La tarde agoniza mientras decae la temperatura primaveral en Río Cuarto. Un hombre de 88 años está sentado en la mesa siete de Letras con Café, el bar cuyo nombre parece ajustarse plenamente a su personalidad: mientras saborea su café deja que afloren mil anécdotas. Gabriel Yenaropulos es uno de los pioneros –sino el primero- de la televisión por cable de circuito cerrado en el país. También es cofundador de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Río Cuarto, docente, guionista, productor y escritor. Llegó hace unos días de Italia, donde viajó con sus nietos. Hoy dedica la mayor parte de su tiempo a escribir ficción, pero también trabaja en sus memorias como empresario de la televisión y especialmente en una historia oscura y silenciada: cómo fue desapoderado del único canal de aire en la ciudad: Canal 13.
- Usted perdió la propiedad del Canal 13, no sé si quiere hablar de eso…
-¿Cómo sabe eso?-reacciona sorprendido-; sos muy chica para saber eso. Justamente estoy escribiendo sobre eso, pero no pongo nombres propios de quienes me lo robaron. ¡Porque fue un robo! Y fue un robo, lamentablemente, ya en tiempos de democracia. No pongo los nombres porque mi señora me dice —con justa razón—: “¿Qué culpa tienen los hijos y los nietos?”. Entonces describo lo que pasó y hago referencia a “los memoriosos”, que seguro se van a dar cuenta a quiénes me refiero. Es una historia real de la televisión y cómo en tiempo democrático también hubo corrupción y me robaron un canal de televisión. Es muy largo para contar.
- ¿Fue un robo?
- Fue un robo, sí, llanamente un robo, complotado con el interventor del COMFER, que fue uno de los que me apretaron en ese momento. Me citó a Laboulaye y allá nos juntamos. Y me dijo: “Gabriel, aflojá porque si no te vamos a hacer…”. Imagínate el término. Después me dijo lo mismo un juez de acá, que me intervino hasta la cuenta bancaria de la que yo sacaba mi dinero. Hay tanto para contar... Es muy pesado, muy pesado.
- Debe ser muy duro…
- Sí, es muy duro. Pero ya lo superé.
La pasión de Yenaropulos por la comunicación nació en su juventud, cuando actuaba en obras de radioteatro y redactaba guiones. “En ese entonces se hacía una novela que duraba 90 días y a los 30 o 45 días de transmisión se salía de gira con la novela”, evoca. A los 17 años le pidieron que hiciera una novela que durara 22 capítulos. Pero como tuvo muy buena repercusión en la zona, le pidieron que la alargara a 90 capítulos. “Ya la terminé, ya maté hasta a la madre”, recuerda que les dijo y estalla en una carcajada. Evoca otro fin de semana en la radio, LW1: “Yo estaba en la oficina arriba escribiendo nuevos capítulos, abría una ventanita que conectaba con el estudio y le tiraba las hojas al elenco; ellos las agarraban y seguían con la transmisión. Ese fue el ritmo de escritura el jueves y viernes, sobre la hora. Después pude tomarme el fin de semana y rehacer la radionovela agregando más capítulos”.
En 1978 el clima mundialista invadía todos los rincones de un país gobernado por la dictadura cívico militar. Yenarópulos ya era un reconocido emprendedor de televisión en el país y el exterior. Consiguió un permiso precario para transmitir los partidos del Mundial por primera vez en Río Cuarto. “Claro, al salir al aire, comprar equipamiento nuevo, el circuito cerrado teóricamente murió y pasó a la universidad. Yo conseguí una pantalla, un equipo especial que me trajo un amigo y pasábamos los partidos ahí también”, recuerda. Sesenta días después de la final del mundial recibió una intimación del procurador nacional: lo intimaba a cerrar el canal porque su permiso era precario. Convocó a distintas organizaciones, autoridades, instituciones y fuerzas vivas de la ciudad para defender el primer canal de televisión de la ciudad. Hasta que un día lo llamó un tal capitán Núñez, que era el interventor del Comfer, para que viajara urgente a Buenos Aires. “¡Tapado de cartas! ¡El presidente me está insultando a mí!”, se quejó cuando lo recibió en su oficina de la capital federal. Llegaron a un acuerdo y le renovaron el permiso para transmitir hasta que se pudiera llamar a concurso público.
- ¿Después que pasó?
- Seguimos funcionando y después llamaron a concurso público. Es muy engorroso presentarse a un concurso público de televisión, pero nos presentamos nosotros y otra sociedad que se llamaba Aurora Grumman. Cuando llegó el momento del examen eran 11 personas en círculo —era plena dictadura— todos militares y un solo civil, un funcionario, que era el único que sabía del tema. Los militares tenían preguntas escritas porque no sabían nada de nada. A cada uno de los postulantes nos sentaban en el medio y nos hacían preguntas. Hoy confieso con satisfacción y un poco de inmodestia que los di vuelta. Venía de trabajar muchos años en televisión y de dar clases en la universidad. Cuando terminé de responder sus preguntas me hicieron salir y al ratito salió y funcionario y me dijo: “Yenarópulos, el canal es suyo”. Así ganamos la licencia de lo que hoy es Canal 13.
