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#CondenaYProscripción
Es la República, estúpido
Foto: Cristina Fernández de Kirchner: una condena que pone en riesgo la República.
La condena a Cristina Fernández de Kirchner es el corolario del avance del Lawfare, que el gobierno timorato de Alberto Fernández no hizo nada para desarticular en casi tres años de gestión. A la bochornosa prisión de Milagro Sala ahora se suma la proscripción de la última estadista de la región.
Publicada el en Reflexiones

No por previsible, la condena a Cristina Fernández de Kirchner es menos dramática. Indignada, visceral, emocionada, por momentos quebrada pero siempre digna y desafiante, la mayor dirigente política de la actualidad mostró desde la soledad en su despacho en el Senado la promiscuidad del elenco político-mediático-judicial que decidió condenarla y proscribirla sin pruebas, violando todas y cada una de las garantías procesales y constitucionales vigentes.

Insostenible desde su absurda concepción inicial, los jueces no pudieron sostener la falaz acusación de los fiscales Mola y Luciani que sindicaba a Cristina en el vértice de una asociación ilícita que llegó al poder para robar a gusto y piacere. En cambio, la condenaron por administración fraudulenta, a sabiendas de que no era ella -como presidenta- la que decidía sobre las licitaciones controvertidas en el juicio, de las que tampoco pudieron probar sobreprecios, direccionamiento ni corrupción.

La absurda condena -anticipada por los medios de comunicación hegemónicos- llegó luego de un sinuoso camino procesal de tres años y medio en los que -con el aval de la Corte Suprema incompleta, machista y patriarcal que preside Horacio Rossatti- le negaron a Cristina y al resto de los imputados las herramientas básicas de defensa como los peritajes de las obras públicas controvertidas y la recusación de magistrados claramente parciales. Tan política fue la sentencia que absolvieron al responsable administrativo de las obras públicas -el ex ministro de Planificación Julio De Vido-, pero condenaron a la entonces jefa de Estado.

El macrismo, esa pesadilla que nos dejó una deuda monumental y nos volvió a someter a los dictados del Fondo Monetario Internacional, horadó las instituciones al punto de convertir el espionaje en una práctica consuetudinaria y metió dos cortesanos por la ventana, festeja desembozado en las redes sociales, ámbito natural de quienes hacen del odio su praxis política.

Con el patético aval del centenario partido que pisotea día a día la memoria de Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín, la oposición festeja una condena que sabe injusta, igual que festejaron el cáncer que se llevó prematuramente a Evita. Profetas del odio y cipayos por convicción, no tienen pudor en celebrar un esperpento jurídico pergeñado en la finca ilegal de Joe Lewis, tras una junta bochornosa de un grupo de funcionarios judiciales y políticos corruptos que no tuvieron empacho en aceptar las dádivas del grupo Clarín, el poder real en la Argentina.

Por segunda vez (Juan Pablo Biondi dixit), el presidente debe desprenderse de su hombre de mayor confianza en materia de comunicación. Dormir con el enemigo nunca es saludable. Como no lo es tener un ministro de Justicia -la anterior goza de una inmerecida beca en la UNESCO- que, como tantos otros funcionarios, se convirtió en un avezado comentarista de la realidad, pero no logró terminar con el eterno interinato de Eduardo Casal ni suspender al impresentable fiscal Carlos Stornelli, entre tantos otros magistrados que siguen actuando con total impunidad.

Cristina no está sola, se entiende. La acompaña el sentimiento mayoritario del pueblo que no olvida lo que hizo y hace por el país. Pero ayer expuso en absoluta soledad, con pruebas irrefutables, la promiscuidad de los hombres -sí, todos hombres- que conforman el “Estado paralelo” que la condenó. Desde la soledad de su despacho, Cristina anunció que no será candidata a nada el año que viene. “Mascota de Magnetto, no”, dijo, desafiante, en un mensaje al empresario mediático más poderoso del país. Su mensaje, como cada vez que habla, tiene múltiples lecturas. Y amén de reivindicar su pasado, su gestión y sus convicciones, su mensaje pareció dirigirse más hacia la deslucida coalición de gobierno que ayudó a llegar al poder que a la jibarizada oposición que festeja irresponsablemente el nuevo descalabro institucional.

Hace rato que Cristina plantea el problema del lawfare como una prioridad, pero nadie en el Gobierno quiso escucharla. Ahora el mensaje es claro: si ella no es candidata, ¿entonces quién? ¿Qué será del peronismo sin Cristina?  

La orfandad política que provoca su prematuro renunciamiento a una candidatura deja al desnudo a un gobierno que no hizo nada para impedir que se escribiera el capítulo final de la crónica de una condena anunciada.

La estigmatización a que fue sometida Cristina por los principales actores del Lawfare -los mismos del bochornoso chat de Lago Escondido- terminó con una condena judicial que sin duda será confirmada por los estamentos superiores: una Cámara Federal integrada por jueces del equipo que jugaba al fútbol en la quinta del ex presidente Macri y otros que practicaban pádel en la Quinta de Olivos; y una Corte Suprema que se dio el gusto de derogar una ley vigente durante 16 años para tomar el control del Consejo de la Magistratura y pretende imponerle al Congreso la forma de elegir a sus representantes en ese organismo.

Con su renuncia, Cristina pone una vez más en evidencia que no van por ella, sino por todos nosotros. Su lucidez y su grandeza contrastan con la pequeñez de sus propios aliados políticos.  El problema no es Cristina: es la República.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -