Adrián Ledesma toma un juguete y se lo da a un niño, que lo recibe con una sonrisa. Junto a sus compañeros del seminario recorre iglesias en el sur de la provincia de San Luis. Cuando llega la noche entra a su habitación y se sienta en la cama. Mientras mira por la ventana un vacío le invade el pecho. La vida del sacerdote tiene grandes satisfacciones: da la misa, está rodeado de gente, dirige grupos parroquiales, participa de distintas actividades. Pero hay una realidad que muchos no ven: “Una cosa es estar solo y otra es sentirse solo”, confiesa.
“Un sacerdote me preguntó ¿a quién querés tener al lado de tu cajón el día que te mueras? Esa pregunta me pegó mucho”, recuerda. Ese pensamiento que lo acercó a su propia muerte lo hizo repensar el camino que había elegido a los 17 años. Cuando eligió el Sacerdocio nunca imaginó que se sentiría tan solo y después de siete años de ejercicio conoció a quien sería la madre de su hija. Ella estaba recién separada y a él lo consumía la cruz de la soledad. “Mi hija fue gestada cuando todavía era sacerdote”, admite. La pequeña nació en 2012 y Ledesma dejó los hábitos un año después. Tuvo que esperar el proceso eclesiástico para poder reconocerla, cuando cumplió cuatro años.
Actualmente Ledesma vive en Villa Mercedes y da clases de filosofía en varios colegios de la ciudad. Desde muy chico estuvo rodeado de las influencias religiosas de sus padres y su abuela, pero no fue hasta que un amigo del secundario lo invitó a integrarse a un grupo de jóvenes que realmente comenzó a interesarse por la religión: “Los fines de semana, con 17 años, no pensaba en ir al boliche sino en quedarme en el salón parroquial tocando la guitarra o charlando con el cura”, recuerda. El sacerdocio no llegó a su vida por la aparición de un ángel o una voz especial: simplemente sintió el llamado y decidió escucharlo. Durante siete años estudió Teología y Filosofía en el Seminario ‘San Miguel Arcángel’, ubicado en El Volcán (San Luis). “Por la mañana en el Seminario teníamos clases y por la tarde hacíamos deportes. Los fines de semana íbamos a distintas parroquias a ayudar”, cuenta. La vida como sacerdote era más distendida de lo que imaginaba. Hoy la recuerda como una linda experiencia.
Siempre tuvo el deseo de ser docente y lo cumplió. Pero a pesar de la compañía de sus alumnos, cada vez le costaba más sobrellevar la soledad que sentía. “Si bien la vida del sacerdote está llena de grandes satisfacciones, hay una realidad que muchos no ven: te sentís solo. Una cosa es estar solo y otra es sentirse solo”, asegura.
Cuando la soledad pesa, el deseo de tener una compañía crece. Ledesma se dio cuenta de que no quería pasar el resto de su vida solo: “Pensaba en que iban a pasar los años, mis viejos se iban a morir, mis hermanos iban a tener sus familias, ¿y a quién iba a tener yo?”.
Habló con el obispo de San Luis, Pedro Daniel Martínez, para contarle sus deseos de dejar la práctica del sacerdocio. Lo enviaron a un retiro espiritual para revertir esta situación. Cuando volvió conoció a la futura madre de su hija y entabló una amistad con ella. La pequeña fue concebida cuando Ledesma ya había decidido que el sacerdocio no era para él, pero aún no había resuelto su situación con la Iglesia. “No lo siento como un acto de rebeldía, sino que pasó porque tenía que pasar”, dice. La Iglesia pidió un examen de ADN para confirmar que efectivamente fuera su hija. Dio positivo. La pequeña nació en 2012 y Ledesma dejó de practicar el sacerdocio en 2013.
- ¿Sentiste culpa?
-“Al principio sí porque sentía que le había fallado a Dios. Yo había dado un sí para siempre. Me sentí fracasado-, dice esbozando una sonrisa, mientras contempla sus manos, cabizbajo.
Cuando dejó los hábitos tuvo que volver a empezar de cero. Comenzó su nueva vida con la ayuda de sus seres queridos y de su psicólogo. Entendió que no se trataba de un fracaso, sino de un cambio de rumbo. Luchó lo más que pudo, pero ese camino ya no era el suyo.
“Me sentía despojado de todo, incluso de mi ropa. Pasé de usar una sotana a no tenerla más. Me sentía ajeno en mi propio cuerpo”, explica.
-¿Y hoy cómo te sentís?
-Todavía me sueño siendo sacerdote. Con el tiempo entendí que uno es sacerdote para siempre.
Ledesma describe su camino como padre como una historia de amor: “En su momento fue un proceso muy difícil, pero siento que el tiempo lo acomodó todo. Mi hija es el amor de mi vida”. La docencia fue el cable a tierra que necesitaba una vez que se desligó de la Iglesia: “Siento que el enseñar me ayudó mucho para salir adelante. Mis alumnos me enseñaron a volver a vivir”.
Mientras ejercía el sacerdocio, estudió Teología y completó la Licenciatura y el Profesorado de Filosofía. También dio clases. Cuando decidió desligarse de la Iglesia le preguntó al Obispo si podía dar Teología en los colegios. La respuesta no fue la esperada: “Me respondió que no me lo iba a permitir porque no tenía derecho a hablar de sacramentos si había dejado el sacerdocio. Eso me dolió muchísimo”, recuerda Ledesma. Cuando tramitó el Decreto de Dispensa, además de dejar de ejercer el sacerdocio se lo excluyó de la posibilidad de ocupar cargos jerárquicos en colegios o instituciones católicas. Pero él había encontrado su vocación y no la abandonó: “Dejé mis miedos atrás y empecé a dar filosofía en un colegio católico. Me sentí muy cómodo dando clases, así que lo sigo haciendo. La docencia es un sacerdocio, porque tanto docente como sacerdote ofrecen un conocimiento que no les es propio”, concluye. Su nueva pasión lo llevó a publicar su primer libro: “Introducción a la filosofía”, donde se explaya a lo largo de trescientas páginas sobre distintas disciplinas como la cosmología, antropología, ética, axiología y metafísica, entre otras.