El prejuicio lector en ocasiones nos hace perder momentos intensos con obras a las que juzgamos equivocadamente. Eso me sucedió con Una excursión a los indios ranqueles. Comprado vaya a saber cuándo y menos aún porqué, el ejemplar que en su portada tiene la ilustración de un puñado de jinetes con lanzas al viento y torsos desnudos estuvo, fácil, diez años juntando polvillo en la biblioteca. Y tranquilamente podrían haber transcurrido otros diez años de larga siesta.
No sé qué me motivó a embarcarme este año en la lectura de la obra de Lucio V. Mansilla, lo que tengo en claro es que la idea que me había hecho del libraco de 536 páginas escrito por un antiguo militar hace más de un siglo y medio era tan errada que, después de la inolvidable experiencia de lectura, tiemblo de sólo pensar que podría haberla pasado por alto indefinidamente.
En lugar de la narración aburrida y anacrónica plagada de menciones enciclopédicas que había imaginado, lo que Una excursión a los indios ranqueles ofrece es un fascinante viaje en el tiempo a una geografía que nos resulta demasiado familiar. Las menciones a los parajes de Río Cuarto, Achiras, Sampacho, o el arroyo El Gato por mencionar dos o tres, encienden la curiosidad y la imaginación porque es ahí en un suelo que nos resulta tan próximo donde Mansilla, ese hombre con aires de dandy y clara ambición de celebridad, se embarca durante dieciocho días en busca de sellar un pacto de convivencia con quienes entonces eran los dueños de estas tierras, las tolderías ranqueles.
Lo acompaña un curita inexperto, un puñado de soldados, una tropilla de caballos y un coraje a prueba de balas. Pero sobre todo lleva consigo un ingrediente que motoriza las aventuras más exigentes: la curiosidad y un talento innato para narrar sus a veces amigables -pero otras tantas veces tensos- encuentros con los caciques que gobernaban este territorio.
Hagamos el esfuerzo de transportarnos al momento de la creación literaria: por primera vez el hombre blanco emprendía una expedición militar a un sitio hostil (y explícitamente codiciado por el gobierno a cargo de Domingo Faustino Sarmiento); el militar que fue comisionado -o que se las ingenió para ser enviado allí- decide escribir en primera persona y en tiempo real el encuentro con ese otro que por entonces era reducido a la condición del salvaje, del bárbaro; y ese vínculo que entabla cara a cara con una cultura diferente hace tambalear los preconceptos de Mansilla y lo lleva a cuestionar el rótulo peyorativo.
La oposición civilización o barbarie, tan zamarreada por aquella época, se desinfla y pierde sustancia en la pluma de Mansilla:
“Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clemente hemos sido. Es el peor de los males”, escribe en el capítulo XXXV de Una excursión a los indios ranqueles.
Por eso mismo, porque Mansilla tuvo el privilegio de conocer y difundir las penalidades y la entereza del pueblo ranquel, porque convivió en las tolderías y se granjeó la amistad de los caciques, la matanza que sobrevino después no lo deja bien parado.
En la edición de 2006 que publicó Edicol, la historiadora Margarita Fernández hace notar una contradicción entre el autor y su obra. “Por un lado, Mansilla denuncia la situación desgraciada del indio y del gaucho y describe con detalle su desprotección cotidiana. Por otro lado, recomienda el exterminio y otorga a Roca, mediante su libro que es un tratado sobre la vida de las tribus ranqueles, la ubicación exacta de los asentamientos, la cantidad de indios por tribu y un claro mapa del territorio que ocupaban”.
Esa circunstancia la lleva decir que la lectura política del libro de Mansilla deja un sabor amargo “de desengaño ante la realidad del país y el accionar del gobierno”. Lo que no le resta valor literario, aclara, ni como documento histórico que nos acerca a la realidad de los hombres que llevaron adelante el genocidio indígena.
Por entonces, en 1870, los primeros en seguir con fruición la odisea de Mansilla y Cía en tierras ranqueles fueron los lectores del diario La Tribuna. Desde el 20 de mayo hasta el 7 de noviembre ese periódico publicó las 64 cartas de Mansilla que se transformaron en un suceso editorial.
Hoy, 153 años después, ese libro que acaso siga acopiando polvillo en innumerables bibliotecas permanece tan vivo como sólo pueden estarlo las más altas cumbres de la literatura.
Una excursión a los indios
ranqueles, de Lucio V. Mansilla
Editorial Cooperativa de
Libreros (2006), 536 páginas