. Una enfermera de Berrotarán me contó que vio cuando le cambiaron la ropa a Ale, ya fallecido. Por eso lo encontramos con una remera y un calzoncillito distinto al que él tenía”, precisó.

Prescripción

Los policías Mario Luis Gaumet y Gustavo Javier Funes fueron imputados de homicidio tras el hallazgo de los restos de Alejandro Flores, el 2 de julio de 2008. La autopsia ratificó la versión que los padres del niño habían impulsado desde hacía varios años: su hijo había sido atropellado por un móvil policial y mientras agonizaba buscaron ocultar el episodio con la complicidad de un grupo de trabajadoras de la salud. El fiscal de Instrucción Javier Di Santo consideró que se había alcanzado la verdad real, pero como habían transcurrido 17 años, dictó la prescripción de la causa. “Gaumet y Funes fueron beneficiados por la Policía, los ascendieron y los pusieron en fuerzas de elite. Hubo una red de complicidad que incluyó a la Justicia. Ale murió en el Hospital y donde lo hallamos fue un enterramiento secundario, por eso solo encontramos 90 huesitos”, manifestó Víctor.

El padre de Alejandro apuntó al ex fiscal Luis Cerioni, al señalar que “no hizo nada durante años y permitió que la causa prescribiera”. Sin respuestas judiciales, Víctor y Rosa Arias –la mamá de Ale- debieron impulsar sus propias investigaciones para evitar que el expediente durmiera en el ostracismo de los archivos tribunalicios. “De la muerte de mi hijo participó toda la cúpula policial del Comando en ese entonces. Escondieron los libros de guardia, ocultaron todo. Muo me enseñó a leer correctamente lo que escribían y  supe que las personas que mataron a mi hijo se trasladaban en el Halcón 5 del Comando Radioeléctrico. Hay una ventana en la que el auto desparece después del accidente, simularon un operativo y luego, dejaron de usarlo durante un mes para que lo pudieran reparar”, precisó Flores.

En el inicio de la instrucción judicial, la Policía evitó que la desaparición impactara en los medios y buscó desvirtuar la causa con sospechas que ligaban al padre de Ale. “Me preguntaban si me había peleado con alguien. Estaban armando algo. Con los años pude conocer que uno de los policías que había ido a mi casa era el mismo que redactaba los libros del Comando. Me fui al archivo histórico municipal para revisar los diarios de aquella época y las noticias sobre mi hijo empezaron a aparecer tres meses después de iniciada la búsqueda. Desde la Jefatura manejaban todo”, afirmó Víctor.

Un agente al que apodaban “el loco Vilar” decidió acompañar al padre de Ale en los primeros tiempos de la pesquisa personal que había impulsado. Como a Muo, la estructura policial lo estigmatizaba y buscaba descalificar sus dichos. “Este agente estaba seguro que íbamos a encontrar a mi hijo en una alcantarilla. Me compré una pala y salí con él a excavar en distintos lugares. Cuando finalmente hallamos los huesitos, Vilar había muerto. No pude decirle que siempre tuvo razón”, lamentó.

Con el paso de los años, Víctor comenzó a padecer hipertensión y dejó de dormir toda la noche. Aprendió a sobrevivir con la ayuda de una medicación diaria y la contención de su familia. Aunque la Justicia resolvió archivar la persecución penal, Víctor y Rosa son la resistencia al olvido.

Hostigamiento

La presencia de uniformados fue siempre una advertencia doliente para los padres del niño. Un grupo de agentes se había presentado en forma intimidante durante el acto en homenaje por los 30 años de de la aguda pérdida. Mientras pintaban un mural en la plaza que lleva el nombre de Alejandro Flores, integrantes del Comando Radioeléctrico se acercaron para “conocer qué pasaba”. Ante la indignación de Rosa, la jefatura de la Policía les pidió disculpas. La mujer rechazó las manifestaciones y les respondió que “si van a disculparse, deben hacerlo públicamente  ante la sociedad”. Fueron agentes del mismo Comando quienes atropellaron con un Renault 12 a su hijo y lo hicieron desaparecer el tiempo suficiente para garantizar la impunidad de todos los implicados.

El 8 de junio de 2009, el juez de Control Daniel Muñoz dictó el último fallo que abría alguna esperanza para la familia. “En periodos de vigencia democrática no es común que las estructuras estatales se vuelvan sistemáticamente en contra de quienes tiene que proteger. Participaron funcionarios públicos que actuaron con una gravedad metodológica que no difiere de la que ponen en práctica estructuras profesionales que desnaturalizan su función”, advirtió el magistrado. Pero el dictamen no fue ratificado por el resto de las instancias y la causa ya es un voluminoso archivo de expedientes húmedos en algún edificio de Tribunales. 

El caso reveló que, aún en democracia, una fuerza de seguridad puede matar y ocultar el cuerpo de un niño sin más condena que la social. El mismo año en que aparecieron los huesitos de Ale, a Nicolás Sabena se lo tragó la tierra. Tres agentes policiales están sospechados de connivencia con los Vargas Parra, el clan familiar condenado por el secuestro coactivo del joven de 21 años.

Quienes evitaron el banquillo de los acusados por la muerte de Alejandro Flores caminan las mismas calles que la familia de la víctima y hasta siguen ostentando el uniforme policial.  “Siempre le pedí a Dios que antes de irme de esta vida pudiera encontrar a Ale para que lograra descansar en la claridad”, admitió Víctor. Y agregó: “Ya los perdoné, pero sólo los voy a dejar tranquilos cuando me digan qué hicieron con mi hijo.  Los perseguí y los seguiré persiguiendo hasta que me digan toda la verdad. No tengo más rencor, pero me queda el dolor de toda la vida”.

Pablo Callejon
- Periodista -