-¿Y cómo siguieron?
- Fue muy lindo porque fue una lucha de la nada. Hacía falta mucha plata y nosotros éramos de todos ex empleados de los circuitos cerrados, no teníamos un peso. Pero logramos que la gente que instaló los transmisores nos aguantara hasta que salimos al aire. ¡Dos torres hicieron y nos esperaron hasta que el canal empezara a producir! Estoy escribiendo un libro sobre ese proceso.
Hace un tiempo que Yenarópulos se dedica a la literatura, vocación que también surgió a muy temprana edad. “En el primario había un aniversario, algún festejo patrio, y nos pidieron que escribiéramos una obrita; un jurado decidiría cuál íbamos a presentar el día del acto. Yo escribí una obrita llamada ‘la felicidad perdida’, sobre un sultán que tenía toda la fortuna del mundo pero no era feliz y prometió donar buena parte de sus territorios a quien le llevara la felicidad”, recuerda. Su primera novela publicada se llamó Sierra Morena y es la adaptación de una de sus obras de radioteatro que más éxito tuvo en el país. Siguieron otras cinco novelas (Cuentos cortos de la v corta, El cerrajero, Mulata, La increíble estafa en el tiempo de Rosas y Viajando con la muerte) y presentó el más reciente, Pido luz, en la pasada feria del libro Juan Filloy.
- ¿Que lo inspira para escribir?
- No es fácil. Cuando terminé ‘Viajando con la Muerte’, que tuvo mucho éxito, me pregunté: ¿y ahora qué? ¿De qué puedo escribir? Un día dije: voy a escribir sobre un ciego. Y me puse a escribir sobre un ciego. Describí la familia, el ambiente, el lugar. Estaba escribiendo esa historia cuando se cumplieron los 40 años de la guerra de Malvinas. Y empecé a escribir la historia del ciego vinculándola a los hechos de Malvinas. Me junté con los veteranos de guerra, me dieron material: tengo cartas que escribieron algunos soldados antes de morir, el testimonio del héroe de Malvinas que hundió dos fragatas inglesas, que es muy amigo mío. Cuando me siento a escribir, si tengo inspiración, puede pasar una caravana al lado mío que no me doy cuenta.
- De los libros que escribió, ¿cuál es su favorito?
- Sierra Morena y Viajando con la muerte. Si bien son distintos, a nivel literario creo que están empatados.
Yenarópulos es cofundador de la carrera de Comunicación Social en la UNRC, donde dio clases durante un cuarto de siglo. Hasta que tuvo que abandonar porque empezó a viajar mucho al exterior por trabajo. Pero le costó cortar el cordón umbilical: “Cada vez que venía de Uruguay convocaba a los alumnos y daba las clases donde podíamos”, evoca.
- Este año se cumplieron 50 de la fundación del Departamento de Comunicación. ¿Qué recuerdos le vienen a la memoria?
- Lo que más valoro es todo lo que hice en Uruguay: los tres cables de Montevideo -no sabían lo que era la televisión por cable-, la de Pan de Azúcar, Piriápolis, Punta del Este y San José. Diez años estuve trabajando en Uruguay y realmente el trato con la gente fue espectacular. Y el otro gran recuerdo que tengo es el de la Universidad de Río Cuarto: es muy lindo transmitir lo que uno sabe, transmitir conocimientos, me gustaba mucho hacer las prácticas. Los chicos manejaban cámaras, luces, iluminaciones, yo les hacía hacer varios trabajos prácticos. Les pedía que, cuando volviera la siguiente clase, prepararan un tema de un minuto para hablar en cámara. La cámara tenía un tally, que es la luz que el periodista o el conductor tiene que mirar, como si le estuviera mirando a los ojos al televidente. Pero como no había tally porque no había cámaras, les decía: “hagan de cuenta que el tally son mis ojos” y me paraba delante de ellos. Y claro, algunos empezaban a temblar-, recuerda y estalla en otra carcajada.
-¿Con cuál de sus múltiples facetas se identificas más?
- Ahora, en esta época, como escritor. Pero por mis venas corre sangre de comunicador. Imaginate que hice 22 canales de cable en Argentina, dos en Chile, los que te comenté de Uruguay, además de Canal 13. Fui uno de los fundadores de la carrera de Comunicación y di clases durante 25 años. ¿Hay más comunicador que eso? ¡Imposible! Y ni te cuento todas las jornadas que tuve en Las Vegas, en Orlando, en París, donde fui en representación de las sociedades de cableros del país. Mi vida ha sido la comunicación. Cuando abandoné todo, cuando dejé todo, un día dije: ¿y ahora qué? Ahí entró la literatura.