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Carlos Hairabedián
"Las cárceles son escuelas de resentimiento"
Por | Fotografía: Diego Cabrera
Foto: Para Carlos Hairabedián, el avance de la iglesia evangélica en las cárceles es consecuencia de la ausencia del Estado.
El decano de los abogados penalistas de Córdoba cuestiona el fallo que condenó a prisión perpetua a cinco de los asesinos de Fernando Báez Sosa y estableció quince años para los otros tres. Además, advierte que las cárceles no cumplen el rol de resocialización, sino que operan como escuelas de resentimiento y violencia
Publicada el en Entrevistas

Desde que era un niño, Carlos Hairabedián tuvo una tendencia a justificar y proteger a otros, creando una atmósfera de defensa frente a padres e incluso amigos, aunque “no para propiciar la impunidad”, según aclara. Hace casi sesenta años que ejerce como abogado penalista. Participó, entre muchos otros casos, en la defensa de Víctor Saldaño, el cordobés que lleva casi treinta años en el corredor de la muerte, en Texas. “Yo conocí bien el mundo carcelario de los Estados Unidos por todas las prisiones por las que fui visitando a Saldaño mientras él quería que pusieran fin a su vida. Hay tipos que han estado en el corredor de la muerte más de treinta años y han sido finalmente absueltos porque se ha comprobado que no eran los autores de los hechos por los que se los había condenado”, advierte.

Al momento de realizar la entrevista con revista El Sur, Hairabedián aceptaba la defensa del exdirector de Defensa Civil de la Provincia, Diego Concha, acusado de violencia de género y abuso sexual seguido de muerte. Conocedor de la lógica de los medios de comunicación –ha conducido más de un ciclo televisivo en Córdoba-, no duda en cuestionar el fallo por el asesinado de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell y advertir que el jurado estuvo claramente condicionado por la presión social y mediática. 

- ¿Qué sensación le dejó la condena a los asesinos de Fernando Báez Sosa?

- Varias. La primera es la de que estamos en presencia de una sociedad profundamente enferma; esto al margen de la cuestión jurídica, la resolución, el rol de los actores y el protagonismo que tuvieron los involucrados. Desde el momento inicial, el hecho tuvo una profunda repercusión y fue de un impacto que probablemente otro crimen no haya tenido en la Argentina; y eso que hablo de crímenes atroces. Y puedo hablar de ‘atrocidad’ con autoridad porque he defendido a personas involucradas en crímenes atroces a lo largo de mi vida. Llevo cincuenta y siete años ejerciendo la profesión de abogado y concurriendo a las cárceles, no soy un mero abogado penalista. Tengo mucho conocimiento de todo lo que corresponde al mundo del delito, por eso puedo hablar del impacto de este episodio, que tuvo un efecto verdaderamente incendiario en todos los sectores sociales. 

- Y que instaló también el mote de “los rugbiers” para referirse a ellos, cuando en realidad…

- … ha quedado en evidencia que no todos son jugadores, por lo menos tres. Esto no tiene nada que ver con el rugby. Si tuviera que hacer una rápida síntesis de la caracterización de estas personas diría que son el resultado del fracaso absoluto educativo, del fracaso familiar y del fracaso deportivo. Pero la reacción colectiva, la repulsa y la indignación que generó el hecho me parece que no tiene precedentes con respecto a otros sucesos tan graves en sus tramas como éste. Y desde el vamos, lo que se requería era el máximo castigo.

- ¿Por qué se pedía el máximo castigo?

- Porque se asoció justicia con prisión perpetua; esta fue la consigna con la que se motorizaron los ciudadanos: a mayor pena, mayor justicia, lo que es un grave error conceptual.

- ¿Cree que hubo una suerte de linchamiento mediático?

- Sí, que se mantuvo por una prédica y una cobertura periodística que estuvo en manos de gente sin formación y sin ilustración. Todo el que tenía acceso a un micrófono se expresaba, aunque se vio mucho más en lo televisivo que en lo radial y la prensa escrita. Acá hubo un linchamiento mediático y una condena social de la que no se pudieron salvar ni sustraer los jueces, que a mi entender han actuado erróneamente en la definición jurídica. 

- ¿La presión social -motorizada por los medios- incidió entonces en la condena?

- Totalmente. Causa y efecto. Hubo una asociación entre ese estímulo periodístico -si vos pasabas revista, todos los medios coincidían, con más o menos rigor, en esta demanda- de que había que terminar con estos tipos y que la forma de terminar era la prisión perpetua; que eso era justicia. Y frente a eso el poder del Ministerio Público no se podía sustraer de ninguna manera a esa demanda social y seguramente alguna influencia política haya habido también en la decisión que finalmente adoptaron los jueces.

- ¿Qué opina del accionar de Fernando Burlando?

- El abogado querellante tenía evidentemente una finalidad extra, que es la que se tradujo inmediatamente después que terminó el juicio, cuando dijo que quería ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Se quería convertir en el vengador de la sociedad, en el represor de los crímenes brutales y violentos. No te olvides que Burlando fue por los medios insultando a estos chicos como un barra brava, iba creando el clima. Tanto es así que cuando terminó la lectura de la condena, sin haber leído los fundamentos, dijo que era un tribunal débil, contemplativo y que no había hecho justicia. Pero ¿qué debilidad puede tener un tribunal que ha puesto cinco condenas perpetuas de una sola vez?

- ¿Lo sorprendió el fallo?

- Sí. Porque hay una contradicción en los fundamentos, que dicen que lo inicial de este grupo era atacar al joven que mataron, pero no para matarlo, que esa decisión se tomó después, en una cuestión de segundos. Esa deliberación es la premeditación. Es decir que en cuestión de segundos cambiaron el designio de golpear por matar.

- La abogada Claudia Cesaroni dijo que Burlando había comparado la actitud de estos chicos con los grupos de tarea de la dictadura militar, ¿qué opina de esto?

- No, eso no guarda ninguna relación. La actitud de estos tipos es la obra de un grupo que venía desgraciadamente sin control, desbordado, llevado por la fiesta, el consumo de alcohol y cierta forma de ejercer predominio. Hay un dato que es muy relevante: el hecho que finalmente produce el acto de la muerte. La autopsia no ha podido determinar qué golpe produjo la muerte. Pero había que distinguir quiénes son los que ejercieron violencia de los que no la ejercieron, porque había tres que no habían intervenido en los actos materiales de violencia, que habían cumplido otros roles. Y había que hacer esa diferenciación.

- Los cinco condenados a perpetua van a salir a los setenta años, es decir que esta condena opera en la práctica como una suerte de pena de muerte, ¿no?

- En realidad es peor que la pena de muerte. En la pena de muerte siempre está el riesgo del error, que es el mayor argumento contra la pena de muerte. Pero como la querella decía que los ocho estaban en la misma situación y el tribunal consideró que había tres que no estaban en las mismas condiciones, por lo menos eludió el cerco del error.

- Quienes defienden el Código Penal dicen que la condena a perpetua nos protege de la reincidencia.

- Efectivamente, nos protege de los peligrosos, de los que no se van a adaptar nunca. Pero hay una contradicción con lo que dice la ley: que la cárcel es para resocializar porque ¿qué resocialización se va a realizar para una persona que estará hasta los setenta años metida ahí? Mi posición es que no es justicia la prisión perpetua: la justicia es aplicar una pena racional, adecuada, pero no necesariamente asociar justicia con prisión perpetua. Pero si no los condenaban a prisión perpetua hubiera habido una explosión, una suerte de revuelta popular.

- ¿Cuál hubiera sido una pena justa?

- El defensor actuó muy bien, moderado, reflexivo y prudente. El homicidio en agresión o el homicidio preterintencional, que eran los que podían aplicarse para el caso, iban a llevar a una pena irrisoria, muy baja, de muy pocos años. Eso hubiera generado una reacción colectiva impredecible porque hubiese sonado como una especie de burla. Pero legalmente las calificaciones podían ser esas. Ahora, la tercera alternativa que planteó el abogado era la más adecuada para encontrar en el rol de los que habían intervenido si había o no diferencias en los aportes que habían provocado la muerte de este joven. Pero el homicidio simple es de 8 a 25 años de prisión y a esto -que habría satisfecho el sentido de un correcto encuadramiento jurídico penal de la conducta de estos tipos- la sociedad se habría resistido. Lo malo, lo que incide en la pena, es la conducta posterior al homicidio: la actitud y las cosas que dijeron, como el “caducó”, por ejemplo. Porque son actos sociales que hablan de una indiferencia casi patológica y enfermiza, que requiere luego de un tratamiento carcelario y una contención.

- El tratamiento del delito debería ser integral, por un lado las penas y por el otro, políticas de reinserción en la sociedad, ¿cree que es viable?

- No. No es viable porque no tenemos ni los instrumentos, ni los organismos, ni los institutos ni las cárceles que brinden esto que vos decís.  

- ¿Para qué sirven estas condenas máximas en un marco en el que los dispositivos carcelarios no funcionan?

- Sirven para tenerlos durante largo tiempo como retribución, castigo, penalidad y como fuente de mortificación. Entonces, el que tiene facilidad para asumir un rol dentro de la cárcel se convierte en un predicador evangélico. Lo hacen para recibir un pago que es doble: por un lado económico y por el otro, para formar parte de clanes internos dentro de la cárcel, para dominarla. Y cuando salen, ejecutar actos delictivos.

- ¿Esta es una práctica común en las cárceles?

- Claro. La suplantación del rol del Estado en las cárceles la hacen los pastores evangélicos. Hay disputas internas en las cárceles. Tienen poder, controlan, negocian con las autoridades carcelarias, es como una tercerización. Estos tipos brindan cobertura, apoyo y auxilio al resto de los presos y ellos se sienten bien porque tienen garantizada su integridad física. Y en este crimen en particular, la gente quiere que además en la cárcel los culpables sufran actos crueles.

- Es decir que la cárcel no sirve de nada.

- Bueno, sí. Sirve para concientizar una orientación o una vocación que no se tenía, dirigir el embate en contra de lo que es el poder, la autoridad, la ostentación, la riqueza. En cincuenta y siete años de frecuentación del mundo carcelario, puedo decir que nunca sirvió para nada la cárcel. Es una escuela de resentimiento donde se va fomentando la ira. El que está preso tiene cólera, violencia interior y cuando sale tiene fracasos sociales, económicos, laborales. Vuelve a delinquir y entra en ese circuito infernal del que no se sale nunca. Como si fuera una obra del Dante.

Guillermina Delupi
- Periodista -